Voll Damm Festival de Jazz

Joel Ross o qué podría ser el swing en el siglo XXI

 Imponente estreno en Barcelona del joven vibrafonista que señala un futuro para el jazz moderno

El músico de jazz Joel Ross, nacido en Chicago y establecido en Brooklyn.

El músico de jazz Joel Ross, nacido en Chicago y establecido en Brooklyn. / EPC

Roger Roca

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La gorra calada, el andar pausado. Joel Ross se acerca al vibráfono con la calma de los que están muy seguros de sí mismos. Relajado, moviéndose casi a cámara lenta. Con pocas notas dibuja el bosquejo de una melodía. Parece puntos sueltos, apuntes de algo que no tiene forma. Pero de repente allí se levanta una canción perfectamente construida a cuatro voces, vibráfono, piano, contrabajo y batería. Es imponente y además parece que hubiera salido de la nada. Como si hubiera estado sonando todo el rato en las cabezas de los músicos pero hasta ese momento nadie más en la sala pudiera oírla. 

Joel Ross y su banda, Good Vibes -”buenas vibraciones”-, tienen esa cosa casi telepática de los grandes grupos de jazz. Desde hace años, el joven vibrafonista es una de las sensaciones de la escena de Nueva York y conecta con el público de su generación.

El lunes en el Conservatori del Liceu, en su estreno en Barcelona dentro del Voll Damm Festival de Jazz, era fácil entender por qué. Ross no solo toca su instrumento magistralmente, con un sonido precioso y una dicción perfecta. El caudal de ideas, la cantidad de información que maneja, es inmenso. La música de Joel Ross no se puede seguir, en el sentido en el que uno acompaña una melodía porque intuitivamente sabe cómo se resolverá. Sus frases rompen constantemente la simetría, los ritmos cambian como fractales. Hay, por supuesto, una lógica, un patrón. Pero es demasiado complejo para descifrarlo a simple vista. 

La música de Good Vibes es densa y cambiante, pero Joel Ross, un solo mazo en cada mano -no necesita dos- se desliza sobre esos ritmos encriptados como si en realidad fuera todo de una claridad meridiana. Son melodías diáfanas contra estructuras que parecen indescifrables, grooves que el pie no puede seguir pero que aun así caminan, y de qué manera.

Todo parece aún más misterioso porque las composiciones se funden unas con otras, sin pausas ni cambios aparentes, como si las encadenara alguien desde una mesa de mezclas invisible y no cuatro jóvenes músicos que no necesitan ni mirarse para saber dónde están ni dónde irán a continuación. No hay ingredientes secretos sino una forma muy sofisticada de utilizarlos que solamente podría darse hoy: es swing, es bop moderno, son cadencias del hip hop, es música con ecos de gospel y vanguardia afroamericana. Es la rítmica quebradiza de Thelonious Monk, es el scroll de la pantalla de una cuenta de Tik Tok que cambia sin parar. ¿Es demasiado? Es, por lo menos, una respuesta poderosa y muy de su tiempo a la pregunta que el jazz se hace constantemente: hacia dónde.