Conde del asalto

Cómo cazar un tigre con un transistor, por Miqui Otero

Don The Tiger canta en Barcelona ayudado por radios a pilas

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otero / Abel Marín

Miqui Otero

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¿Qué tienen en común un transistor, un amigo, un libro y un tigre? Eso te lo diré al final del texto, porque antes tenemos que cazar con una radio un gran félido rayado en una nave industrial.

El animal en cuestión se llama Don The Tiger. En realidad, en su DNI pone Adrián de Alfonso, vive en Berlín desde hace demasiado (casi una década) y algunos lo conoceréis por su forma majara y ultratécnica de tocar la guitarra en grupos como Veracruz (ese Jumanji punk irresistible, de cacerolada y onomatopeyas) o Bèstia Ferida (uno de los mejores grupos experimentales de las últimas décadas de esta ciudad). 

Como empiezas a intuir, Adrián es mi amigo. Pero, claro, es un amigo que también es un tigre. Nosotros quizás lo éramos, o incluso lo somos a ratos, pero nos parecemos más ahora a un gato doméstico, incluso a un Garfield listillo pero perezoso. 

La llamada de la selva

Cada vez que viene a Barcelona, muchos sentimos la llamada de la selva y aparecemos en el sitio donde actúe, ya sea en la montaña de Montjuïc, en el CCCB o en la Fabra i Coats. O en L’Hospitalet, un gélido miércoles de principios de marzo. Aquí estamos, en El Pumarejo, uno de esos milagrosos espacios autogestionados para impulsar proyectos de riesgo: Adrián se encarama a taburetes para colocar en distintos puntos de la sala transistores portátiles, de esos que van a pilas, con vocación de 'Carrusel Deportivo', de los que a veces solo suenan nítidos si les pones la mano encima de la carcasa. El resto nos miramos en esta nave de techos altos y columnas de fundición donde parece que hace tiempo se fabricaron tuercas o se mataron cerdos. Somos los de siempre, pero muchos no nos vemos desde la anterior ocasión, así que nos miramos con la inquietud detectadora de marchiteces de una reunión de exalumnos o con la curiosidad de mamíferos de diferentes familias (conejo, rinoceronte, cercopiteco, gato) en el claro del bosque.

Cada vez que viene a tocar, Don The Tiger hace algo diferente. Es el mismo y no es el mismo. Y como lo ves cada dos años, detectas lo mucho que ha crecido, como sucede con los niños con los que solo coincides de vez en cuando. Un día adoptará la figura de un tigre y no lo dejarán pasar de la aduana. Adrián es conocido por el riesgo y el ruido, la distorsión con cachivaches y guitarra, pero de un tiempo a esta parte se ha ido decantando por unos boleros que hablan de arrecifes, girasoles y celadas. Hoy va más allá y solo cantará a capela, ayudándose de las frecuencias de todos los transistores de la sala. Ha dicho que será un concierto muy silencioso y ha recitado los números de dial que hay que sintonizar. 

Un tablao futurista

Se sienta (como siempre, los calcetines verdes le muerden los bajos del pantalón) en una silla de madera y enea, como de cantaor, lo cual, sumado a la figura espigada y a las posturas corporales (retorcidas como el jenjibre), le da a todo un aspecto de tablao flamenco futurista (las maquinitas que usa, posadas sobre una caja de cerveza Alhambra). Logra, cantando a media voz, gesticulando, dejando que se cuelen interferencias («som al 1965, en plena Guerra del Vietnam»), que la gente no abra la boca ni una sola vez (o que la mantenga abierta y muda todo el rato). Lo ha vuelto a hacer. 

El transistor, el amigo, el libro y el tigre, Don The Tiger, sí. Vengan de donde vengan, tienen la capacidad de viajar en el espacio y el tiempo y de hablar perfectamente el idioma del lugar y época de destino. Da igual cuándo fue la última vez. Porque es ahora.

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