Dos miradas

Promoción del fetichismo

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Mi relación con el uniforme escolar, sin llegar a los límites de depravación de los japoneses obsesionados con las faldas cortas y los calcetines a nivel de la rodilla, se acerca al fetichismo. Para entendernos, me enamoré antes de la ropa, del objeto, que de la chica. Hablo, por supuesto, de hace muchos años, del siglo pasado, cuando yo era un chico sin mucha vida social, exánime y melancólico, que espiaba tras los postigos del piso donde vivía los paseos continuos de las niñas de un colegio de monjas Rambla arriba y abajo. Viví la ilusión del enamoramiento y la desgracia del rechazo (¡de hecho, ella aún no sabe que me rechazó!), pero en realidad resulta que vivía pendiente del uniforme de color azul y de una sola pieza, un vestidito que ella y sus amigas lucían con una despreocupación que aún no sé si era real o fingida.

Tiene razón mi vecina Riverola cuando dice que los problemas reales del sistema educativo no residen en la voluntad esteticista y homogeneizadora que parece obsesionar al Govern. Además, en esta polémica y absurda promoción del fetichismo, Duran y Rigau olvidan un detalle. ¿No ven que los niños y las niñas ya van uniformados? Reto a padres y madres a plantarse a las cinco a la salida de la escuela a que distingan a su hijo entre la pandilla de adolescentes que le rodean y que van vestidos como él. Perderían la apuesta. O al día siguiente de una victoria del Barça. ¿Son o no un conjunto homogéneo?