El turno

La inmigración en la campaña electoral

ÀLEX MASLLORENS

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Se ha dicho, con razón, que el debate sobre la inmigración debe estar presente en las campañas electorales. Otra cosa es la forma como se afronte la discusión y que esta se plantee sin demagogia. La presencia de muchos extranjeros entre nosotros y las medidas que adoptemos (o no) para hacer posible que se adapten a su país de acogida preocupan a los ciudadanos-electores y, si no se da una respuesta clara, democrática y civilizada a esa preocupación, se estará abonando el terreno para que los populistas hagan su agosto. Sarkozy Merkel han planteado la cuestión a su manera, con excesiva simplicidad. Ni se puede atribuir la delincuencia a grupos étnicos, ni se debe exigir a quienes llegan desde fuera más obligaciones que a los ciudadanos de origen.

Si fuéramos todos más honestos, tal vez deberíamos reconocer que lo que más preocupa (además de la competencia laboral) es la impresión que se tiene de que el colectivo musulmán se niega a aceptar que su religión deje de impregnar el conjunto de su vida social y laboral. Esa práctica a veces entra en contradicción directa con las ideas de la Ilustración. El problema es que a menudo nuestra democracia no es tan avanzada como pensamos o desearíamos. ¿Habrá que esperar al 7 de noviembre para ver el trato que recibirá el Papa? Los mismos dirigentes políticos que exigen una mayor dosis de integración al extranjero actúan de forma aleatoria y discriminatoria en ocasiones. Por ejemplo, cuando aceptan iglesias y templos cristianos en los centros de las ciudades y rechazan oratorios musulmanes.

Al final, la cuestión fundamental es que la única solución para hacer posibles y viables unas sociedades tan plurales y tan diversas como las europeas de hoy es apostar radicalmente por la democracia y la libertad y, por supuesto, por la separación de la religión y el Estado. Los poderes públicos deberán ser en este tema tajantes y valientes, y dar el mismo trato formal a todas las religiones.