Vete por las ramas

Los 8 mejores chiringuitos entre árboles de Barcelona

Sí, es posible terracear en Barcelona al aire libre lejos de aceras y playas atestadas. Descubre los chiringuitos de parque. Rincones en los que cualquier día puede ser domingo

ONBARCELONA TEMA CHIRINGUITOS BAR MARCELINO

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Albert Fernández

Albert Fernández

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Si te aterroriza achicharrarte al sol, la arena entre los dedos y la sensación de 'rave' incipiente de nuestras atestadas playas, tenemos la solución: un chiringuito en el parque es la vía para entregarse al ritmo caribeño sin peligro de tragarse un 'frisbee' loco. Nada como esa recompensa espumosa al final de un paseíto entre pinos. Quedan pocas de estas populares casetas-bar en los parques de Barcelona, pero hemos ido a todas. Pídete algo, que te cuento.

Flotar sobre Poble Sec

Una ración con vistas

Esta es la primera parada de un particular ascenso a la montaña en tres chiringuitos. Nuestra trilogía de Montjuïc se inicia con la visita a un mirador excepcional. El Bar Marcelino (Margarit, 85) es el merecido premio para quienes deciden estirar las piernas a la hora del vermut, y se atreven a ascender más allá del bullicio de Sant Antoni y Poble Sec. Las vistas desde esta explanada son imbatibles. La ciudad vibra a nuestros pies y se respira calma. Niños y perretes lo disfrutan jugando entre las mesas, hay espacio de sobra para todo el mundo. 

Hemos gozado con su tortilla casera y la calidad del pan y los embutidos incontables veces, pero Lourdes y Teresa recomiendan que probemos también su salmorejo o el guacamole. La conjunción de esos platos y semejantes horizontes procura tal sobredosis de belleza, que se impone rebautizar aquel trastorno romántico acuñado por Stendhal: propongo Síndrome de Marcelino.   


Ampliaciones del Eixample

Delirio hedonista

Chiringuito Bar Parc Joan Miró.

Chiringuito Bar Parc Joan Miró. / Joan Mateu Parra

El plan ideal es recostarse en la terraza del Chiringuito Bar Parc Joan Miró (Aragó, 2, en el parque de Joan Miró) y no planificar absolutamente nada. Dejas la casa a medio barrer y olvidas la compra, porque las juguetonas percusiones del 'Jamming' de Bob Marley te llevan flotando cual dibujo animado hasta tu sombrilla y tu cañita. La hipnosis gustosa continúa tras el primer sorbo. La sombra bailarina de los pinos te abstrae, y esa brisilla llega como una caricia. Los sonidos del tráfico de Aragó se pierden entre los coros reggae y los chillidos de niños jugando en los columpios. Bravas, boquerones, berberechos: la pizarra te lanza tantas ideas suculentas que deliras. Por si fuera poco, Sonia te recuerda con su encantador acento italiano que no puedes perderte su hamburguesa, el carpacho o la burrata. Dan ganas de quedarse todo el día, y la cosa se anima por las tardes. Con los nuevos horarios, abren hasta las 11 de la noche. Un perrete se deja arrastrar por la arena mientras sus humanos tiran amablemente de la correa, esforzándose por levantarlo. No se quiere ir. ¿Y quién querría?

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Intimidad entre ramas

Pícnic chic

Pinhan.

Pinhan. / Albert Fernández

Es cierto que, tal como reza su nombre, Pinhan (avenida de Pau Casals, 19, en el Turó Park) tiene algo de secreto. Su elegante terracita queda escondida tras unos arbustos en los frondosos intersticios del Turó Park. La sensación de recogimiento es fabulosa. Sus coquetas mesas de metal se reparten alrededor de un concilio de tilos, y la mirada se pierde siguiendo el tronco de esas magníficas washingtonias que se curvan hacia el cielo. Los detalles se multiplican: en el quiosco destaca un gran neón, y abundan los adornos en forma de floridos centros de mesa, cestas, jarroncitos y frases motivadoras. Este pícnic chic no admite 'chandaleo'; aquí se impone el jersey sobre los hombros, las gafas de sol de marca y los niños con globos de unicornio. Por las mesas triunfan los cucuruchos de patates 'gruixudes' y el vinito blanco. De fondo suena una versión muy 'chill' de 'Parole parole', mientras el propietario, Boris, nos aclara que sus horarios se adaptan a los del parque, y que Pinhan aspira a convertirse en un refugio contra la vulgaridad.


Bajo el teleférico

Oasis del ritmo

El Cims.

El Cims. /

Hay que estar al loro para advertir este rinconcito privilegiado al que se accede desde una curvita ascendente de Montjuïc. El Cims (paseo dels Cims, s/n) es un pequeño café bar asentado en un agradable palmeral, sobre una ajardinada colinita. Regueros de césped se abren camino en el suelo, el teleférico sobrevuela las mesas y el aire palpita con el buen rollo de Iboh, que recibe a todo el mundo con su inmensa sonrisa. A Iboh el hummus y la tortilla le quedan fenomenal, y el ambiente se remata con los animados ritmos ochenteros que emergen de la caseta. Hallar este tesoro merece un brindis. En este oasis empinado no escatiman en buenas 'vibras'.


Cumbres de Montjuïc

'Top of the world'

La Caseta del Migdia.

La Caseta del Migdia. /

Conseguir silla en La Caseta del Migdia (Mirador del Migdia, s/n) es como conquistar la cima del mundo. En las alturas de Montjuïc, junto a la muralla del castillo y con el mar en el horizonte, entregarse al tapeo entre pinos es pura gloria. Marc Ros, propietario de este pequeño paraíso, recomienda subir andando o en funicular, y completar a pie el camino hasta esta caseta que solía ser un repetidor eléctrico. Aires de excursión leve para coger hambre antes de dar cuenta de la caña y los manjares. Escalivada, pollo con verduras, 'butis': comida sencilla de calidad, que marida genial con el fondo de música jazz y funk. Por el momento, la terraza del Mirador del Migdia abre los fines de semana hasta las siete de la tarde. En verano, con el calorcito, la cosa se dilatará. Gustera panorámica para domingueros elevados.  


Más allá del tumulto

Lo mejor de cada casa

Xiringuito Aigua.

Xiringuito Aigua. / Albert Fernández

En los confines del Baix Guinardó, la expansiva terraza del Xiringuito Aigua (jardines del Príncep de Girona, s/n, en los Jardines del Baix Guinardó) nos rescata de la infinita búsqueda de mesa por las plazas de Gràcia. Este oasis del vermuteo ocupa la privilegiada esquina de un parque diáfano, con perspectiva para contemplar el lago, los perretes o los numerosos gimnastas 'open-air'. Entre semana puedes remover un café perdiéndote en las páginas de un libro en una mañana soleada. Suena un poquito de reggaeton bueno para el cuerpo mientras Luis prepara una de sus tortillas con cebolla caramelizada. El sábado la primera caña con la tropa entra fina, fina. Pedís unas tapas y os dedicáis a arreglar el mundo. Si alguien se pone nerviosito, puedes enviarle a hacer cola a las mesas de pimpón. Así puedes dedicarte a tu deporte favorito: sestear con el ronroneo de las palomas y el rumor de las conversaciones que vas iniciando para abandonar al primer compás. Como diría el pokémon en aquel popular meme: "Vamo a calmarno".  


Una orilla en el parque

Otra forma de gozar

Gamar.

Gamar. / Albert Fernández

Aquí sientes la brisa del mar, pero estás entre árboles. En el parque de la Barceloneta, a solo unos pasos del Mediterráneo, encontramos esta curiosa terracita cercada por un vallado verde. La propuesta de Gamar (Gas, 4, en el parque de la Barceloneta) no puede ser más saludable: sirven todo tipo de bebidas sin alcohol, hay ofertas de desayuno y un buen surtido de bocatas. El caso es que este chiringuito lo llevan voluntarios del grupo de ayuda mutua para alcohólicos rehabilitados. Sus beneficios se dedican a la asociación. Zidan y sus compañeros cuentan encantados que la terraza lleva allí 18 años ya. Ojo, los sábados no abren. Todo está construido a mano. Por la caseta, que está pintada con gracia grafitera, asoma una tortuga surfeando una ola. Hace pensar en otras formas de disfrutar. Así que apuras el café, compras un pareo en el quiosco playero de enfrente y te das un chapuzón sin trazas de resaca.


Sombrita y piscina

Olimpo de barrio

La Tapeta del Coll.

La Tapeta del Coll. / Albert Fernández

Nos fascina esa constelación de platillos volantes y cervezas en órbita constante, el crujir entusiasmado de las chips contra los dientes de un infante, y el repiqueteo de las palas de pimpón de fondo. Si la vida es una verbena, vamos a celebrarla en La Tapeta del Coll (paseo de la Mare de Déu del Coll, 77). Festejemos con la excitación de los niños indecisos frente a la nevera de los helados, el alboroto de los perros que chapotean en la encantadora piscina-lago del parque de la Creueta del Coll, o los estallidos de carcajadas de ese grupito que lleva un buen rato dándose el homenaje. El barrio palpita en este chiringuito resguardado por hojas de parra, un cosmos hecho de vasitos de cartón, música de la FM y la pachanga más sana del mundo. 

Montse y sus compañeros atienden barra y mesas con alegría, y la 'mestressa' Mercè eleva el cotarro hasta el punto de sacar un megáfono para que la parroquia recoja sus tapas. La salsa desciende por montañas de bravas como la lava por el Vesubio, las croquetas veganas se multiplican por las mesas, y los carajillos animan charlas sobre el partido de los chavales. Apuras la caña y te invade una grandiosa sensación de domingo. De que cualquier día puede ser domingo.

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