Premiado en el World Press Photo 2023
César Dezfuli, fotoperiodista: "En Libia, muchos migrantes son secuestrados, vendidos y esclavizados"
Los dramas de Ucrania y Afganistán, protagonistas del World Press Photo 2023
FOTOGALERÍA | World Press Photo 2023
La terrible odisea de un niño soldado, narrada por dos Premios Nacionales
Anna Abella
Periodista cultural
En esta casa desde 1990. Periodista cultural. Buceando en el mundo de los libros desde 2005.
"Abdul era un joven guineano de 19 años que murió en un hospital de Italia en 2019. Arrastraba problemas pulmonares y de estómago, secuelas causadas por las torturas que sufrió en Libia antes huir de allí y cruzar el Mediterráneo" en una barca que en 2016 fue rescatada a la deriva por una oenegé, explica el fotoperiodista ‘freelance’ César Dezfuli (1991). Allí le fotografió, junto a otros 118 migrantes que buscaban una vida mejor en Occidente. Les pidió permiso, aún aturdidos y sucios. Apuntó sus nombres, edades y países de origen. Usó un mismo encuadre con el mar de fondo. Desde entonces, ha localizado a 105 y visitado a 75, documentando sus historias -las de antes de embarcarse y lo que ha sido de ellos tras ser repartidos por media Europa- y enfrentando aquel primer retrato con el actual. Con ese trabajo, ‘Pasajeros’, ha sido el único español que ha logrado un premio global World Press Photo 2023, en la categoría 'Formato Abierto'.
Dezfuli inauguró este jueves en el CCCB, junto a otro colega, el fotoperiodista aragonés Emilio Morenatti (ganador de una mención de honor por su trabajo sobre víctimas de amputación en la guerra de Ucrania), la exposición World Press Photo 2023 (hasta el 17 de diciembre), marcada también por temas como el cambio climático y el Afganistán de los talibanes.
"Quería aportar algo nuevo a tantas imágenes de migrantes anónimos, sin identificar, deshumanizados, vistos como una masa. Quise reflexionar sobre su identidad, mostrar sus rostros e historias y hablar de las rutas migratorias, que pueden durar meses y años, y de procesos de integración más o menos difíciles según el país al que son destinados", cuenta Dezfuli, que con sus retratos a tamaño real en exposiciones individuales en más de 20 países busca "confrontar la mirada de los migrantes con las del espectador, al que interpelan".
En las rutas migratorias, el 99% de mujeres son violadas. Hablé con personas obligadas por sus secuestradores a violar a mujeres y hombres delante del resto de migrantes
Del joven Abdul solo pudo visitar su tumba en su pueblo de Guinea. "Sus amigos habían reunido el dinero para repatriar su cuerpo y hablé con su familia", explica el fotógrafo, premiado también con el Photograph of the Year y un Taylor Wessing. Las historias duras se suceden. En Barcelona ha logrado asilo y vive hoy Amadú, de Mali, en un piso compartido, tras trabajar tres años gracias a un proyecto social. "Fue secuestrado, vendido y obligado a trabajar como esclavo en Libia hasta que logró escapar de donde lo tenían encerrado. Hay muchos testimonios parecidos. Hay grupos armados racistas que los persiguen. Quedarse en Libia, lugar de tránsito para la mayoría, no es una opción. Prefería morir en el Mediterráneo que seguir donde solo podía esperar que lo mataran".
"En las rutas migratorias, el 99% de mujeres son violadas y caen en redes de trata sexual. Hablé con personas obligadas por sus secuestradores a violar a mujeres y hombres delante del resto de migrantes en una especie de juego armado. Un chico perdió los dientes por la paliza que le dieron cuando se negó a hacerlo", revela. No hay mujeres en el trabajo de Dezfuli porque en aquella barca solo viajaban hombres. "Eso me pesa -lamenta-. Sí había un chico de Nigeria que viajaba con su mujer. Los habían encarcelado y torturado por ser activistas en Biafra. Tras vivir en varios países, en Libia los secuestran y separan y él pierde el contacto con ella durante meses hasta que pierde la esperanza y decide embarcarse él. Ya en Italia alguien le avisó de que seguía viva en Libia, le envió dinero y ella logró también cruzar el mar. Pero los tienen separados porque no tienen pruebas de que están casados".
"Muy pocos migrantes cumplirán sus expectativas. Deben adaptarse al choque cultural, a vivir en sociedades que a menudo les rechazan, y superar sus traumas. Las primeras generaciones tendrán más dificultades, pero seguramente sus hijos ya vivirán integrados. Yo mismo soy hijo de migrante y sé lo que le costó a mi padre", señala Dezfuli, de origen iraní, que ya trabaja en un documental sobre cinco casos concretos y augura volver a ellos dentro de 20 años para saber qué ha sido de sus vidas.
No deja de contar un caso descorazonador, el de Mallow, que pidió asilo en Bélgica y pasó a Alemania, donde aprendió el idioma y logró un empleo que le permitió alquilar una casa y vivir de ello cuatro años. "Cuando fue a renovar sus documentos en la oficina de asilo vio que lo habían rechazado. Le detuvieron y llevaron a un centro de deportación sin dejarle pasar por su casa y lo devolvieron a Bélgica, donde había pedido asilo primero, según el acuerdo de Dublín. Cuando lo reencontré vivía en la calle. Había pensado en suicidarse. Estaba destruido. Le habían quitado todo lo que tanto le había costado conseguir y se veía obligado a volver a empezar de cero a rehacer su vida".
Igualdad y no superioridad
Para el fotoperiodista, la "futura" solución pasa por "cambiar cómo nos relacionamos con el resto del mundo desde Europa, en hacerlo en una relación de igualdad y no de superioridad que tiene mucho que ver con que los discursos racistas calen". "Hay que ayudar a que esta gente no necesite marcharse de sus países. Por ejemplo, facilitando que algunos puedan estudiar en Europa en entornos de libertad y democracia para que al volver tengan ambición de mejorar la realidad de sus propios países y surjan movimientos civiles democráticos. Los muros y las fronteras solo animan a intermediarios y redes de tráfico que se enriquecen ayudando a que crucen".
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