ARTE

El complot contra la imagen de la Virgen María embarazada: ¿por qué no la verás en ningún paso de Semana Santa?

Aunque no todas han llegado a la actualidad por la censura que la Iglesia dictó en 1563, algunas 'madonnas del parto' han sobrevivido apartadas de los grandes focos

La 'Madonna del parto' que Piero della Francesca pintó en 1460.

La 'Madonna del parto' que Piero della Francesca pintó en 1460. / ARCHIVO

Pedro del Corral

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

María está de pie. Desafiante. Algo girada para marcar una barriga que, si no tiene nueve meses, poco le falta. Luce orgullosa un vestido azul desabotonado. Quizá, dada la posición de su mano derecha, porque así fulminaría toda duda sobre la naturaleza humana de Jesucristo. La virgen que Piero della Francesca pintó en 1460 convirtió a la iglesia de Santa María de Nomentana en lugar de peregrinación: la pequeña localidad de Monterchi (Italia), de repente, empezó a recibir a mujeres embarazadas que oraban por tener un buen parto. Una costumbre que se mantuvo hasta que, en 1785, un terremoto destruyó la ermita… dejando únicamente en pie este fresco.

Entonces, el rito mutó en mito. Convirtiendo así a las madonnas incintas en un símbolo que ahora, en cambio, no resulta tan habitual ver. Las hay, claro. Pero, entre las afamadas Virgen del Pilar, Virgen de Covadonga, Virgen de Montserrat, Virgen de África y Virgen del Rocío, entre otras, apenas hay una mínima referencia a las grávidas.

“Personifican la espera del nacimiento de Jesús y la importancia de la familia en la tradición cristiana. Esta iconografía comenzó a representarse en Occidente durante los ciclos marianos, a partir de una escena en la que María visita a su prima Isabel”, mantiene Clementina Calero, profesora de Historia del Arte en la Universidad de La Laguna. Según el Evangelio de Lucas, tras un saludo en el que su vientre se estremece, ésta le aseguró: “Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres… incluido tu hijo. ¿Quién soy yo para que venga a verme la madre de mi Señor?”.

Desde entonces, han ido aflorando imágenes que plasmaban un momento tan trascendente como poco escenificado. Si bien la obra más antigua data del siglo IV, hubo que esperar hasta la Baja Edad Media (s. XIV y XV) para que aparecieran de forma más recurrente. Algunas, incluso, demasiado explícitas para no sembrar interrogantes. Entre sus autores, Bernardo Daddi, Antonio Veneziano, Rossello di Jacopo Franchi, Taddeo Gaddi, Bartolomeo Vivarini…

Honestidad y pudor

Su popularidad en la Toscana se diseminó por otros destinos, con especial incidencia en la Corona de Castilla y el Reino de Portugal. A este lado del Mediterráneo, sobre todo, la figura se extendió a través de paisajes relacionados con la Anunciación y la Visitación. En España, por ejemplo, unas de las tallas más emblemáticas es la Virgen de la Esperanza (s. XV) que conserva el Museo del Arte de Girona: se trata de una escultura dedicada a una María sentada en el trono mientras luce una avanzada tripa. En función de la zona, éstas han recibido nombres variopintos como Virgen de la Expectación, Virgen de la O, Virgen de la Esperanza, Virgen de la Cinta y Virgen de la Encarnación, algunas de las cuales se localizan en León, Zamora, Toledo, Tenerife, Burgos…

Sin embargo, hubo un instante en que su producción prácticamente desaparece: el Concilio de Trento, una asamblea liderada por el papa Pablo III para intentar resolver la crisis en la que estaba sumido el Vaticano tras la Reforma protestante.

“En la sesión celebrada el 3 y el 4 de diciembre de 1563 se emitió un Decreto que recomendaba dotar de mayor honestidad y pudor a las representaciones de Dios, la Virgen y los Santos. En consecuencia, ciertas imágenes fueron destruidas por considerarse irrespetuosas”, sostiene Patricia Andrés, investigadora del grupo Arte, poder y sociedad en la Edad Moderna de la Universidad de Valladolid. Fue, en definitiva, un acto de censura velada que determinó que “no se pintaran ni adoraran con hermosura escandalosa”. Es decir, la Iglesia se preocupó por retirar aquellas interpretaciones carnales que pusieran en jaque el carácter divino de Jesús, sustituyéndolas por las secuencias de dolor, humillación y sufrimiento tan presentes hoy.

Esto, en definitiva, provocó la progresiva desaparición de las abrideras en el arte. “Aunque así sucedió, es verdad que se han descubierto casos posteriores en Tui, Valencia, San Juan de las Abadesas…”.

Herir sensibilidades

Detrás de este cambio de paradigma había también una razón didáctica: acercar estos personajes al pueblo. Y, por tanto, convertirlos en modelos a seguir. Un punto de vista que, tal y como subraya Tomás Ibáñez, historiador de la Universidad Complutense de Madrid responsable de la investigación Anunciación preñada, regresa en los siglos XVIII y XIX: “La presencia física del embarazo resultó demasiado cruda para la sensibilidad del clero de la época, lo que motivó la retirada de estas manifestaciones. Un ánimo que pudo generalizarse y prolongarse en el tiempo, pues varios estudiosos no ocultaron su rechazo. De hecho, en sus trabajos, podemos leer cómo se refieren a ellas de manera despectiva”.

Como curiosidad, estas vírgenes no han ocupado espacios diferentes al de otras creaciones: suelen hallarse en catedrales, siendo escasa su presencia en monasterios. Además, mientras que en Castilla y León están situadas en el interior de los templos, en Galicia han optado por sus fachadas.

La conclusión es obvia: existen, pero sólo hay que aprender a buscarlas. Aunque la Iglesia marcó distancias con ellas, el arte ha sabido sacarlas del rincón oscuro donde han permanecido para devolverlas al imaginario colectivo. Puede que no deslumbren con tanto brillo como las Marías más clásicas. No es una cuestión de vestimenta ni de color de piel. Va más allá. Tal vez no coronen ningún paso esta Semana Santa. O, quizá, no sea consciente de que están ahí.

La explicación es compleja, pero Ibáñez intenta darle respuesta: “Porque no todas han llegado hasta la actualidad y, en parte, porque no esperamos encontrarlas. Hasta que no empecé a analizar este tipo de imágenes no me di cuenta de que había un número mucho mayor del que esperaba. Algunas están en entornos rurales, otras en pinacotecas. Están ahí, pero no somos consciente”. La fe es así: hay que creer.

[object Object]

Aquí la respuesta es clara: no hay imágenes que muestren el parto de María. “Jamás. Las escenas reflejan el nacimiento en Belén, la adoración de los pastores, la llegada de los Reyes Magos…”, apunta Calero. A lo que Andrés añade: “No obstante, antes del siglo XIV, la Natividad de Jesús contaba con elementos que aludían a ello, como las parteras o el baño del Niño”. Por contra, el arte contemporáneo sí se ha atrevido a abordarlo: la fotógrafa Natalie Lennard ha sido pionera en este sentido. “Con su consecuente polémica entre determinados sectores. Lo más parecido que hemos tenido en Occidente son las representaciones medievales anteriores a las revelaciones de Santa Brígida. Ella fue una aristócrata sueca que reconoció haber tenido varias visiones protagonizadas por Cristo y María. En una de ellas, la habría visto pariendo de rodillas y sin dolor, procediendo a dorar al Niño de inmediato”, subraya Ibáñez. Es por ello que, desde entonces, en muchas recreaciones del Nacimiento observamos esta tabla.