Ópera

Y ‘Turandot’ volvió a enamorarse

Regresó al Liceu la espectacular producción de Núria Espert que lo reinauguró en 1999, ahora renovada por la nieta de la actriz y con ‘happy end’

Elena Pankratova y Michael Fabiano en Turandot en el Liceu

Elena Pankratova y Michael Fabiano en Turandot en el Liceu / Liceu - Antoni Bofill

Pablo Meléndez-Haddad

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Cuando en 1999 se reinauguró el Liceu tras la pesadilla del incendio que lo destruyó en 1994 se decidió levantar el telón con la ópera que estaba programada y que el fuego frustró. Fue así como ‘Turandot’ de Puccini devino un símbolo liceísta. El entonces director artístico, Albin Hänseroth, encomendó una nueva producción a Núria Espert, que ya había debutado como directora de escena. Ese histórico montaje ahora ha regresado renovado por la nieta de la actriz, Bárbara Lluch, que la ha modernizado con mínimos detalles, aunque con un cambio importante: un final feliz. Sí, porque una de las aportaciones de la Espert radicaba en el suicidio de la protagonista contraviniendo los deseos del compositor, que quería a una Turandot redimida por amor.

Lluch, en cambio, permite que la princesa de hielo llore –como hacen los ministros en su escena– y hasta se derrita por Calaf, el príncipe que le adivina los enigmas que ella le plantea, acertijos con los que él se jugaba la vida pero que acierta, seduciéndola y acabando ambos felices. La abuela demostró ser, finalmente, más moderna que la nieta.

El resto de la propuesta se mantiene casi inalterable –se eliminan elementos de atrezo, se incorpora alguna idea, se retoca mínimamente el vestuario y se agiliza la dirección de actores–, manteniéndose en bodega junto a la ‘Turandot’ liceísta que ideara Franc Aleu y que inauguró la temporada 2019-20 celebrando el 20º aniversario del nuevo Liceu. Dos producciones de diferente concepto que permite una obra tan popular, y será sin duda enriquecedor la alternancia en la programación de ambas miradas.

Esta reposición de la ‘Turandot’ de Espert supuso el arranque de las celebraciones del 25º aniversario de la reinauguración, y se convirtió además en todo un acontecimiento al contarse con un reparto estelar y con un público lleno de caras conocidas. Tras el encendido de la iluminación navideña del teatro con los respectivos villancicos –a cargo de la Coral Càrmina– el presidente del Liceu, Salvador Alemany, recibió a los invitados entre los que pudo verse a Francina Armengol, presidenta del Congreso de los Diputados; a Anna Erra, presidenta del Parlament; a los consellers de Treball, Salut y Drets Socials; a los ‘expresidents’ Pujol, Mas y Montilla; o a los embajadores de Francia e Italia, además de otros representantes del mundo de la cultura, la política y los negocios.

La función transcurrió sin sobresaltos, con un correcto movimiento de masas y una dirección de actores muy cuidada; las coreografías de Marco Berriel cumplieron el objetivo y volvieron a fascinar la monumental escenografía del fallecido Ezio Frigerio (sin sangre en las piedras), el suntuoso vestuario de Franca Squarciapino y la sugerente iluminación de Vinicio Cheli, que se unieron a una interpretación con momentos inolvidables.

La directora de orquesta mexicana Alondra de la Parra debutaba el título y controló con suficiencia a los cuerpos estables de la casa, sin duda muy motivados, incluyendo la banda interna. El coro tuvo una gran noche, apoyado con eficacia por el Coro Infantil del Orfeó Català. Elena Pankratova en el rol titular descolló por el dominio del personaje y de su vozarrón, al que pintó de claroscuros con sugerentes pianísimos sin perder ocasión de imponer toda la potencia que el papel requiere. Modélico el Calaf del tenor estadounidense Michael Fabiano, con una voz de timbre solar, imponiendo un fraseo cargado de sentido dramático y brindando gran humanidad al personaje. La Liù de Vannina Santoni, de voz hermosa y expresiva, resultó débil en graves y proyección, aunque sus agudos en pianísimo funcionaron tanto como su escena final, mientras que el Timur de Marko Mimica mostraba plena madurez vocal, con agudos recios; su papel también es clave y aportó la necesaria rotundidad.

Completaron el reparto el discreto Emperador del legendario tenor wagneriano Siegfried Jerusalem, el excelente y sobrado Mandarín de David Lagares y los convincentes Ping, Pang y Pong de Manel Esteve, Moisés Marín y Antoni Lliteres.