Radiografía del fenómeno

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taylor swift

taylor swift / MICHAEL TRAN

Idoya Noain

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Cuando Taylor Swift anunció en Twitter 14 nuevos conciertos en la etapa europea de su ‘Eras Tour’, una gira histórica que según los análisis será la primera que bate la marca de mil millones de dólares de recaudación, el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, acudió a la red social para pedir a la estadounidense que no se olvidara de sus vecinos del norte. “No lo hagas otro cruel verano”, escribió, referenciando ‘Cruel Summer’.

También la oficina del FBI de Washington aprovechó el lanzamiento del tercero de los discos que Swift ha regrabado para retomar el control que perdió de sus seis primeros trabajos de estudio para poner en marcha la campaña ‘Speak Now (FBI’s Version), que insta a los ciudadanos a colaborar dando información.

Las referencias a Swift abundaron, igualmente, en la vista que tuvo lugar en enero en el Senado de Estados Unidos cuando, tras la debacle que vivió Ticketmaster al poner a la venta las entradas para los conciertos en Estados Unidos (problemas que se han repetido en otros lugares, como Francia), se volvieron a poner bajo los focos las prácticas monopolísticas de la empresa y de su matriz, Live Nation.

La tendencia a las referencias ‘swifteras’ ha calado también en varias de las numerosas iniciativas legislativas puestas en marcha a nivel estatal y federal en EEUU, que demuestran el peso político que arrastra Swift. Y ese impacto en las más altas esferas del poder representa solo uno de los elementos que ratifican el auténtico fenómeno, polifacético y de gran alcance, en que se ha convertido la cantante de Pensilvania a sus 33 años.

Ruptura de paradigmas y lazos inquebrantables

Hace 17 años que Swift, instalada en la adolescencia en Nashville gracias al decidido apoyo de sus padres a su carrera, irrumpió en el ‘country’ con un disco de nombre propio que rompió los paradigmas que equivocadamente establecían que no era música para niñas y jóvenes.

A quienes Swift atrapó en aquellos inicios no la han abandonado. Con cada disco, con cada incursión en nuevos terrenos, con cada reinvención y cada paso de su evolución, se ha ido reforzando ese vínculo, a la par que se han ido sumando seguidores y, sobre todo, seguidoras.

En parte tiene que ver que empezara a usar como nadie antes que ella en el panorama musical la tecnología para intensificar los lazos, primero con MySpace y Tumblr, luego con Instagram y TikTok. Lucian Grainge, responsable de su actual sello, Universal, está convencido de que “la forma en que usa tecnología para crear una conexión auténtica con sus fans en muchas formas ha definido la industria musical moderna”.

También Swift ha conseguido como pocos demostrarse excepcionalmente adepta a la hora moverse en una cultura del pop que ha evolucionado para exigir algo más que un mero trabajo musical. Hoy, cuando todo se ha convertido en una especie de juego de múltiples participantes, en el que o das algo especial o corres el riesgo de perderte como una lágrima en la lluvia torrencial de oferta, ella ha hecho de cada aparición, cada canción, cada vídeo o cada mensaje en redes una especie de puzle. Sus oyentes son como Sherlock Holmes, buscando mensajes ocultos, significados escondidos... “Los he entrenado para ser así”, reconocía ella en una ocasión.

Más allá de la música

En el fenómeno Swift, que ya ha superado a Barbra Streissand como la artista con más discos en el número 1 (12),  hay algo que va más allá de todo eso. Recientemente una psiquiatra firmaba en ‘The New York Times’ un artículo de opinión explicando cómo Swift le ha ayudado a transformar su práctica, especialmente con niñas, adolescentes y jóvenes. Sus letras limpias quitan preocupaciones a padres, pero también, lejos de la ironía o aparentemente de un enfoque intelectual, dicen a las oyentes que no hay sentimientos correctos o equivocados.

Taylor Swift en Los Angeles

Swift en un concierto en Los Ángeles. / EPC

Ann Powers, una crítica de la radio pública NPR, ha asegurado por su parte que Swift es “mucho más innovadora de lo que la gente le reconoce” a una artista de trabajo preciso, a la que algunos ven como demasiado ensayada, falta de espontaneidad genuina. “Miró cómo los jóvenes forman sus identidades, sus reglas, y descubrió una forma de escribir canciones que hablaban a eso y honraban el linaje del cantautor confesional”, explicó la experta.

La ensayista B. D. McClay, mientras, escribió en ‘The Washington Post’ que Swift, en su presentación de sí misma en su arte, ha construido “una ventana que es de hecho un espejo. Miras el mundo emocional de su música, pero todo lo que ves es a ti misma”. Y su opinión es que “parte del atractivo de Swift late en esta contradicción”.

Taylor Swift durante un concierto de The Eras Tour en Chicago.

Taylor Swift durante un concierto de The Eras Tour en Chicago. / Europa Press

Swift es también la artista que entre 2014 y 2017 sacó todo su catálogo de Spotify, recordando que “por las cosas valiosas se debe pagar” y que “la música no debe ser gratis”. Es quien en 2018 alcanzó un acuerdo con Universal que le hace dueña de toda la música que graba. Y es quien se lanzó en una cruzada feminista contra Scooter Braun, el hombre que a su pesar se quedó los derechos de sus seis primeros másters, metiéndose en el proyecto de regrabación. A la vez que recuperaba el control, haciendo que cualquiera que quiera usar esa música tenga que usar las nuevas versiones, educaba a los jóvenes en la cuestión de derechos musicales y convertía en una cuestión ética, y lucrativa para ella, el apoyo a los nuevos viejos discos.

Las riendas de un imperio

Luego está algo como ‘The Eras Tour’, su primera gira en cinco años, con 52 conciertos en EEUU y 54 de momento planificados en el resto del mundo, a los que no se puede descartar que sume más. En tres horas y cuarto recorre 44 canciones de 10 discos, toda una trayectoria. La magnitud de los espacios y aforos de decenas de miles de personas no impiden que las asistentes salgan loando la sensación de intimidad. Y en estadios deportivos que suelen exudar testosterona se vive lo que se ha tildado de “feminidad jubilosa”.

La cantante Taylor Swift, en una fotografía de archivo. EFE/EPA/CAROLINE BREHMAN

La cantante Taylor Swift, en una fotografía de archivo. / EFE/EPA/CAROLINE BREHMAN

Rizando el rizo, Swift ofrece a la vez algo con aires de vieja escuela y algo que mantiene alimentado el algoritmo. Usando las palabras de Tyler Foggatt en ‘The New Yorker, “ha creado un espectáculo, una experiencia de vida real en formato largo en una época dominada por contenido online de formato corto, aunque la gira está también perfectamente diseñada para ser consumida online”.

Según cálculos que ha hecho ‘The Wall Street Journal’, sin tener los datos oficiales, cada concierto deja unos ingresos de unos 13 millones de dólares, de los que tras afrontar gastos Swift se queda entre un 40% y un 60%. Si se suma también lo que obtiene de beneficio por la venta de ‘merchandising’, y también tras restar los costes, eso hace que se estime que con la gira acabará ganando entre 400 y 600 millones.

FILE PHOTO: Taylor Swift discusses her music video "All Too Well" at Toronto film fest, in Toronto

Swift en una imagen del año pasado. / EPC

Objeto de estudio

No es de extrañar que Swift se haya convertido en objeto de estudio. Stanford es una de las universidades que, como el Berklee College of Music, NYU (que le dio un doctorado en 2022) o la de Universidad de Texas en Austin se ha sumado a ofrecer clases que ponen a Swift en su epicentro, ya sea estudiando su escritura y su composición hasta su carrera en relación con el feminismo, la raza y la industria.

También tiene atención de economistas como Paul Krugman, que la usaba hace unas semanas para comentar la industria de la música en vivo, o de medios especializados en negocios como Bloomberg o el ‘Journal’. En el primero se puede encontrar un vídeo analizando las “swiftonomics” y el segundo ha buceado en las lecciones que permite aprender sobre el negocio Swift, a la que sus fans llaman con cariño “reina capitalista”.

A diferencia de otras artistas como Rihanna, no ha diversificado el negocio. Sigue profundamente involucrada y se rodea por un limitado círculo estrecho de asesores y confidentes, incluyendo sus padres. Y no le ha ido mal: según ‘Forbes’ es la segunda mujer más rica en la música, con 740 millones de dólares de fortuna.

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