La rueda
Silencio de casa vacía
Llega un día en que te toca vaciar la casa en que naciste, porque allá ya no queda nadie. Algunos de los objetos ya estaban desde siempre, a otros los ha ido acumulando el tiempo y detrás de cada uno hay un recuerdo, muchos instantes. Se amontonan fotos, camas, mesas, sillas, libros, cubiertos y vajillas como pruebas enfriadas de vida vivida, pero ahora tu casa ya es otra y no sabes qué hacer de tanta madera, tanto metal, tanto papel (porque las ropas ya no están; es lo primero de lo que hay que desprenderse). Y no es solo lo material lo que te invita a regresar a otros momentos de ti mismo, sino el olor que desprende cada armario y las diferentes luces que acoge cada ventana. La luz de las casas, la luz, rebotando contra los azulejos, los visillos, los jarrones...
Unos hombres, papel y lápiz en mano, te ofrecen un dinero a cambio de esto o de aquello. Muchas cosas, ni regaladas se las llevarían: te están haciendo un favor porque en el mundo sobran trastos viejos. La luz no la valoran. Y, a contrarreloj, porque el casero te ha dado un tiempo y los nuevos huéspedes ya esperan con las maletas en la puerta, hay que decidir qué suvenires nos llevamos de este viaje sin regreso a nuestra infancia y juventud y qué hacer con ellos.
Mejor no ver cómo desmontan los muebles y empaquetan las cosas, o al menos fingir que no les prestamos atención: lo hacen con idéntica profesionalidad con la que el albañil arroja paletadas de cemento sobre la losa del nicho hasta dejarla perfecta. Un buen trabajo. Y bien: ahora ya no queda nada, excepto las siluetas borrosas de muebles y cuadros en las paredes y un estruendoso silencio de casa vacía en el que cada uno de nuestros pasos resuena al menos dos veces. Ahora es el momento, como en los hoteles, de echar una última ojeada procurando no olvidarnos nada, cerrar la puerta de golpe y bajar las escaleras de cuatro en cuatro, como si fuésemos a la escuela o al colmado a por algo, como siempre.
Dentro de algún tiempo, paseando al atardecer por nuestro antiguo barrio, veremos luz en los ventanales y nos limitaremos a decir: «Mirad, somos nosotros».
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