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La verdad sobre el arquitecto de Hitler
La Gleva estrena 'Speer', que destapa a una de las figuras del nazismo
Eduardo de Vicente
Periodista
Albert Speer fue un personaje poliédrico y polémico, odiado y respetado. Un prestigioso arquitecto alemán que proyectaba una reforma radical de Berlín para que fuera la capital del mundo y se convirtió en el brazo derecho de Hitler, que lo nombró Ministro del Armamento y hasta se rumoreó que sería su sucesor. Al finalizar la guerra fue uno de los acusados en el proceso de Nuremberg y pasó 20 años en la prisión de Spandau durante los cuales escribió una serie de libros para explicar cómo era el Tercer Reich desde dentro y blanquear su imagen asegurando que no sabía nada del Holocausto (consiguió que lo apodaran "el nazi bueno"), pese a que la historia ha demostrado que tuvo un peso importante en la exterminación.
Una vida tan apasionante no podía caer en el olvido y fue la escritora alemano-argentina Esther Vilar (autora del best-seller, El varón domado) quien la convirtió en una obra de teatro en 1998 que fue estrenada, con la consiguiente polémica en Berlín dirigida por Karl Maria Brandauer (el marido de Meryl Streep en Memorias de África). Ahora puede verse hasta el 31 de mayo en el Teatre La Gleva en un montaje, Speer, que dirige Ramón Simó y que ofrece un vibrante duelo interpretativo entre Pep Munné, que interpreta al político, y Xavier Ripoll.
El arquitecto y el historiador
La acción transcurre poco después de que salga de la cárcel, en 1966, e intente reincorporarse a la sociedad. El escenario representa el antiguo despacho del arquitecto, ahora en la República Democrática Alemana, que está en obras, con andamios, cubos de pintura, maderas, plásticos, una escalera al fondo, un suelo cubierto por cartones de embalaje y lo más llamativo es una gran caja de madera con ruedas. Speer, vestido impecablemente de negro, se encuentra allí porque ha sido invitado a dar una conferencia sobre arquitectura y se ha codeado con las autoridades del país.
Su interlocutor es un funcionario historiador de la RDA, que adora las biografías de los grandes personajes, que le admira y pretende que le explique todos sus secretos. Speer asegura que él era un técnico, no un nazi mientras su anfitrión le invita a champán para que se le vaya soltando la lengua. Le cuenta tanto su relación con el führer como su estancia en Spandau y recuerda los buenos tiempos cuando descubre lo que se encuentra bajo la caja: una maqueta del palacio del pueblo que iba a ser el símbolo de toda la remodelación urbanística que pretendía llevar a cabo.
De Germania a una propuesta insólita
Germania, como se iba a llamar el Berlín que sería el faro del Tercer Reich, sería espectacular con grandes edificios y espectaculares avenidas y que, mediante proyecciones de fotografías en el suelo, podemos imaginar y que acaba de completar utilizando los objetos que tiene a mano. Pero hay algo que no le gusta tanto, cuando el otro hombre proyecta una película y le pone entre la espada y la pared al preguntarle por su responsabilidad en la muerte de judíos, gitanos y homosexuales. Se justifica constantemente aludiendo a que no sabía lo que estaba ocurriendo y asegura que nunca fue antisemita.
Es entonces cuando descubre el verdadero motivo por el que se encuentra allí, una propuesta tan surrealista como delirante que provoca que tenga que tomar una decisión. Este último tercio ofrece un doble giro a la trama que pone al descubierto muchas de las mentiras y las interesadas verdades a medias. Es un montaje sencillo, pero intenso al servicio de un texto que descubre a los no iniciados, la figura de este dirigente tan fascinante como terrorífico. Destapa también los macabros planes del nazismo y muchos de los motivos, más allá de los raciales, de la persecución a los judíos.
Una oportuna lección de historia
Un pedazo de historia que conviene conocer, muy detallista y documentado que da un repaso a esa época que cambió el devenir del siglo XX y que es también un pulso entre la Alemania Occidental y la Oriental, los errores de cada una de ellas y, como telón de fondo, los millones de muertes que provocó la ambición desmesurada del nazismo y la postura de los que miraron hacia otro lado o lo hicieron ver. Todo ello sazonado con reflexiones sobre la libertad, las condiciones laborales, la energía nuclear, el muro, la noche de los cristales rotos o que para construir algo antes hace falta, previamente, haber destruido. Lecciones más oportunas que nunca en un mundo como el actual tan desorientado que da pie a que florezcan extremismos o populismos poco aconsejables. Una obra hoy más necesaria que nunca cuando, tantas décadas después, aún se sigue blanqueando el fascismo.
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