Rincones insólitos

Barcelona singular: una ruta insólita por el Baix Guinardó

Está al lado de la Sagrada Família, pero aquí los turistas no llegan. Ellos se lo pierden. Marc Piquer, el explorador urbano de la cuenta de Twitter @Bcnsingular, rastrea este ensanche invisible lleno de edificios asombrosos y comercios genuinos

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CasadelPati5ok.JPG / Marc Piquer

Marc Piquer

Marc Piquer

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El Baix Guinardó aún busca su propia identidad, un poco a contrarreloj. Algunas de sus casitas centenarias, en pasajes casi descompuestos, han sucumbido a la piqueta, y a las que quedan en pie no les auguro mucho futuro si no se protegen. El resto es otra historia. Al lado de los jardines del antiguo cuartel de Girona, surge un ensanche invisible a los ojos de la mayoría de barceloneses, que esconde edificios sorprendentes y comercios capitaneados por gente extraordinaria. El barrio no tiene nada que ver con la vecina Gràcia, es Guinardó sin serlo, y da la sensación de que un muro lo separa de la Sagrada Família porque aquí los turistas no llegan. Ellos se lo pierden. 

1. Exotismo de nivel

La Casa de las Alturas (Ronda Guinardó, 49)

Alucinación neomudéjar: es la Casa de las Alturas, sede del distrito de Horta-Guinardó. 

Alucinación neomudéjar: es la Casa de las Alturas, sede del distrito de Horta-Guinardó.  / Marc Piquer

Fue una moda pasajera, pero su legado supone todo un regalo para la vista. El estilo neomudéjar estuvo muy en boga a finales del siglo XIX, y la Casa de las Alturas, sede del distrito de Horta-Guinardó, es seguramente la muestra más fiel de este entusiasmo por el revival de la arquitectura morisca. En ella tenía que vivir el director de la Sociedad de Aguas de Barcelona, Nicolau Recúlez Chevalier, pero el hombre no llegó a disfrutarla, abrumado quizás con tanta cenefa. La compañía hidráulica decidió utilizarla para recepciones, y me imagino que los invitados podían pasear por sus jardines y viveros, debajo de los cuales se hallaban los depósitos de agua con la que se abastecía a buena parte de la población de Gràcia, Sant Gervasi y el Eixample. Pero volvamos al edificio: no te quedes solo con la fachada, sin el scalextric delante que durante décadas la ocultaba. Trata de verlo por dentro, estés o no empadronado aquí; vete a sus audiencias públicas, cásate. Por estos lares, será sin duda la experiencia más exótica


2. Un Bohigas asombroso

La Casa del Pati (Ronda Guinardó, 44)

No pierdas el tiempo buscando la fuente neoárabe de la Casa de las Alturas. Ya no existe. Mejor presta atención al bloque de viviendas sesentero que hay justo enfrente, al cruzar la ronda. No es uno de tantos, como comprobarás si miras a través del cristal de la entrada. Parece ser que al laureado despacho MBM le gustó la idea de recoger el testigo de la tradición islámica e integrarla en su proyecto racionalista. Es así como surgió este fascinante espacio común recubierto de baldosas, y… con una fuente. El patio –al que se accede desde la preciosa portería, decorada con azulejos y luces vintage– se concibió para crear 'caliu' entre los numerosos inquilinos, y destinarlo al recreo de los chiquillos. Pero hoy en día apenas se junta ya nadie alrededor del surtidor. Lo usen más o menos, es a los residentes a quienes les corresponde mantener a buen recaudo este tesoro que, pese a llevar la firma de Oriol Bohigas, no está catalogado.   


3. Potenza-Lima-Barcelona

Basilicata (Alcalde de Móstoles, 30)

Miguel Pelosi ante la puerta de su temblo de empanadas: Basilicata.  

Miguel Pelosi ante la puerta de su templo de empanadas: Basilicata.   / Marc Piquer

Cuando Miguel Pelosi inauguró en 2007 su comercio en el Baix Guinardó, todavía no había cadenas de empanadas argentinas a cada paso. Tampoco le importa mucho que las haya. Él es peruano, y sus pequeñas creaciones son sin duda mejores. La de pollo picante –una versión del ají de gallina– tiene su sello personal: un toque dulce que combina perfectamente con la salsa de chile. En el fondo, Miguel no ha dejado nunca de ser pastelero, y junto a su mujer Doris Zuleta se luce elaborando tartas de chocolate, 'piononos' rellenos de crema chantilly, con fresas y melocotón; o chifón de naranja. El nombre Basilicata, me cuenta, homenajea la región del sur de Italia de donde procede su padre, y desde la que partieron miles de personas a principios del siglo XX hacia el país andino. Un siglo después fueron su hijo, la nuera y los nietos los que pusieron rumbo a Europa, y para sorpresa de muchos, instalaron su negocio en una calle en la que solo había talleres mecánicos. «La primera semana teníamos una pierna de cerdo horneada, por si gustaba más el pan con chicharrón. Pero lo que pedía la gente eran empanadas, y el muslo entero tuvimos que comérnoslo nosotros».     


4. Con sabor a pueblo

Carnicería Pollería Beni (Sant Antoni Maria Claret, 111)

Beni Burón, entre Paco y María Ángeles, en la Carnicería Pollería Beni.

Beni Burón, entre Paco y María Ángeles, en la Carnicería Pollería Beni. / Marc Piquer

A la señora Beni Burón su hijo le dio un disgusto cuando se plantó en COU. Pero él nunca pudo esconder que lo que de verdad le gustaba era aquello que tanto le unía a su madre: los pollos y Villamoros de Mansilla. «Ella es la matriarca de la familia, el origen de todo», me confiesa Paco Suárez. Únicamente hay que observar las paredes de la tienda –ahora es también carnicería– para entender a qué se refiere. Dos yugos de mulos presiden el establecimiento que Beni abrió a principios de los 80 y que hoy regentan Paco y su mujer, María Ángeles: son solo dos de los casi 1.500 aperos de labranza que rescató del pueblo leonés materno, y que guarda en un trastero alquilado. «Me vienen todos mis recuerdos de infancia cuando los toco: las cuadras, la era, el río, los pájaros…». Con todas estas piezas ha hecho exposiciones en parroquias y centros excursionistas. El otro museo está en estas vitrinas: chipolata, crépinettes, medallones de pava… Quien pruebe sus elaboraciones, el pollo de Banyoles o la ternera moixina, se dará todo un festín, y podrá conocer además a un hombre genuino y bondadoso.   


5. Marisquería de barrio

Restaurante Ginés (Castillejos, 373)

Fidelia Dávila y parte del clan del restaurante Ginés, un habitual del boca a boca. 

Fidelia Dávila y parte del clan del restaurante Ginés, un habitual del boca a boca.  / Marc Piquer

–¿Tienen mesa para el sábado? Seríamos dos. 

–¿El día 15 le va bien?  

–Este sábado no es 15. 

–El 15 de octubre, señor. 

–¡Pero si estamos en febrero! 

La cosa más o menos iba así. Comías, pagabas y antes de salir, reservabas para la siguiente ocasión. Al cabo de medio año, volvías (si uno lograba acordarse). Desde el momento en que el Bar Ginés dejó de servir desayunos, menús, vermuts y 'barrejas' para especializarse en pescado y marisco, consiguió algo inaudito en el Baix Guinardó: que los fines de semana no cupiera un alfiler, y que viniesen comensales de fuera de Barcelona atraídos por el boca a boca

Una vez jubilado el dueño, Paco Sánchez, podía uno imaginarse que el restaurante se iría a pique. Pero se nota que no conocía a Fidelia Dávila, la cuñada dominicana, quien ya llevaba tiempo trabajando y que ha cogido las riendas. Con la ayuda de su hermana y de cuatro sobrinas, ha conseguido dejar el listón igual de alto –los calamares a la romana siguen estando de muerte–, y los precios, igual de asequibles. La única diferencia: actualmente los sábados hay dos turnos, y se han acabado para siempre aquellas interminables listas de espera.   


6. La pequeña Memphis

Moy’s Barber Shop (Castillejos, 397)

Parece un ‘diner’ americano retro, pero es Moy’s Barber Shop. 

Parece un ‘diner’ americano retro, pero es Moy’s Barber Shop.  / Marc Piquer

Un local que hace esquina con la calle Llorens i Barba estaba predestinado a ser tarde o temprano una barbería. Con lo que no contaba la mujer de Moisès Carabasa cuando lo convenció de que abandonara la profesión de albañil y aprendiera su oficio de peluquera es que el sitio en cuestión se asemejaría más a un 'diner' americano que a un salón de belleza. «La diferencia vende». Moy lo tuvo claro desde el principio: en el almacén del histórico bar Vives –cuyo dueño era su suegro–, él cortaría el pelo… sin cortarse un pelo: a ritmo de rock’n’roll y rodeado de objetos que le permitieran revivir aquel viaje por la Ruta 66 en su tramo más espectacular, el de Arizona, del que había quedado prendado: una jukebox, una foto gigante de Elvis Presley de joven en la Jim’s Barber Shop de Memphis, una Old Glory… y entre tanta memorabilia, una frase que no es de Little Richard sino de Carles Muñoz Espinalt, creador de la psicoestética: «Quien cuida su imagen demuestra creer en sí mismo». Si Moy se siente realizado, imagínense sus clientes con cada tijeretazo.  


7. El hotel de Joan Gamper

Escuela Mas Casanovas (Mas Casanovas, 55)

Detalle de la escuela Mas Casanovas.

Detalle de la escuela Mas Casanovas. / Marc Piquer

A finales del siglo XIX, estas tierras aspiraban a convertirse en un paraje excelso que atrajera a la burguesía. Montserrat de Casanovas, poseedora de muchas de aquellas hectáreas, trató de granjearse a barceloneses pudientes con la apertura de un hotel que les aseguraba un entorno saludable. Sin embargo, la aventura duró poco, ya que la zona empezó muy pronto a urbanizarse, y la pregunta que se hicieron muchos era de cajón: ¿por qué alojarme allí si me puedo construir un chalet? A pesar de sus 32 habitaciones lujosas, dotadas de alumbrado eléctrico, el Hotel de la Fuente Casanovas se ganó una muy mala fama por las timbas que se organizaban y como lugar de encuentros furtivos. Acogió, incluso, los vestuarios del Barça, puesto que el primer campo de los azulgranas estaba al lado. Sabiéndolo, no me extraña que el palacete –la actual escuela Mas Casanovas, que se está rehabilitando y recuperará en mayo sus colores azul y beis originales– ni tan siquiera funcionara como escondrijo romántico, no fuese que en plena faena apareciera Joan Gamper.

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