TESOROS ESCONDIDOS

9 callejones de Barcelona de los que no querrás salir

En las entrañas de la ciudad nuestros pasos pueden llegar a estrecharse hasta hacernos chocar de rodillas. El centro de Barcelona es un laberinto de callejuelas angostas

Te descubrimos 9 callejones de Barcelona de los que no querrás salir

Te descubrimos 9 callejones de Barcelona de los que no querrás salir / periodico

Albert Fernández

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1. Calle de l’Arc del Teatre

Seríamos poco menos que unos impíos si en este texto no reivindicáramos la santísima trinidad formada por La Cazalla, el Moog y el Kentucky. Una vez superas el arco que da entrada a este estrecho pasillo de fachadas grises y tendederos goteando, es como dar un paso de lo 'mainstream' a lo sórdido, aunque eso también significa acceder de lo facilitado a lo auténtico. Si da cosica caminar por el tortuoso inicio de Arc del Teatre a las 11 de la mañana, no hace falta decir cuántos ojos tienes que abrir por esta callejuela cuando el sol se ha ido. Los efluvios de noctámbulos de todas las épocas marcan el paso por La Cazalla, un antro tan diminuto como legendario, clave en ese Triángulo de las Bermudas canalla que conforman los cercanos Bar Pastís y La Concha. La congregación de noctámbulos, fiesteros y tunantes de todas las épocas siempre hacen parada en el Bar Kentucky, donde es mejor que te ates el bolso y el móvil con bridas, a poder ser, a tu propia alma. Al final de la noche, el baile puede acabar bien o mal en Moog, ese templo de la electrónica donde aún es posible avistar fósiles bailando tecno. Alguien te dirá que Arc del Teatre es mucho más que todo esto. Y yo no sabré qué responderle.


2. Calle de Salomó Ben Adret

Al atardecer, cuando la oscuridad se va cerrando, adentrarse en este corredor medieval se convierte en un viaje alucinante. Los osados turistas que acceden desde la altura de la plaza de Sant Jaume abren sus brazos de par en par para comprobar que pueden tocar las dos fachadas a la vez. Obviamente, esta callejuela céntrica y tortuosa está cargada de historia: hasta hace muy poco se conocía como Sant Domènec del Call, en recuerdo de un salvaje pogromo/asalto del barrio judío en el siglo XIV. Para resarcir el error, el pasado noviembre se rebautizó la calle con una placa que recuerda a Salomó Ben Adret, rabino judío popular por su producción literaria y sus estudios jurídicos. En la actualidad, sus abrigadas paredes se antojan ideales para robar un beso furtivo, siempre que no atendamos al afilado escaparate de la Cuchillería Artero o a las posibilidades de atraco en alguno de sus siniestros portales con puerta de hierro. Superado el miedo, su recorrido guarda garitos tan finos como Salterio, un cálido salón de té, una diminuta librería especializada en religión, más el viaje en el tiempo que propone Antigüedades Fernández o la calidad tradicional de La Vinateria del Call. Sin duda, La Alcoba Azul (foto) resulta el más atractivo de todos, por su ambiente esponjoso, sus tapas mediterráneas, y porque el local es un callejón en sí mismo. Si te miras los pies delante de la barra, verás un antiguo pozo de agua lleno de monedas. Eso sí, al salir a la calle de nuevo necesitarás levantar la cabeza para volver a encontrar el cielo.


3. Calle de la Barra de Ferro

Estás en un encrucijada fenomenal en pleno corazón palpitante de la Ribera, así que más vale no perderse nada. Las posibilidades son infinitas en esta calle cuyo nombre homenajea (atención al WTF? enorme) a unas barras que no sé muy bien por qué pusieron en la boca de su alcantarilla allá por 1668, cuando el hierro se valoraba mucho. Si vas al trote, advertirás las antiguas señales de entrada y salida de caballos y sin duda sentirás una atracción inmediata por el encanto singular del café Bornet, sitio favoritísimo incluso antes de pisarlo, pues la vista que ofrece desde la calle ya es ultra-acogedora. Una vez dentro, te encuentras un trato amable a la enésima y sientes a Miles Davis respirando hierro y anhelos desde las esquinas. Mientras te acomodas en  alguna mesa o sofá, aprecias las paredes con obras de arte itinerantes, y un ambiente delicioso para recogerse con o sin compañía. Claramente, la otra visita obligada es el Museo Europeo de Arte Moderno (MEAM), pionero en el arte figurativo, y a su vez inquilino de otro antiguo palacio, el Palau Gomis, construido en el siglo XVIII. Pero hablábamos de infinitas posibilidades, y te aseguro que la cosa no acaba: una tienda de sombreros (Up Headwear), un restaurante de cocina catalana (Nou Celler), una mercería (All You Knit Is Love), un espacio de creación artística (EINA) el típico bar moderno con su luminoso luminoso (Story), y más.


4. Calle de Grunyí

Si necesitas escapar de la marabunta de la calle de Argenteria y das con el arco de madera que da entrada a este meandro ajeno al ajetreo, pronto verás premiado tu impulso con una buena diáspora de locales peculiares. Tras pasar por una curva de banderines festivos, tu camino se mezcla con los aromas de Ziryab, una taberna gastronómica donde se sirven tapas 'mezze' de fusión árabe y mediterránea para degustar con cerveza palestina, que además tiene la particularidad de contar con varios trabajadores sordos. Ideal para practicar lenguaje de signos, aunque mejor no llames para reservar: no tienen teléfono. El amante del café podrá seguir el rastro de su olor como en los dibujos animados de la Warner hasta llegar a Mag by El Magnífico, un despliegue de aromas tostados, decoración delicatessen y tazas de felicidad. De camino a esa esquina cafetera encontramos sitios tan carismáticos como Pinzat, una tienda-taller donde pintan bolsas y accesorios para bicis, o red03 Art Gallery, punto de encuentro de un sinfín de creadores. Queda claro que esta callecita habilitada por antiguos mercaderes y nobles adinerados sigue siendo un pequeño nervio de actividad.


5. Calle del Paradís

Algunos de los secretos mejor guardados del centro de la ciudad están escondidos en esta callejuela que pasa desapercibida a la mayoría, aunque nazca ni más ni menos que de la plaza de Sant Jaume. Para empezar, un lugar histórico: no, no hablo del Templo de Augusto, eso viene luego, no hagamos 'spoiler'; hablo de Conesa. Este cubil del colesterol donde no podrás acomodarte de ninguna de las maneras, habitado por bustos de señores que te increpan y despachan a la velocidad que estrujan un sobre de mostaza, es un verdadero clásico de la ciudad, capaz de levantar el ánimo a base de frituras al caminante más derrotado. Más allá de ese templo del bocata, y justo antes de llegar a lo que parece un 'cul-de-sac' tenebroso, encontramos la saturada pizarra que anuncia Craft Barcelona, entrañable agujero del cual no destacaría sus cervezas artesanas, sino sus conciertos en pequeño formato y su apuesta por el 'stand-up comedy'. Si seguimos adelante, la calle no acaba como parecería; gira y sigue hasta ir a parar, en efecto, a las columnas del templo romano que rendía culto a Augusto en la antigua Barcino. Pero eso ya sale en las guías.


6. Calle dels Mirallers

Serpenteando con avidez por los intersticios del Born, desembocas sin remedio en este desfiladero de bohemia derivado de la antigua barcelona gremial. El primer encanto consiste en detectar el mascarón de una fémina situado en la esquina con la también recomendable calle de Vigatans. Antiguamente, ese rostro pétreo y vicioso indicaba la ubicación de un prostíbulo. Por darle un contraste temporal, si avanzamos mirando con mimo las paredes y persianas, detectaremos unos cuantos grafitis con fantasías lunares y colores chillones, frecuentes en los últimos años. Por lo demás, la lista de tiendas, galerías y ateliers aquí se vuelve mareante. Destaca el calzado y la bisutería artesanal de Ivori, el diseño exclusivo en gafas de La Clinique, o la 'slow perfumery' de Moss. Y así unos cuantos más hasta llegar a la mítica Bodega del Born. Mirallers es una de esas calles tan encantadoras que todo el que la encuentra la quiere hacer suya.


7. Calle de Verdaguer i Callís

En la perpendicular que nace desde la puerta del mismísimo Palau de la Música amanece esta callecita que muchos no recordarán por su nombre, sino por ser la ubicación donde Google Maps les lleva cuando buscan el popular Antic Teatre, cuyo patio se ha convertido en tan fenomenal punto de encuentro para unas cañas que a menudo eclipsa las actividades relacionadas con las artes escénicas del sitio. En todo caso, tampoco conviene saltarse El Bitxo, un coqueto bar de tapas atípicas.  De estar abierta, échale también un vistazo a la desacomplejada librería On The Road, que con su aspecto destartalado y su apuesta por las letras febriles dejará más que satisfechos a los 'beatniks' del barrio. Al final de este callejón que debe su nombre a un primo aburrido del poeta Jacint Verdaguer, tenemos la apuesta ideal para una cita de distancias cortas y cierto apetito: Le Cucine de Mandarosso, un italiano encantador, para chuparse los dedos como en la cocina de una 'mamma' italiana. Y luego, lo que siga.


8. Calle d’en Carabassa

Hace unos años, cualquier adolescente con tres medianas en el cuerpo podía ver  esta desembocadura de la plaza de George Orwell como un filamento siniestro y deformado que recordaba a los adoquines distorsionados de 'El tercer hombre'. Por allí abundaban los baretos baratos, de esos donde los universitarios mataban las tardes de los viernes, y las correrías de 'heavys' hasta algún 'pub' ruidoso. Hoy en día, la perspectiva desde la antes llamada plaza del Tripi es mucho más soleada y amable. Para empezar, vemos dos pequeños puentes que unían antiguos caserones con sus jardines, y eso nos da idea de un vieja elegancia. Foto. Avanzando, damos con un abombamiento en forma de terraza soleada donde los amigos del restaurante Afrodita sirven vistosos platos de gastronomía exótica. Foto, foto. Más adelante encontramos un sitio muy recomendable del tan buscado ramen (Koku Kitchen Ramen), un centro de idiomas para extranjeros (CNL de Barcelona) algún portal vistoso, e incluso un peculiar salón de manicura (Susy Barcelona Nails). Foto, foto, foto. El caso es que el tal Carabassa debía ser un alfarero que atravesaba este antiguo vial de guijarros hasta llegar a su obrador u horno. No me digas que no da para 'stories', para publicación, para pie de foto y para todo.


9. El Nacional

A menos que acabes de aterrizar de una misión tripulada desde Saturno, imagino que ya debes tener más que claro lo que es El Nacional. Desde su apertura en el 2014, este hangar gastronómico situado en un afluente del paseo de Gràcia (24 bis)  se ha convertido en una orgía indecente de todo tipo de barras, braserías y especialidades gastronómicas, en un local de 2.600 metros cuadrados que recrea la arquitectura y el 'look' industrial de los años 20. Aunque no te vayan los lujos, vale la pena pasar a echar un vistazo: la entrada es libre y está siempre tan atestado que nadie repara en ti. Este espacio diáfano, histórico y espectacular hizo las funciones previas de café teatrofábrica de pielesconcesionario de coches y garaje privado, y fue testigo de la revolución industrial desde finales del siglo XIX. Lo cierto es que una vez estás allí, cuesta no ponerse estupendo y pedirse aunque sea un cóctel. Seguramente, El Nacional está en el callejón sin salida de la ciudad que menos miedo da hoy en día. Y eso que el atraco está garantizado.