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Miriam Toews: "Antes volvería a mi antigua comunidad menonita que a Hollywood"

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La escritora canadiense Miriam Toews.

La escritora canadiense Miriam Toews. / Mark Boucher

Elena Hevia

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Winnipeg, desde donde la canadiense Miriam Toews (Steinbach, 1964) atiende a los periodistas, no es la ciudad de residencia habitual de la autora, Montreal. La promoción la ha pillado de visita a uno de sus hijos. La nieve cae en el exterior y ella pregunta qué tiempo hace por aquí. Apenas puede creer que a las puertas de noviembre haga tanto calor en la península. Nosotros tampoco. Pero así es. Toews es hoy, junto a la premio Nobel Alice Munro, una de las autoras más reconocidas de Canadá. Su vida es digna de una novela, de hecho sus experiencias han alimentado sus libros.  

Toews es hoy una abuela joven, que fue madre soltera a los 22 años cuando se sumergió en la atmósfera punk de Montreal, tras haberse rapado la cabeza y haber huido de la casa familiar de cristianos menonitas. Algo que merece explicación: los menonitas, similares a los amish, son un grupo que han mantenido sus costumbres fundamentalistas y retrógradas desde hace 500 años y aunque a día de hoy existen menonitas más abiertos al mundo, lo habitual es que no fuera así, se dedicaran a las labores del campo, mantuvieran a sus mujeres sin educación, bajo siete llaves, y sin poderse comunicar con el exterior porque a ellas solo se les había enseñado el plautdietsch, un idioma de uso interno que se deriva del alemán. Todo eso nutrió ‘Ellas hablan’, la novela que Sarah Polley convirtió en una película con la que ganó el Oscar al mejor guion adaptado el pasado año y que relata un terrible abuso sexual, real, de unas mujeres menonitas en una comunidad de Bolivia. 

Cómo hablar del suicidio

Parece increíble que la autora, cálida y divertida, con una prosa tan chispeante como su conversación, establezca el origen de 'No dejar que se apague el fuego' (Sexto piso / Les hores) , su última novela, en dos hechos que marcaron su vida, mucho más que su origen religioso. El suicidio de su padre, cuando ella estaba a punto de cumplir 9 años y 12 años más tarde, de su hermana mayor. Ambos sufrían de depresiones endógenas. “Este libro surgió de cómo abordé el plantearles a mis hijos esas muertes.Y ahora el tema volverá a resurgir cuando mis nietos, tengo cuatro, empiecen a preguntar sobre esas ausencias. Solemos proteger a los niños en relación a la muerte y es natural que cuando te pregunten si te vas a morir contestes que de aquí a muchos, muchos años, pero es algo difícil de abordar sobre todo en Norteámerica donde la gente se cree inmortal”.

‘No dejar que se apague el fuego’ sigue la voz narradora de Swiv, una niña de nueve años, la edad en la que empezamos a hacernos preguntas sobre la propia identidad y la forma en que podemos encajar en el mundo. Vive en una casa con su madre embarazada y su abuela Elvira -una cristiana menonita excepcional que ha luchado por su independencia y sus ideales sin rechazar su fe- mientras intenta entender el mundo de los adultos y la ausencia del padre. Resulta fácil imaginar de dónde surgen estas tres mujeres si se tiene en cuenta que el domicilio de la escritora en Montreal es un complejo de tres casas independientes, donde viven respectivamente su madre -el modelo directo de Elvira-, ella misma y su pareja, así como su hija y su propia familia. “Me gustaba la idea de que la narradora fuera una niña porque es a la vez una voz indirecta -hay cosas que no sabe interpretar- y también directa, por su franqueza, eso me daba mucho espacio para el humor”. 

Así llegamos a una de las características más destacables de la autora: su capacidad para mostrar de una forma ligera y chispeante asuntos que no lo son en absoluto. Toews tiene su propia teoría, su particular manera de lidiar con las contrariedades: “Eso tiene que ver con haber crecido junto a mi padre y mi hermana, ambos depresivos. Yo tenía seis años menos que ella y desde el minuto uno me asigné a mí misma ese rol divertido en la familia. No podía hacer mucho más siendo una niña como era”. 

Violencia institucionalizada

Aunque en la película 'Ellas hablan', que le ha dado una repercusión más amplia, solo intervino como asesora, se siente satisfecha y orgullosa del trabajo de Polley. La experiencia le sirvió también para reafirmarse en el convencimiento de que Hollywood es un lugar "horrible". En su momento, cuando viajó a Los Ángeles en ocasión de la entrega de los Oscar, acuñó un chiste que lo expresa muy bien en el mejor estilo Toews: “Antes volvería a mi antigua comunidad menonita que a Hollywood”.

Más interesante fue la repercusión que la película tuvo entre sus antiguos correligionarios. Los más ultraconservadores no se acercaron al cine, pero los más liberales sí se animaron a acudir a las salas. “Para muchas mujeres de la edad de mi madre, octogenarias, fue la primera vez que acudían a ver una película y la experiencia fue muy buena, porque sintieron que les estaban mostrando algo que ellas conocían bien”, asegura. Algo que tenía que ver con la violencia institucionalizada para aquellas mujeres en el seno de su religión. 

La religión es un conflicto que ni siquiera la sexagenaria Toews, que trazó su propio camino hace muchos años, tiene del todo resuelto: “Está claro que si no hubiera sido educada como menonita hoy sería una escritora distinta. Para mí siempre es un asunto complejo porque a veces siento una especie de nostalgia por sus cosas buenas, como el sentido de la pertenencia a una comunidad sencilla y antigua”.