VINO DE MI COSECHA

Inminente presidente

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Barack Obama y su mujer, y Biden y la suya, se suben al tren, en un vagón de primera, por supuesto, y adornado con esas incontables variantes de los tres colores de la bandera que solo los americanos saben utilizar en cualquier registro, sobre todo si es festivo. Es una idea excelente, porque incrementa el mayor activo que hoy por hoy, la vigilia de su toma de posesión, tiene el inminente presidente de los Estados Unidos: el carisma y la sensación de que todas las fuerzas de la naturaleza se unen, por tierra, mar y aire, para que el día de mañana sea histórico, el umbral de una nueva era. No sé si todo está calculado (bueno, sí que lo sé), pero lo cierto es que, desde los ya lejanos días de Iowa, Nashua o Carolina del Sur, cuando empezó a forjarse la imagen definitiva, la retórica de Obama, mesurada y contenida, emotiva cuando tocaba, ha sido uno de los factores decisivos para su entronización. No solo el famoso yes, we can, que es todo un hallazgo, sino también aquella apelación al ciudadano de a pie para que se dé cuenta de que vive un momento trascendente. Salvando las distancias, es una apropiación que conocemos de primera mano los aficionados al fútbol. No son ellos, los futbolistas, quienes ganan la Champions, sino todos nosotros, los que no jugamos. Y estábamos allí para poder decir que estuvimos allí. Eso es lo que cuenta.

Los discursos de Obama, son contundentes por cuanto transmiten de manera íntima esta responsabilidad compartida. El episodio del tren que va de FIladelfia a Washington es un mensaje sobre raíles. Porque contiene un discurso, una narración, un sentido. Es una cita con la historia. Renueva el imaginario colectivo. El tren vive en el nacimiento del cine, y encumbra a Buster Keaton. Hay trenes rigurosamente vigilados y trenes que llevaban en sus vagones la ignominia. Pero también trenes de esperanza, como el que James Stewart aguardaba en Solo ante el peligro, un tren que contenía el significado de la palabra justicia. Trenes de progreso y trenes simpáticos, como el modelo en el que han viajado Obama y su corte, con esa especie de balcón desde el que se despedían los enamorados y desde el que disparaba el bueno de la película. También trenes de sombras, las que aguardan al presidente desde mañana mismo.

Por tierra, mar y aire

Estaba cantado que las buenas noticias iban a ser la locomotora de este tren. Tregua en Oriente Medio, el gas ruso que parece que va a discurrir de nuevo por las tuberías para que Europa no se hiele y, por si fuera poco, el amerizaje heroico del señor Chesley B. Sullenberger III en el río Hudson. Como si una especie de conjura astral se apoderara de este 20 de enero. En las tragedias clásicas, incluso las de Shakespeare, los augurios funcionan como motor dramático. Nos dan noticia de lo que probablemente va a pasar y marcan el curso de los acontecimientos. Por ahora, los primeros augurios parecen optimistas, empezando por la crisis y acabando en el fango de Gaza. Algunos, como el alto el fuego, eran más que probables, porque se trataba de mover las piezas antes que el otro jugador de la partida dejara el abrigo en la guardarropía de la sala. Pero lo del Airbús 320, por inesperado, se asemeja a las entrañas despanzurradas de un pájaro, y nunca mejor dicho. En su hígado descansa, hoy por hoy, la idea de que todo se viene abajo, pero que por ahí hay un comandante negro, bueno y valiente que sabrá amerizarnos sanos y salvos.