Encuentro literario

Garriga Vela y Vila-Matas, una charla cómplice entre viejos amigos: "Todo ocurre en Muntaner 38"

El escritor barcelonés-malagueño, autor de 'Muntaner 38', publica su colección de relatos autobiográficos 'Cruce de vías'

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José Antonio Garriga Vela y Enrique Vila-Matas.

José Antonio Garriga Vela y Enrique Vila-Matas. / Jordi Otix

Elena Hevia

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A José Antonio Garriga Vela, escritor, hijo de malagueños crecido en el Eixample barcelonés, una pitonisa le vaticinó que iba a acabar sus días en una isla desierta. Y a Garriga Vela (70 años) no le extrañó. De hecho se ha pasado la vida buscando ese lugar, y hasta llega a sospechar que su casa de Málaga, tan alejada de todo -lo que tiene su mérito en un lugar tan gentrificado como aquel- es esa isla. Se lo confiesa en la presentación de su último libro ‘Cruce de vías’ (Candaya) a su buen amigo Enrique Vila-Matas que por una vez ha decidido saltarse el ‘preferiría no hacerlo’ que ha utilizado estos últimos años en esto de las presentaciones librescas y ponerse a dialogar con él sin rumbo fijo. 

Garriga Vela, es sabido, se dio a conocer en 1996 con una novela triste, tristísima, 'Muntaner 38' que removió el panorama literario barcelonés tras ser saludada por Manuel Vázquez Montalbán, Juan Marsé –“nunca una ficción literaria me ha parecido tan veraz, tan convincente, tan esencial e imaginativa…”, le escribió en una carta-, Eduardo Mendoza y Joan de Sagarra -que el martes estaba entre el público-. Vila-Matas, que también formó parte del grupo de ojeadores, es hoy uno de los pocos amigos del robinson Garriga Vela con quienes habla por teléfono varias veces al mes. 

José Antonio Garriga Vela y Enrique Vila-Matas.

José Antonio Garriga Vela y Enrique Vila-Matas. / Jordi Otix

Cangrejos y traperos

A lo largo de 29 años, el escritor que abandonó la melancolía de su calle Muntaner natal hace décadas, ha escrito una columna semanal en el diario ‘Sur’ concebida como un relato, nada informativa. ‘Cruce de vías’ reúne 104 de esos cuentos, selección de un total de más de 1.300 y el resultado es una biografía sesgada del propio autor en el que conviven su cinefilia, sus recuerdos generacionales –aquel cangrejo atado a una caña que te vendían al bajar de las golondrinas en el rompeolas o las visitas al trapero con las que vendiendo los diarios atrasados se ganaba unos dinerillos-, sus lecturas favoritas, ‘Pedro Páramo’ y ‘Bajo el volcán’, los amores perdidos, los amigos desaparecidos y sus muchos viajes a países como México, Venezuela, Ecuador, Argentina, Estados Unidos, Alemania, la India o Vietnam. ”Son retazos de novelas posibles, borradores de relatos más amplios, sueños, cuadernos de viaje o fragmentos de diario personal “, explica, una oportunidad de asomarse a su cocina en estado puro, sin que falte el tono de ensoñación y melancolía, marca de la casa. 

José Antonio Garriga Vela y Enrique Vila-Matas.

José Antonio Garriga Vela y Enrique Vila-Matas. / Jordi Otix

Cayeron en la cuenta los escritores amigos de extrañas coincidencias. Si las conocían lo disimularon bien. Que habían nacido uno muy cerca del otro, por ejemplo. Vila-Matas, en una clínica inexistente hoy en Muntaner y Garriga Vela, en la dirección que dio título a su novela, en cuyos bajos su padre trabajaba de sastre. “Tú es que eras más moderno -espetó a Vila-Matas-, yo nací en casa, como mis hermanas”. Ese edificio albergó también el primer Cau Ferrat antes de que se trasladara a Sitges -una placa lo recuerda- y frente a él mataron a los hermanos Badia, pero esas son ya otras historias. "Todo ocurre en Muntaner 38", se admiraron. También apreciaron que ambos se hubieran obsesionado literariamente por personas desconocidas y misteriosas que esperaban horas y horas en un lugar concreto. 

Pájaros y jardinería

En medio de ese intercambio de complicidades, Garriga Vela, toca la tecla clave en la definición de sí mismo y el secreto de la parsimonia con la que dirige su vida que da resultados novelísticos cada seis u ocho años: “Me suelo entretener con nimiedades. Lo que cobra más importancia en mi vida son los gorriones, los mirlos, los estorninos, la jardinería, el no hacer nada y pensar”. Esa es la regla secreta de estos cuentos. Y cita a otro viajero como él, Bruce Chatwin: “La naturaleza es lo único que puede eclipsar el pensamiento”.