Dos miradas

El hijo del controlador

JOSEP MARIA Fonalleras

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En estos días, podríamos rehacer aquella famosa definición de la consideración social del periodista y aplicarla a la noble profesión del controlador aéreo: «No digas a mi madre que soy controlador aéreo; cree que trabajo de pianista en un burdel». Es muy probable que muchas mujeres y muchos hombres de este colectivo tengan hijos y también lo es que estos hijos estén en edad escolar. El próximo jueves no sería raro que un maestro propusiera a sus alumnos una redacción sobre lo que han hecho estos días de vacaciones. Me cuesta imaginar la combinación hijo de controlador/redacción escolar sin unos instantes de prevención del niño ante la confesión pública de la profesión del padre o la madre. Si lo dice, ¿cómo reaccionarán el maestro y los compañeros? Quizá crean que el progenitor tiene una profesión respetable y que no ha sido uno de los culpables de la enorme pérdida moral y material de este fin de semana. ¿Y si uno de los compañeros del pobre hijo de controlador aéreo es hijo de una pareja que tenía pensado volar a Londres con toda la familia? ¿Con qué mirada destrozará la confesión pública del inocente que tiene el estigma de ser hijo de quien es?

Después del trabajo de los árbitros de fútbol, los inspectores de hacienda y el señor que cobra las multas de la grúa municipal, el controlador aéreo es hoy el personaje más odiado del país. Incluso por encima de los otros. En el fondo, dan pena.