Entrevista

Francisco Rico, escritor: "No he sido obediente, pero tampoco he sido díscolo"

Siempre fue un placer, y un reto, hablar con este genio de la lengua española, académico de la RAE, que acaba de publicar un libro sobre Petrarca

El escritor y académico de la RAE Francisco Rico, fotografiado en el jardín de su casa en Barcelona.

El escritor y académico de la RAE Francisco Rico, fotografiado en el jardín de su casa en Barcelona. / / RICARD CUGAT

Juan Cruz

Juan Cruz

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En el extrarradio, donde una vez lo vi afeitarse como si estuviera hablándole en latín al espejo, ahí está, esperando al periodista, Francisco Rico, un genio de la lengua españolaAmigo de todos los que ahora ya son memoria de la generación de Juan Benet, a la que él pertenece desde joven (Rico tiene 83 años, edad en la que reside ahora su escepticismo), ha dedicado su vida a dialogar con Petrarca o con Dante o con Cervantes, aunque aquellos italianos no se hablaron demasiado entre sí, y de todo lo que sabe mucho habla lo justo, porque tampoco quiere hablar demasiado de nada.

Así que, ahora que Arpa le publica un volumen de estudios suyos sobre su antepasado más querido, Petrarca, abre la puerta, señala con el dedo el camino que sigue, y es, desde el principio de la conversación, el mismo Rico que siempre pareció, como aquellos Beatles de Qué noche la de aquel día, dispuesto a romper cualquier protocolo. Gruñe algo que tiene que ver con el tiempo que hace, o con el tiempo en el que está, y luego termina el almuerzo, al que llega como los ingleses a la cena: temprano y tarde a la vez.

Está afeitado, de modo que ahora ya no habrá otra vez escena del espejo, y me hace sentarme ante él, señala libros ajenos que le ayudan a recordar en la entrevista, acaba escrupuloso su ceremonial de comida, y ahí estamos, en la cocina en la que luego, palabra por palabra, va desgranando su gusto o su disgusto por esta vida a la que a veces acude a regañadientes.

Elegante fumador, no deja que un cigarrillo se apague sin tener ya dispuesto el otro, pero ni el periodista ni el ambiente sienten que sea excesivo su consumo, ya que jamás, en toda la conversación que duró un buen rato, él hizo que el humo no fuera nunca un objeto agresivo. Parece, más bien, como la señal de un espejo que le viene a él directamente a los ojos.

Éstos, los ojos, son los de Rico de siempre, cuando acepta lo que estás diciendo mientras, muy suave pero terminante, su sonrisa de catedrático te va poniendo en tu sitio: que así no es, que así no fue, pero ¿tú estás tonto o qué? Y luego ríe como un muchacho que estuviera ya de vuelta de la vida, pero que sigue siendo quien fue hasta callado.

El libro que ha publicado Arpa nos sirve de leitmotiv, y a veces él se refiere a él y casi lo deletrea. Alardea, si es que esa palabra es lícita dicha en positivo, de que ya recuerda poco, o nada, pero basta que pasen los minutos en esa cocina que nos acoge para que sea minucioso en el dato y terrible, o amoroso, en el desdén o en la gana.

Siempre fue un placer, y un reto, hablar con Francisco Rico, genio de la lengua española. El periodista ahora deja la puerta de la cocina abierta para que ustedes oigan todo lo que él dijo ante las preguntas que le fuí proponiendo. Empezó quejándose, de cualquier cosa que estuviera pasando, pero ante la belleza de su casa, y de su barrio, aquel en el que lo vimos desvestirse el torso, el periodista le dijo que de eso no se podía quejar. Entonces de qué te quejas. Por ahí empezamos, pues.  

De belleza no se queja. ¿De qué se queja?

De todo lo demás.

¿Qué es todo lo demás? ¿El trabajo?

No, el trabajo no.

¿De la salud?

Bueno, salud tengo. Pero a veces no recuerdo las cosas. Bueno, no sé muy bien qué decirte. Pero sí: me quejo de ese aspecto mental que no acabo de controlar.

Pero, por ejemplo, si yo le pregunto por el Quijote, ¡cómo no te vas a acordar!

Si me preguntas algo concreto del Quijote, tal vez. 

¿Qué te puso a ti en la pista del Quijote?

Pues Riquer, supongo. Martín de Riquer. A ver que recuerde…. ¿Cómo fue? No sé. Quizá me encargó algún trabajo y me habló del Quijote.

¿Cuándo leyó por primera vez el Quijote?

Pues muy pronto, antes de poder apreciarlo de verdad. No sé, tendría 14 o 15 años y me lo regaló una amiga. Y no me llamó mucho la atención. Pero fue una lectura que hice íntegra. De eso sí me acuerdo.

Luego ha leído el Quijote para hacer varias ediciones del Quijote.

Creo que no lo he leído de principio a fin otra vez. Bueno, no te fíes mucho de lo que te diga, porque tengo la memoria muy para allá.

Me gusta escribir bien y, sí, procuro escribir bien

Desde Riquer siempre ha estado entre sabios. ¿Qué le dio esa vida con los sabios?

No sé de dónde sacas ese término: vida con los sabios.

Bueno, porque se ha especializado en ese libro que revolucionó la literatura y lo sabe todo sobre él.

¿Ah, si? 

Sí, sí. Y ha estado también en el ámbito de la sabiduría con Jaime Gil de Biedma, con Juan Benet, con Javier Cercas, con Javier Marías, con Muñoz Molina. ¡Es que está rodeado de sabios!

Puede ser que sí. No diré que he vivido con ellos, pero he estado en contacto con ellos. En muchos casos, sí.

¿Qué le han dado ellos?

Pues quizá que me he sentido bien estando con ellos. Sí, eso.

Eso es gratitud.

Pues sí. Pero… en realidad no me han enseñado tantas cosas, aunque sí me he acercado a ellos. Puede haber aprendido cosas concretas, muy concretas. Preguntas que no sé formular ahora, pero que están ahí.

¿Cuál ha sido el personaje más sabio que a le ha enseñado cosas?

No sabría decirte. Tal vez Riquer. Quizá Cervantes o Don Quijote. No lo sé. No tengo idea.

¿Recuerda el primer día que fue a la escuela o a la universidad y que allí quizá se dio cuenta de que iba a aprender?

Yo fui muy joven al colegio. A los tres años, o sea temprano. Porque vivía enfrente del colegio, solo tenía que cruzar la calle Balmes y aprendí a escribir. Aprendí a escribir con una maestra.

Eso sería algo maravilloso.

Sí. La verdad es que me gusta escribir bien y, sí, procuro escribir bien. Me gusta escribir bien.

Leyendo y escribiendo se hizo sabio.

Bueno, será sabio en unas cosas y en otras no. Pero la sabiduría es no dudar, no preguntar. Ir al grano, diría yo.

En este libro sobre Petrarca hay mucha seguridad. Habla de alguien que vivió en el siglo XIV y, sin embargo, todo está aquí puesto con una seguridad que sólo pueden tener los sabios.

Pues sí, seguramente sí. Curiosamente yo he estudiado más, he leído más, sobre el Petrarca de prosa que el del verso. Lo del verso lo doy un poco por obvio, por sabido. Y además no me satisface. Petrarca tiene un epistolario en latín que se entiende muy bien. Son 24 tomos de cartas que es lo que más se parece al ensayo moderno, pero no siempre, porque muchas veces lo que hace es variar repertorios de cosas, enciclopedias. Esos estudios quieren ser exhaustivos. Por ejemplo, si ha mencionado un pájaro, pues pone todas las veces que ha encontrado las menciones de ese pájaro.

La sabiduría es no dudar, no preguntar. Ir al grano, diría yo

En eso se parece un poco a usted, ¿no? Porque usted es también muy minucioso.

Tal vez sí.

En este libro sobre Petrarca hay dos aspectos. Uno es el diario de Petrarca, por así decirlo, todo lo que fue haciendo. Y luego está su análisis de cómo él afrontaba las épocas y a los otros. Y de todos hay memoria, entre comillas, simpática. O sea, como si usted hubiera estado con ellos.

No te digo que no. Pero Bocaccio, sobre todo, es más cordial que Dante.

A Boccaccio le dejó Petrarca encargado un traje para que no pasara frío.

Sí, Boccaccio era juguetón, le pasaba las faltas, le quería bien, y escribía de todo lo que encontraba y lo hacía sin orden ni concierto.

La pasión que usted, y en este caso, el pintor Miquel Barceló tiene por Laura [el amor de Petrarca] es, digamos, paralela a la que tienen ambos por Petrarca, ¿no?

Hombre, del caso de Laura nosotros no sabemos nada, no sabemos si existió. Es posible que sea solo una mujer. Tal vez su mujer. La mujer de Petrarca. Es posible que fuera un símbolo que reunía todos los aspectos positivos de las mujeres que había encontrado Petrarca. No hay ninguna garantía de que fuera la mujer de Petrarca. O es la esposa o puede que haya sido la otra.

¿Qué le llamó primero la atención de Petrarca? ¿Por qué le ha dedicado tanto tiempo a este personaje de la historia?

Pues posiblemente por Riquer. ¿Como decirlo? A ver: había leído en alguna parte un fragmento de Petrarca. Entonces él compró para la biblioteca del departamento varios libros sobre Petrarca. Y luego me encargó que yo hiciera un cancionero. O una versión del cancionero. Y, efectivamente, hice el cancionero. Lo edité partiendo de una traducción del siglo XVI bastante floja, por no decir rotundamente mala, de Enrique Garcés.

¿Y cumplió el encargo? Porque usted nunca ha sido muy obediente.

No, pero tampoco he sido díscolo. Y casi siempre he encontrado algo positivo al hacer ese tipo de cosas y me he metido en ello. Aquí, por ejemplo, hay un artículo largo sobre el Ripoll, para un folleto que hacía Lamarck, que fue un encargo. A ver. Luego me fui metiendo porque me interesaba.

No me gustaría parecerme a Javier Marías ni a Pérez-Reverte. Maldita sea, para nada

El lado más borrascoso de la pasión de Petrarca fue el amor. Ese es el aspecto que más le interesó en su trabajo sobre Petrarca, ¿no?

Bueno, sí. Porque era el primer camino conocido. Y, en ese sentido, pues casi más personal, más feliz.

Petrarca también se pasaba el día viajando a Milán, a Aviñón, a todas partes.

No creas. Lo que pasa es que refleja su experiencia menos habitual. Y son los viajes, claro.

Luego tenía épocas de cierto recogimiento. Y le gustaban mucho el campo y la vida solitaria.

Sí, sí, es evidente porque, entre otras cosas, él estaba muy atosigado por sus admiradores que le querían ver. Querían saber cosas. Una parte de esas cosas las satisface la curiosidad en sus cartas. Pero evidentemente había mucho más.

¿Usted ha tenido la tentación de parecerse a los personajes sobre los que ha escrito, a Petrarca o a Cervantes, por ejemplo?

Yo trato de hacer puentes entre ellos y yo. Aunque… Petrarca por ejemplo tenía una mirada del mundo serena, no se exaltaba en absoluto. Veía las cosas con una objetividad increíble. Y yo no tengo esa cualidad. Pero por otro lado….

Petrarca. Es un nombre que escribió tanto y que viajó tanto y además siempre estuvo buscando asuntos a los que referirse.

Bueno, era inevitable que fuera así porque sabía distinguir muy bien lo que había de singular en los personajes y en los lugares, y entonces se fijaba en ello y escribía sobre ello.

Dice que el cancionero de Petrarca es una historia de amor. La historia de una pasión constante y jamás domada. Y que las cartas de Petrarca forman parte de una voluntad de creación de una aristocracia del espíritu.

Sí.

Era un hombre moderno, en ese sentido.

No, porque él pertenecía a una aristocracia que no pensaba en el común de la gente.

Sin embargo, usted dice que, implicándose en cuerpo y alma, concibió una nueva cultura. Ahí había una un compromiso con la sociedad, ¿no?

Sí, con la sociedad y consigo mismo. Que todos fueran como él, podríamos decir.

Cuando quiero a alguien, lo quiero bien y lo trato bien en particular

¿Entonces solo era un egocéntrico?

Un sujeto egocéntrico. Bueno, ¿por qué no? Eso no quiere decir que esa faceta sea lo único que lo represente, eh.

¿En qué manifestaba su ego?

Pues en las cosas que escribía con seguridad. Cuando veía una cosa sabía muy bien de qué se trataba. Así, en general.

¿Y Paco Rico también es así?

Bueno, pues puede ser.

¿A quién de todos los personajes de los que ha escrito le gustaría parecerse? ¿A Petrarca, quizá?

No, no, para nada. Para nada. Si acaso…. a Cervantes. Pero este era imperturbable. Veía las cosas con una extraordinaria claridad y no se descomponía. No se desvelaba por nada.

¿Y de los contemporáneos?

Pues chico, no lo sé. Quién sabe.

Supongo que ni a Javier Marías ni a Pérez-Reverte.

Desde luego. Ni a Javier Marías, ni a Pérez-Reverte. Maldita sea, para nada.

Usted parece arisco, pero tiene una enorme ternura.

Sí. Cuando quiero a alguien, lo quiero bien y lo trato bien en particular.

En el caso de Petrarca habla de todo lo que hizo y parece estar hablando de un personaje contemporáneo.

Hombre, trato de aproximarlo a nuestros tiempos y para ello debemos aplicar un poco el mismo método que para alguien conocido o admirado. Heráclito decía: Yo que tantos hombres he sido, no he sido nunca aquel en cuyos brazos desfallecía apacible alguno.

Petrarca tenía, dice usted, la solidez de un proyecto cultural. Es decir, no era alguien que se ponía a hacer solo su obra, sino que estaba implicando a los demás.

Sí, claro, eso es la historia del humanismo. El humanismo es eso, extender el método de Petrarca, al menos el básico, el que le forma, el que refleja en lo que escribe en otros autores.

Pero, Paco, en casi todo lo que hace Petrarca lo convierte en su tiempo en un famoso como los famosos de ahora. Por eso podría decirse que es muy contemporáneo de nosotros.

Bueno, eso lo dices tú. Pero él sabía que no iba a tener discípulos o seguidores, pero estaba en contacto con los grandes de su época, con los personajes clave de su época y él también se convirtió en un personaje de esos.

Yo soy vanidoso. Pero no es una vanidad indiscriminada. Es una vanidad motivada por quien puede dármela

Ese apetito de gloria es también común, en definitiva, en los escritores y en los artistas.

Él eso lo quería en un sentido muy concreto. Es decir, como representante o figura emblemática de un cierto tipo de saber. Eso es lo que él buscaba o esperaba.

Hay una definición suya de la figura de Petrarca: El individuo excepcional, consciente de sí mismo, sabedor de cuantos intereses lo solicitan, dispuesto a abrir el diálogo en la escritura con lo viejo y lo nuevo.

¿Y qué quieres que añada?

Que me diga si ese también es Paco Rico.

No, no necesariamente. Hombre, todos mis libros o casi todos mis libros, tienen una versión light de eso, pero no lo he buscado especialmente, en absoluto.

¿Cómo se lleva usted con la vanidad?

Yo soy vanidoso. Pero no es una vanidad indiscriminada. Es una vanidad motivada por quien puede dármela. ¿No es el aplauso del necio lo que me hace ser partícipe de un cierto tipo de vanidad? Claro.

¿Cómo es ese cierto tipo de vanidad?

Un cierto tipo de vanidad. Hombre, si no, no escribiría, eh. Y hay cosas que yo no las escribo o las dejo pasar, como ese libro sobre el secreto que no sé si acabaré. Es una vanidad que se justifica, creo yo, por la persona o las personas con quienes puedo decir que me siento a gusto.

En la descripción del huerto milanés de Petrarca hay también una explicación del ensimismamiento. ¿Usted ha necesitado también un ensimismamiento para cultivar su propio huerto?

No, no, no.

Yo he escapado mucho del mundanal ruido. No he querido publicar cosas de mucha divulgación, por ejemplo. No, no me ha interesado ese público

¿A veces ha sentido que necesita escapar del mundanal ruido?

Hombre, sí. Y he escapado. Yo he escapado mucho del mundanal ruido. No he querido publicar cosas de mucha divulgación, por ejemplo. No, no me ha interesado ese público.

De todo lo que ha publicado, ¿qué le representa más?

Quizá uno que…. ahora no sé cómo se titula. Es uno que ya está en un proyecto de Obras Completas del que salieron siete volúmenes, creo, y que era sobre el pequeño mundo del hombre, quizá. Porque es un relato corrido muy completo de ese tema en España y fuera de España, secundariamente fuera de España.

¿Y no ha sido ser el editor de Cervantes lo más grande que ha hecho en su vida?

Bueno, aquí estoy hablando de la edición física del Quijote mío que ha hecho y que ha publicado la Academia y al que tengo mucho cariño. Vale, pues quizá es lo mejor que he hecho para el disfrute de todos.

Dice que los buenos libros los escriben siempre autores maltratados, tristes y desencantados, porque si están contentos no escriben nada.

Eso sí, algo de eso. Porque si estás feliz y contento y satisfecho de ti mismo, no tienes ninguna necesidad de dar la lata al personal.

Y por eso dice que hay que ser un poco salvaje para escribir bien.

Sí, sí, desde luego. Antes era yo más artificial, más barroco, por decirlo así. Antes no te digo que hubiera puesto por delante a Góngora respecto a Cervantes, porque Cervantes entraba ya entonces en otra categoría. Pero sí. Me ratifico en lo dicho.

Si estás feliz y contento y satisfecho de ti mismo, no tienes ninguna necesidad de dar la lata al personal

Rosa Mora le preguntó en El País por lo que piensa o siente el lector. Por qué le gusta este o aquel libro. El lector es el punto de destino de la literatura, le dijo usted a Rosa Mora.

Ya. Pues es así. Principio uno: escribe para el lector.

Paco, ¿quiénes son los escritores contemporáneos que se han podido acercar al gusto que usted mismo ha tenido como lector?

Pues mira, de los muy cercanos no hay mucho que decir. Pero Galdós, desde luego. Y después de Galdós, Baroja. Y después de Baroja… No sé, no caigo ahora o no sé decirlo.

De sus amigos: Marías, Benet, etcétera.

Ni Marías ni Benet, desde luego. No, a Marías no lo he leído.

Eso no se lo creo.

Es verdad. Yo he sido un buen amigo de Javier Marías. Pero no he sido su lector.

¿Y de Benet?

Tampoco.

Pero amigos sí.

Sí, muy amigos. Benet fue mi mejor amigo, en cierto sentido.

¿Y su vecino, Javier Cercas?

Pues me parece muy bien. Aplaudo lo que escribe, pero no soy un entusiasta.

¿Para qué autor guarda el entusiasmo de leer?

Me gusta mucho Josep Pla. Escribe en un género indefinido. Me gusta. También aprecio mucho a Eduardo Mendoza. Porque siempre es divertido y original. Y, mira, aquí tengo un libro de Eduardo. Cuando es novedad, es lo primero que leo.

Para mí el Festival de Eurovisión no existe. No existe en absoluto. Sí sé que ahora hay una zorra y eso, pero...

Es muy divertido.

Bueno, no sé si tanto. He leído dos páginas y no encontré nada gracioso. Cosa que me sorprende, pero es así. Dos páginas de Eduardo sin que haya nada que me ha llamado la atención. Hay una frase… no sé si es donde le dice a la secretaria que le abre el informe y le dice que lo tire. Eso es muy divertido.

Le he pedido a dos autores a los que aprecia, y le aprecian, que me hagan preguntas para usted. Estas son dos que le hace Álvaro Pombo: Si se viera forzado a permanecer en una habitación 24 horas seguidas durante 365 días con una persona a la que el humo del tabaco hace toser, ¿qué haría?

Dejar que se jodiera.

Y él repregunta: ¿Dejaría de fumar? ¿La mataría?

Tampoco. No es para tanto. Seguiría fumando y ya está.

La siguiente pregunta de Álvaro: Si se viera forzado a elegir excluyentemente entre escribir y leer, ¿qué elegiría?

Hombre, leer. Desde luego.

Ahora viene la de su amigo Eduardo MendozaDice: Profesor Rico, ¿cómo se posiciona usted con respecto al Festival de Eurovisión?

Para mí el Festival de Eurovisión no existe. No existe en absoluto. Sí sé que ahora hay una zorra y eso, pero...

Una canción que se llama Zorra.

Eso. Que hay una canción que habla del resignificado de zorra.

¿Y qué preguntas se sigue haciendo usted?

Yo me pregunto muchas cosas. Por qué esto está ahí, por qué. Por qué se le hace caso. Por qué. Es que ya casi nadie se pregunta por qué.

Gracias, Paco.

De nada, hijo.

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Francisco Rico

Arpa Editores

180 páginas

18,90 euros