La caja de resonancia

El canon de la música pop, y cómo derribarlo

El libro ‘La edad del plástico’, de Ramón de España, pasa por alto las claves ideológicas que priman actualmente en los rankings de los mejores discos de la historia y ofrece una selección de artistas personalísima y muy disfrutable

Ramon de España

Ramon de España / EPC

Jordi Bianciotto

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En su día, The Velvet Underground no se comió una rosca, y décadas después su primer disco comenzó a coronar rankings de los mejores álbumes de la historia del rock. En signo contrario, a Fleetwood Mac la crítica le reprochó durante años su acomodamiento sonoro (lo que molaba era el punk), mientras que hoy en día es muy citado por jóvenes creadores de las alas más audaces del pop. Y así podríamos seguir un buen rato.

Nada es eterno, ni menos los cánones que establecen cuáles son las obras más dignas de nuestra reverencia: musicales, cinematográficas, literarias… Lo más cabal es tomar aplicada nota de todos ellos para proceder luego a desmontarlos y construir tu orden particular. Y a eso se dedica Ramón de España en ‘La edad de plástico’ (Ed. Efeeme), un libro en el que selecciona a cien artistas estimados y los somete a su mirada ubicua, haciendo caso omiso de las directrices ambientales.

Que han ido mutando: el último ‘Top 500’ de ‘Rolling Stone’ aumentó la presencia de artistas afroamericanos y premió los discos con fondo antirracista, pacifista, medioambiental, feminista. A Ramón de España, esta agenda no le impresiona. No hay ni una sola figura negra en su selección. ¿Mujeres? 12 de cien (podría haber sido peor). Él, que fue escriba de las honorables revistas ‘underground’ de los setenta ‘Star’ y ‘Disco Expres’ (y director de la última y temeraria etapa de ‘Vibraciones’), es hijo de un tiempo en que estas cosas no eran tenidas en cuenta y eso no te convertía en un reaccionario (esas cabeceras eran la vanguardia). La suya fue una educación de patrones mayormente blancos y masculinos, y el libro se presenta como “catálogo sentimental”, ante lo cual hay poco que objetar.

Y es un placer deslizarte por su prosa perspicaz, alejadísima de la hagiografía, con la que trata a sus artistas del alma como amigotes a los que puedes soltar un capón cuando crees que han metido la pata. En el fondo, un sentimental que suelta lagrimones al escuchar un tema de Demis Roussos que nadie recuerda (‘Because’), y que escribe amorosos textos a cuenta de Kevin Ayers, Marianne Faithfull o Sisa (también de artistas más modernos, como The Strokes o Lana del Rey). Y un heterodoxo que ve tantas virtudes en Bowie como en el Pescaílla.

¿Estamos de acuerdo con su criterio? A veces, la fijación por la coincidencia es irrelevante. Disfrutemos de su pluma y su argumentario, que es un regalo en sí mismo y un recordatorio refrescante de que, en materia de gusto artístico, tú y solo tú eres amo y señor de tus preferencias.

Suscríbete para seguir leyendo