PERIFÉRICOS Y CONSUMIBLES

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Matthew Perry

Matthew Perry

Javier García Rodríguez

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Plastilina en las manos de los niños que mueren, escribir poemas para qué, para quién, Walter Benjamin y Benjamin Netanyahu, o no tan yahoo, 'Los Netanyahus' de Joshua Cohen (edita De Conatus), Harold Bloom y su bárbaro canon, Edward W. Said y su orientalismo, Baruch Spinoza, Sefarad, Lucía Carballal, las tres culturas, Menéndez Pelayo heterodoxo, más Goytisolo que la luna, Cervantes en Argel, Calisto en el convento (“¿Yo? Melibeo soy y a Melibea adoro, y en Melibea creo y a Melibea amo”), Fernando de Rojas, las aguas del Mar Rojo, Ángel González, los violines, el lago Tiberíades, las tablas de la ley, Lina Meruane, Teresa de Ávila, fray Luis de León, Mateo Alemán, la estrella de David, Averroes, Ibn Arabí, Sem Tob ben Yosef ibn Falaquera. Las franjas, los muros, las lamentaciones, las patrias, los estados en mal estado. Y los dioses, tan presentes y tan ausentes, tan cercanos y tan distantes. Leo en el 'Libro del principio y del fin', de sor María Rosa Miranda, en el capítulo 'Había un jardín delicioso', que “El mundo era nuevo y feliz. Nadie había llorado todavía”. Pero desde entonces el mundo ya no es nuevo. Ni feliz. Y hemos llorado lo nuestro. Y todavía estamos en ello. 

Con todos los dioses. Contra todos los dioses. Menos con el que ponía en su boca el personaje de Janice Litman, la novia ocasional el neurótico Chandler Bing. Siempre aparecía con su “¡Oh my God!” histriónico. Pero era un dios de mentira, una ficción puesta en la boca de otra ficción. Hoy nos hemos enterado de la muerte de Matthew Perry. Y hacemos de la necesidad virtud y, en su memoria, nos vamos al estribillo que cantaba el rumbero y pastor evangélico Pedro Pubill Calaf, aquel de “Es preferible reír que llorar”. Y aunque no resulta fácil en medio de las barbaries grandes y pequeñas, quizás sea esta nuestra arma de construcción masiva. La más lícita defensa contra crueldad de la muerte y sus sicarios.

Son estos tiempos, tiempos de difuntos, de espíritus, de Halloween postizo. Con todos nosotros disfrazados para la ocasión. Cada cual con su disfraz: don juanes de saldo, zombis de pacotilla, fantasmas que se venden por fin de existencias. En Astorga, el ayuntamiento ha decidido utilizar la casa museo de los Panero como si fuera una casa del terror para celebrar un fiestorro adolescente ahora en Halloween. La casa de los Panero convertida en Party House, en el Palacio de los Niños, en escape room, en patio de colegio, en el tren de la bruja. La casa en Asturica Augusta de Leopoldo, de Felicidad, de Juan Luis, de Leopoldo María, de Michi, el desencanto del cisne. Si no fuera tan triste, sería de risa. Todo esto da mucho miedo. La muerte no nos sienta tan bien. ¿Truco o trato?