Dos miradas

El último cigarrillo

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Me pasé el primer día del año, entero, de bar en bar. También comí en un restaurante y cené en una brasería. Y, hasta las doce de la noche, fui a tomar copas en un local nocturno. Después, salí a la calle a fumar un cigarrillo. Había empezado con un desayuno de fin de año en mi cafetería habitual en donde ya habían desaparecido los ceniceros. «¿Ya no se puede fumar?», pregunté. Me dijeron que sí, que todavía no había entrado en vigor la ley, pero que creían que la gente no iría hasta el límite y que, conformada, se abstendría del vicio en aquel recinto cerrado. No fue así. Hubo muchos que tuvieron la misma ocurrencia que yo. En pocos momentos, la cafetería empezó a destilar un cierto aroma a El Álamo, un tipo de resistencia heroica contra las tropas que rodeaban el fuerte.

Después, seguí la ruta. Más cafés con humo y, también con humo un vermut al mediodía y, para comer, una ensalada y un bistec con patatas, ahumados. Abandoné la idea de ir al cine (no se trataba de perder ni un minuto de tiempo) y entré en un bar de mala muerte y en un local muy sofisticado y dejé que la ropa se impregnara del olor a tabaco y acabé diciendo hola a la prohibición con una cena frugal y con un gintónic de Six O'clock. Hasta las doce. Saliendo de la cueva de jazz (porque era una cueva de jazz), me fumé el primer cigarrillo al aire libre. Ya era el día 2 de enero.