Música clásica

El esteticista ‘Mesías’ de Wilson

El oratorio de Händel, en la versión de Mozart, llegó en una pictórica puesta en escena del ‘regista’ estadounidense Robert Wilson

‘El Mesías’ EN EL Gran Teatre del Liceu

‘El Mesías’ EN EL Gran Teatre del Liceu / G. T. Liceu - David Ruano

Pablo Meléndez-Haddad

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Demás está decir que el oratorio ‘El Mesías’, estrenado en 1742 por el rey del Barroco Georg Friedrich Händel, es uno de los más populares del repertorio, si no el que más. Le avalan un libreto perfecto y una partitura que es un auténtico patrimonio de la Humanidad. La belleza de sus arias, de sus coros, es incomparable y difícilmente superables por otras creaciones del propio ‘caro sassone’. El Liceu, adscrito ya a la moda de teatralizar obras sinfónico-vocales como esta –tras el olvidable ‘War Requiem’ de 2021–, ahora se adelanta al espíritu de la Semana Santa con la versión de esta piedra angular de la historia de la música que el inconfundible Robert Wilson escenificara en Salzburgo en 2020.

Obra fundamental del cristianismo sobre la concepción, el nacimiento, el martirio y la resurrección de Jesús –aquí ofrecida en alemán y en la particular orquestación de Mozart de 1789–, el 'regista' estadounidense intenta llevarla a un terreno netamente espiritual, más allá de todo dogma, empresa obviamente imposible, ya que el texto dice lo que dice. Para ello Wilson impone una puesta en escena esteticista y voluptuosa, coincidente con el espíritu de 'El Mesías', una joya cuya belleza se apega al hedonismo en su máxima expresión; su escenificación (de una obra concebida para no ser escenificada), en todo caso, no molesta demasiado si se tiene en consideración el minimalismo gestual y dramatúrgico que impera en los trabajos de Wilson, responsable también de la escenografía e iluminación (el lujoso vestuario es de Carlos J. Soto y los vídeos de Tomasz Jeziorski). Por eso sobran las notas de humor del tenor (pasitos de baile incluidos), del astronauta o del dúo sobre la muerte y, claro, la coreografía a cargo de Alexis Fousekis. Sí bastaba con un 'Mesías' pintado de colorines.

Queda claro que en este oratorio lo importante es la música, el canto florido, el trabajo de la masa coral y la dirección musical. Josep Pons, nada afín al ámbito del Barroco, pero sí al mozartiano, consiguió un loable desempeño de la Sinfónica liceísta, que controló la partitura sin mayores dificultades, pero la concertación no siempre funcionó: el tenor se escapaba y el coro hizo subir los colores en "Wie Schafen ge'n" ("All we like sheep").

Los solistas venían del ámbito barroco-mozartiano y, por lo mismo, sus voces poseen escasa proyección, salvo por la siempre impresionante Julia Lezhneva, un lujo en lo expresivo, en las coloraturas y en el ornamento en general, mientras que el atractivo timbre de Kate Lindsey llegó lastrado por su escaso volumen. El tenor Richard Croft cumplió con entera corrección y el bajo Krešimir Stražanac aportó una voz de hermoso color, pero tropezó en los agudos, gallo incluido.

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