Crítica de 'El clan de hierro': mártires del cuadrilátero

El ‘wresting’ profesional tiene más de teatro que de auténtico deporte, pero está sobradamente demostrado que quienes lo practican a menudo acaban sufriendo secuelas físicas y psicológicas muy reales. Puede que nadie pagara un precio tan alto por su éxito en esa industria como los Von Erich, una dinastía familiar que alcanzó la celebridad antes de ser golpeada por una sucesión de tragedias.

Mientras contempla ese declive, el tercer largometraje de Sean Durkin funciona a modo de sincera dedicatoria. Observa el mundo del ‘wrestling’ con seriedad y sin condescencia e incorpora secuencias de lucha vistosas e impecablemente coreografiadas, y logra contagiarnos el afecto y la estima que siente por sus personajes, jóvenes destruidos por el poder devastador de la autoridad paterna.  

Durkin, asimismo, se muestra menos interesado en generar melodrama que en envolver la película de atmósfera fúnebre, y resulta más eficaz en ese cometido que a la hora de dotar a los vástagos Von Erich de algo más que músculo e infortunio; se echan de menos escenas de interacción fraterna capaces de aportarles hondura e ilustrar la intimidad y el detalle del vínculo entre ellos.

A causa de ello, en su segunda mitad ‘El clan de hierro’ se dedica a avanzar apresurada de un desastre al siguiente y, pese a que Durkin omite por completo del relato a uno de los malogrados hermanos, acaba ofreciendo un mero inventario de traumas en lugar de un drama humano realmente abrumador.