La rueda
Los mineros y el vientre de la ballena
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
OLGA Merino
Ignoro por qué extraña razón pienso tan a menudo en los mineros atrapados a 700 metros de profundidad en pleno desierto de Atacama, un paisaje calcinado, con un sol de perros, tan bien escrito (y vivido) por Hernán Rivera Letelier. Aislados en el mismo útero de ese Chile cobre y mineral que cantó Mercedes Sosa; la Pachamama devora a sus hijos. La prueba de resistencia que el destino les ha deparado resulta escalofriante: 33 hombres encerrados en una celda de barro y humedad de unos 40 metros cuadrados y a 30 grados de temperatura. Encima, están a dieta para que sus cuerpos quepan en el diámetro del túnel por el que habrán de ser rescatados.
De los trucos que emplean allí abajo para la supervivencia pueden extraerse algunas lecciones interesantes. Primero, la necesidad de parcelar el tiempo y estructurarlo (la luz artificial les divide la jornada en un falso día y una noche). Lo imprescindible de mantener la mente ocupada. La urgencia de crear rutinas, las que sean, de trabajo, de higiene, de ocio. Lo oportuno de establecer jerarquías para evitar conflictos. El valor de las distancias cortas (se han subdividido en tríos porque en grupos más grandes los objetivos y los afectos se diluyen). Pero lo más importante, creo, lo que les mantiene con vida, es la esperanza, herramienta clave para salir del pozo. De los pozos metafóricos, también.
Llevan un mes largo en el vientre de la ballena. El 33 es un número sagrado, el número de la muerte y la resurrección, curiosamente el mismo mensaje que encierra el relato del profeta Jonás. Sin embargo, para que la correspondencia con el mito bíblico fuera perfecta, los engullidos por la ballena tendrían que haber sido los responsables de la empresa minera para que después el cetáceo pudiera vomitarlos en la playa del arrepentimiento. Hace un par de días leí en la red que el escritor Rivera Letelier, exminero de las salitreras chilenas, proponía cambios en la legislación laboral que eviten desgracias como esta y «de pasadita hagan colgar de los testículos a los dueños de la minera». Es solo una idea.
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