Entrevista

Stephen Graham Jones: "El miedo nos hace sentir humanos"

Uno de los autores más reconocidos en los últimos años en el género de terror literario nos explica por qué cree que los lectores y espectadores de cine disfrutan sufriendo. Y de cómo su pertenencia a la nación indígena americana de los pies negros aparece en su escritura. Acaba de publicar en España 'Mi corazón es una motosierra'

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Stephen Graham Jones, en Barcelona

Stephen Graham Jones, en Barcelona / Ana Puit

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Stephen Graham Jones (Midland, Texas, 1972) colecciona premios Bram Stoker y Shirley Jackson, las medallas al honor en el género de hacer que el lector dude en apagar la luz al acostarse. Aunque su popularidad se ha disparado con sus últimas novelas, ‘El único indio bueno’, ‘La noche de los maniquís’ y la recién publicada en España (como las anteriores, por la editorial especializada La Biblioteca de Carfax y en traducción de Manuel de los Reyes) ‘Mi corazón es una motosierra’. Este miembro de la nación india de los pies negros acaba de pasar por Madrid y Barcelona. Profesor de Literatura en la Universidad de Colorado, tiene también mucho qué decir sobre el género que cultiva.

¿Qué placer encuentra la gente en pasar miedo?

Mucha gente se ha preguntado eso a lo largo del tiempo. Creo que hay dos placeres distintos que obtenemos al tener miedo. Durante millones de años evolucionamos en la sabana de África. Sin garras, sin colmillos, sin poder volar. Rodeados de cosas con mucha hambre para la que no éramos más que ‘snaks’. Se nos quedó impresa en nuestro cerebro esa consciencia de que en la oscuridad hay cosas con dientes que nos quieren devorar. Hoy vivimos con luz que llega a todos los rincones, en un mundo limpio y seguro. Pero todavía tenemos instalado ese cableado dentro de nuestra mente para el horror, el terror, el miedo. Ese subidón de miedo nos hace sentir humanos. Sentimos que somos nosotros mismos por un momento. La segunda razón es que no es quizás no sea tanto el miedo lo que nos haga sentir bien. Es lo que sucede después. Como cuando pones una cámara de visión nocturna en un cine: están viendo una película de terror, algo terrible sucede en la pantalla y todos saltan hacia atrás, se encogen y se cubren los ojos. Pero unos diez segundos después, sonríen y se relajan. Es ese sentimiento de estar vivo, de haber sobrevivido.

Es lo que hace la ‘final girl’, el prototipo del cine que tiene obsesionado a la protagonista de ‘Mi corazón es una motosierra’. Sobrevivir.

La ‘final girl’ es la única que siente esa oleada de alivio. En los años 70 y 80, la ‘final girl’ era la que tenía suerte de no haber sido asesinada. Y en los 90 seguía peleando, corriendo y gritando para sobrevivir. Pero empezó a convertirse en un personaje que llegaba a la historia con un trauma, y que cuando el carnicero empieza a perseguirlos a todos se transforma, lidia con sus problemas y se enfrenta a ellos. Desde el terror italiano de los 60 o ‘El resplandor’ la ‘final girl’ ha pasado por tantas versiones: erudita, atleta, princesa, reina del baile… No creo que tengan que ser tan perfectas, su función es proporcionar un modelo sobre cómo resistir a los agresores, cómo sobrevivir a los ‘bullies’ que tenemos en nuestra vida y nos dominan, desde jefes a cónyuges, pero en el que podamos encajar. En mi novela, Jade [una estudiante que trabaja de limpiadora, fanática del ‘slasher’, con trastornos que la llevan a autolesionarse] no siente que esté a la altura.

La fantasía lleva años convirtiendo los héroes en antihéroes. Usted trabaja con una anti-final girl.

No me lo había planteado así. Me gusta.

En su novela Jade escribe un ensayo sobre el género ‘slasher’ para su profesor y lo va intercalando entre capítulos. ¿Una guía para que el lector no se pierda en su avalancha de referencias pop?

Esos textos no aparecieron en la novela hasta muy, muy tarde. No quería que el libro se dirigiese a un club exclusivo de personas que conocieran todas estas referencias pero tampoco explicarlo todo, así que esos textos me dieron la manera de hacerlo.

Las secuelas de las series de terror son casi un subgénero en sí mismas. A veces improvisando, rescatando personajes de forma inverosímil. ¿Estaba pensada su última novela como la primera de la trilogía como finalmente será?

Nunca planeé hacer una secuela. Cuando estábamos haciendo las últimas revisiones con mi editor, me dijo: ¿y qué pasaría si no todos mueren? Le dije que llevaba ocho años escribiendo el libro, y que estaba seguro de que todos morían. Insistió durante dos o tres semanas, me enfadé y escribí un final donde no todos murieran para que viera que no funcionaba. Y él tenía toda la razón. Y así podíamos hacer una secuela, ¿ves? Tuve mucha suerte.

Tras casi 30 libros publicados, ha empezado a llegar al gran público. ¿Qué ha cambiado? ¿Su manera de escribir, los intereses de los lectores, la suerte…?

Probablemente todo ello. Seguramente más la suerte. Mi primera novela fue en el 2000, iba a eventos, daba conferencias y me preguntaban no sobre la novela sino sobre la cultura indígena americana. Y me di cuenta de que estaban usando mis libros como lente para observar esa cultura. Y no me gustó. Así que decidí hacer novelas de hombres lobo, novelas de terror, novelas de vampiros, novelas de zombis. Y al mismo tiempo, novelas literarias, más experimentales. Era dos escritores al mismo tiempo. Pero en 2016 escribí ‘Mestizos’, y allí aproveché mi formación literaria para escribir una historia de horror con hombres lobo. En 2016, volví a ser un escritor. Y entonces seguí con ‘El único indio bueno’. También debo reconocer que en 2014 conseguí un nuevo agente literario y ella me guió.

Una escritora de la nación navajo, Rebecca Roanhorse, me explicó que en sus libros de fantasía posapocalíptica lo que quería era mostrar que su gente no era una cosa del pasado, sino que tenía futuro.

Rebecca es genial, es uno de los nuestros, sus novelas son increíbles. El objetivo de mis personajes indios americanos es que no seamos solo víctimas y buenos chicos. Que estemos en todo el espectro de personajes: malos, niños, lo que sea. Nos hace un flaco favor presentarnos solo bajo una luz favorecedora: debemos mostrar que somos un pueblo como todos los demás, con todo tipo de personas entre nosotros.

Pero en su caso a menudo fuera de la comunidad, de la reserva, en medios urbanos donde son una minoría, o están aislados. ¿Cómo es esta experiencia?

A menudo te ves como si fueras un embajador, pero normalmente no lo haces, así que lo que eso te suele hacer sentir como un traidor que se ha vendido para ganar dinero, que estás traicionando un poco a tu comunidad. Pero no podemos quedarnos todos en el mismo vecindario. la misma reserva, la misma comunidad. Tenemos que salir a todas partes. Es un arma de doble filo. Es genial tener una comunidad, pero también es genial estar en el mundo. Así que supongo que lo ideal sería que nuestra población creciera cada vez más: que seamos 20 o 30 millones en lugar de 7 y así empezaremos a ver nuestras caras por todas partes.

Por cierto. El cementerio indio es un tópico en el género de terror. ¿Por qué?

Creo que eso es simplemente el sentimiento de culpa de Estados Unidos. A este país no le gusta enfrentarse a su propio pasado, su propia historia sangrienta. Ese tropo del cementerio indio embrujado es como un recordatorio constante de que cuando retrocedes al pasado, ves tus propios oscuros secretos expuestos. En ‘Mi corazón es una motosierra’ quería darle la vuelta a eso. Y en lugar de un cementerio indio, hay una iglesia y un cementerio cristiano de 1870 en el fondo del lago Indio.

También hay junto al lago una urbanización de lujo.

Quería que estos ricos cruzaran el agua hasta un lugar que les pareciera bonito y lo llamaran suyo, que utilizaran su dinero e influencia para quedarse con una parte de ese paisaje prístino al otro lado del Indian Lake para llamarlo su nuevo mundo. En la trilogía de Indian Lake quiero escribir de ‘final girls’, de ‘slashers’, pero también mostrar esa urbanización como una empresa colonial fallida. Colonización, lo que en menor escala se llama gentrificación y a escala individual es posesión, de un cuerpo por un espíritu. Todo es la misma dinámica.

Hablando de colonización. Los géneros fantásticos están viviendo una descolonización de temas, enfoques…

Estoy totalmente de acuerdo. Y estoy muy emocionado de que eso esté sucediendo. Es como un ‘re-start’ desde múltiples centros. No tengo nada en contra de la versión eurocéntrica de la fantasía, con sus cotas de malla y espadas. Es divertido. Pero hay otras formas de hacerlo, como la de N. K. Jemisin, una reorientación que permitirá que estos géneros prosperen por mucho más tiempo porque no se volverán aburridos. Siempre habrá nuevo ADN llegando.

La fantasía se encara y reformula a Tolkien, en el campo del horror cósmico hay gente que se encara a Lovecraft introduciendo en su universo personajes afroamericanos casi como venganza como su racismo…

Como Victor Lavalle… pero a mí nunca me ha gustado mucho Lovecraft y por eso no siento la necesidad de rechazarlo, no es un fantasma que esté en mi mundo. Por supuesto ha sido importante, su sombra recorre todo el siglo XX, pero en lugar de luchar contra él prefiero seguir el modelo de Stephen King, ¿sabes?

A eso iba. En cambio veo que entre los nuevos escritores de terror Stephen King no es un referente ante el que rebelarse. Más bien un referente a seguir, como un padrino para las siguientes generaciones.

Así es con Stephen King. Ninguno de nosotros habla demasiado con él ni nada por el estilo, pero es realmente bueno. Todavía cree en el horror, nunca ha traicionado sus raíces, siempre vuelve al horror. Ahí es donde vive y respira y lo hace muy bien. Y lo ha estado haciendo durante tanto tiempo que creo que todos lo respetamos mucho. Sí, así es.