Ópera

Una OBC brillante marca el comienzo de la temporada

El conjunto catalán, junto a una Alisa Weilerstein en estado de gracia, promete un curso de alto voltaje

La OBC junto a una Alisa Weilerstein en estado de gracia

La OBC junto a una Alisa Weilerstein en estado de gracia

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Pablo Meléndez-Haddad

En marzo del año próximo el Auditori de Barcelona, sede de la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC), celebrará 25 años desde su tardía inauguración, y por ello el conjunto ha querido arrancar el nuevo curso con ‘Fanfàrria’ (1999), de Joan Guinjoan, una brevísima pieza para bronces y percusión que se convirtió en la primera partitura ejecutada en este edificio. La obra, interpretada con la energía precisa, sirvió de preámbulo a la ‘Sinfonía concertante en Mi menor, op. 125’ de Prokofiev que estrenó Rostropovich a mediados del siglo pasado, un auténtico concierto para violonchelo y orquesta (reelaboración del que el autor compuso tres décadas antes) y que en esta velada ha sido recreado con el arte de Alisa Weilerstein en la parte solista.

Afinación perfecta, ímpetu expresivo, excelente proyección y una amplia gama de colores fueron sus armas para conquistar a un público algo frío pero que se dejó seducir por esta obra genial, exigente e innovadora, a la que Weilerstein supo elevar a cotas altísimas con su generoso virtuosismo. El titular de la OBC, Ludovic Morlot, la acunó con mimo sin dejar de imponer un discurso que dejaba claro el diálogo entre orquesta y solista, equilibrando siempre ambos sonidos y cuidando las entradas precisas. Todo el movimiento central, con sus acusados contrastes, resultó todo un prodigio.

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Y si de chelo se trata, la OBC también ha querido mirar a la obra del recientemente fallecido Jordi Cervelló con a su ‘Cant a Pau Casals’ (1991), concebido para una orquestina de violonchelos recordando así al compositor catalán y, a 50 años de su muerte, al legendario intérprete, compositor y gestor catalán. La propia Alisa Weilerstein actuó como concertino de esta pieza cargada de melancolía y serena belleza en la que se lucieron tanto ella como el resto de los miembros de esa sección de la OBC capitaneada por el fantástico Charles-Antoine Archambault.

Para la segunda parte se recurrió a una obra de gran repertorio, optándose por Beethoven y su 'Sinfonía N° 3 en Mi b, op. 55, Heroica', obra maestra y fundamental del sinfonismo romántico que sorprendió por lo desenfadado de su enfoque al llegar servida por una OBC madura, desinhibida y sin complejos, muy matizada, con contrastes exagerados que mostraron a un Morlot arriesgado y que esta vez iba a por todas. El maestro optó por una distribución particular del conjunto, un cambio de posición que ayudó a la plantilla a conseguir un empaste mucho más consolidado, pudiendo lucirse adecuadamente los solistas de trompa, flauta y oboe –este último, sobre todo en la marcha fúnebre–, pero también timbales y cuerda grave. Quizás el 'Scherzo' fue el movimiento menos límpido, pero se integró bien en el extrovertido discurso, llevando con tino los fugados de las variaciones del ‘finale’.