CONDE DEL ASALTO

Una vaca en el lavabo

Ante un otoño incierto y un invierno que puede hacer palidecer ese de 'Juego de tronos', quizás los baños sean el único lugar donde disfrutar de escenas bucólicas

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Miqui Otero

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Qué placer contemplativo cerrar los ojos y orinar escuchando a los grillos estridular. Tomar aire para continuar con el río dorado y entonces oír al fondo cencerros y mugidos de vaca. Estoy tan relajado, que desearía haber tomado un par de cervezas más para estirar este instante. Me planteo ponerme a recitar poemas de 'Campos de Castilla' o a tararear 'La vaca lechera'. Casi intento llenarme los pulmones del olor de hierba mojada y… ¡Un momento!

Lo que huelo no es, precisamente, pasto húmedo y amapolas. Lo que huelo, acaso, porque es cierto que no hay tufo desagradable, es un ambientador discreto. En realidad estoy haciendo aguas menores en el lavabo de un restaurante de la calle Pau Claris, especializado en (deliciosos) entrecots, en el que han programado un audio de vacas paciendo para cuando decides, por así decirlo, «hacer un alto en el camino». 

Ante un otoño incierto y un invierno que puede hacer palidecer ese de 'Juego de tronos', quizás los baños sean el único lugar donde disfrutar de este tipo de escenas bucólicas.

Hilo musical humorístico

Cuando la anterior crisis aún estaba en su apogeo, en los lavabos se explicaban chistes. Ya lo dijo Kurt Vonnegut: «Ante la desgracia, se puede reír o llorar. Yo prefiero hacer lo primero porque así luego no tengo que pasar la fregona». En el bar Lando, de la calle Parlament, uno entraba con el punto y de repente escuchaba al fantasma de Eugenio explicando chistes. La moda del hilo musical humorístico en el váter cundió y otros establecimientos (como el Bellavista o La Barra de Carles Abellán) se animaron, como explicó hilarantemente <strong>Ana Sánchez</strong> en estas mismas páginas, a intentar amenizar las micciones con chistes para que, cito, «te mearas de risa». 

Ya rumiaba yo entonces cómo habría sido mi vida si en los baños de mis discotecas adolescentes un hilo musical con la voz de mi madre me hubiera susurrado con tono severo pero pasivoagresivo «¿llevas calzoncillos limpios?», «filliño, que o viño non é auga» O  «¿crees que así te vas a labrar un buen futuro?». Sería algo así como ese cortometraje de Woody Allen en el que su progenitora se le aparece en un medallón en el cielo para darle consejos y recriminarle actitudes cantándole las verdades del barquero.

Promesa sonora

Quizás cunda el ejemplo de L’Entrecôte y en otros lavabos aparezcan otros animales recordándonos la perdida felicidad animal. Quizás incluso con música de fondo. En la novela '¡Muuu!', de David Safier, por ejemplo, la vaca protagonista sueña con viajar a la India, donde sí la respetarían, e inicia un viaje parando incluso en dehesas maravillosas donde se arranca a cantar temazos de Cole Porter.

Ahora que intento beber y comer solo en terrazas y que solo me pongo bajo techo cuando estoy orinando, habría que explorar estas ideas. El baño como paraíso, como promesa sonora. 

Me contaba un día el arquitecto David García Asenjo que muchos establecimientos estaban mejorando la decoración de sus lavabos porque se habían dado cuenta de que la gente se hacía allí selfis para Instagram, por lo que una decoración esmerada del urinario les aseguraba buena publicidad. Ahora que incluso es difícil reír de los chistes, los baños con arrullo sonoro de documental de La 2 durante la siesta podrían ser buen consuelo. Llegado el caso, prometo tomar mucho zumo de cebada para poder disfrutarlos sin prisa pero sin pausa. 

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