Fiesta entre aceitunas

Ruta de locales donde tomar el vermut de noche

Tomar el vermut bajo el sol es signo de vida plena. Pero volver al vaso con la oliva y la rodaja de naranja cuando cae la noche nos provoca una satisfacción a contracorriente. Aquí van 9 locales para esos 'jokers' de bodega

Vermut en Puigmartí Bar, en Gràcia.

Vermut en Puigmartí Bar, en Gràcia. / periodico

Albert Fernández

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Es una epidemia. Los infectados se multiplican cada semana, por todos los barrios de la ciudad. Los adictos al vermut no tienen suficiente con los mediodías del fin de semana. Ese aperitivo que se convierte en culmen pletórico de la semana, con momentos esponjosos hechos de sorbos complacientes, conversaciones relamidas en gafas de sol y agolpamientos felices entre barras y taburetes, donde los padres brindan y vocean mientras los niños extienden charcos en servilletas reclamando sin piedad más raciones de queso y 'chips'. Eso es la gloria bendita, pero no basta. Hace falta más. De noche los padres aparcan a los niños en casa de los 'iaios', los jóvenes vuelven a salir, las neveras siguen vaciando litros del licor predilecto. Ya no se trata de gustera, es necesidad. Un verdadero apocalipsis de zombis del vermut.

Estoy tomando algo. Son más de las nueve de la noche y aquí nadie tiene pinta de volver a casa ya. El golpe de la enésima caña retumba sobre el mármol y el leve estruendo me genera confusión. No sé muy bien dónde hemos empezado. Ahora no caigo si ha sido al norte de Gràcia, en el imprescindible <strong>Bar Bodega Costa Brava</strong> (Alzina, 58), donde los quintos están en perpetua danza con las sardinas en escabeche, mientras los 'riffs' de Nueva Vulcano agitan vermuts cual sifones; o al sur del barrio, en <strong>Lo Pinyol</strong> (Torrent de l’Olla, 7), con su ambiente refinado y cultureta, que da para beber vinos, cavas y vermut a granel, triunfar en una cita de Tinder o perderse entre los volúmenes de su biblioteca de intercambio de libros. Fijo que no hemos perdonado la parada en un clásico poderosísimo como <strong>La Vermuteria del Tano</strong> (Bruniquer, 30), con su trato de toda la vida, el vermut de la casa Perucchi y los aperitivos de lata inundados con salsa casera. 

Golferío en Puigmartí Bar

Donde se acumula más golferío es en <strong>Puigmartí Bar</strong> (Puigmartí, 12), una triunfada colosal de garito donde se suelen formar varios ambientes en poco espacio: afuera, juerga plácida a ritmo de vermut y caña sobre los barriles a pie de acera; dentro, confidencias y tapas en los taburetes frente a los retratos de iconos pop, o en alguna de las pocas mesas, entre las simpáticas idas y venidas de Agus y su genial tropa de camareros. 

Para cuando llegamos a <strong>La Fábrica del Vermutillo</strong> (València, 224), previo brindis de rigor en la siempre atestada <strong>Bar Bodega Quimet</strong> (Vic, 23), se está haciendo tarde. El licor dulzón me atraviesa otra vez la garganta, y me pregunto cuántas parejas se habrán tomado uno de los vermuts afrodisiacos de este nuevo referente en la calle de València antes de ir directos a encamarse. 

Pierdo el oremus. No sé cómo hemos llegado al <strong>Bar Rufián</strong> (Nou de la Rambla, 123), a tope de ambientillo y con los tiradores chorreando a todo lo que da. Sé que antes hemos hecho una ronda en <strong>Las Vermudas</strong> (Calàbria, 39), que recientemente ha abierto su encantador consulado de Sant Antoni, réplica a pequeña escala de ese paraíso con estamentos hedonistas que lleva un par de años triunfando en la calle del Robí. Le hacen al camarero la típica pregunta sobre cómo se elabora este vino macerado con plantas aromáticas y otras sustancias amargas y tónicas, y me doy cuenta de que estamos en el <strong>Morro Fi</strong> (Consell de Cent, 171), el primero de los cinco locales que atesoran ya estos maestros del vermut casero y las tapas adictivas. Que sí, ahora probamos el reserva con un poco de mojama y almendras, cómo no. 

Alguien lanza una buena broma, como un espumarajo de ingenio, y la carcajada que le sigue convierte el sitio en un clan de acólitos del Joker de Joaquin Phoenix. Las conversaciones derrapan. Mencionan una vieja peli de David Cronenberg y se me va la cabeza mirando la vitrina. Pienso en la nueva carne mientras un boquerón ensartado en un pincho se retuerce y se vuelve hacia mí. Casi oigo su aullido ahogado. Las anchoas en la bandeja de al lado se coronan con una piparra que asemeja una cornamenta del averno. Las bocas se abren grotescamente engullendo esos seres torturados. Me imagino al otro lado de la barra: contemplo la barbarie de los domingos, legiones de sedientos asediando con un efecto de 'zoom' invertido, como en la pelis de Sam Raimi. 

Vuelvo del flas dando un golpe con el vaso en la barra. Noto el cementerio de servilletas arrugadas a los pies, mientras intento que domine el tono solemne sobre el beodo. Lo digo. La última y me voy. No insistáis, tíos. Pestañeo muy lento y me veo cayendo desde una altura infinita a un océano de licor rojo. Quiero gritar, pero tengo un palillo entre los dientes. 

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