Biografía

Espía nazi y héroe templario: la increíble vida del pintor flamenco Karel Holemans

El misterio del nazi que murió protegido por el Vaticano

De la guerra civil a la Resistencia contra Hitler

Karel Holemans, con su hijo Carlos, autor de 'Los espías no hablan'.

Karel Holemans, con su hijo Carlos, autor de 'Los espías no hablan'. / Archivo Carlos Holemans

Anna Abella

Anna Abella

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Carlos Holemans, hoy publicista de consolidada carrera, tenía 16 años cuando murió su padre, el flamenco Karel Holemans (1910-1979). Ha dedicado la última década a investigar los increíbles secretos que él nunca le contó, porque como destaca el título de la biografía en la que narra lo que descubrió: una vida llena de luces y sombras, ‘Los espías no hablan’. 

Publicada por Arpa, el hijo recorre la controvertida existencia de quien espió para los servicios secretos alemanes en la Segunda Guerra Mundial, un héroe de los templarios que deseaba la independencia de Flandes, pintor valorado en la España franquista. Un hombre que se casó con una miembro de la Resistencia belga (enfermera voluntaria de la República en la Guerra Civil española y que luego fue amante de un nazi) y, después, con la pubilla desheredada de una saga burguesa de cavas del Penedès a la que conoció a los 47 años. 

Karel Holemans, con dos de sus hermanas y su padre, Clement, en Averbode.

Ejecutado por garrote vil

Y por si no fueran suficientemente sorprendentes estas vivencias, Karel Holemans, condenado a muerte en Bélgica por su relación con los nazis, en 1974 fue intérprete y testigo de la chapucera ejecución a garrote vil, en Tarragona, de Heinz Ches, el mismo día y hora que en Barcelona el franquismo daba sus últimos coletazos ejecutando a Salvador Puig Antich.

El publicista encontró a "un Karel pintor, un Karel religioso y un Karel juerguista, mujeriego y ‘bon vivant’ (…) y un Karel político". La peripecia vital pasó por la Guerra Civil, al viajar en 1938 a Alicante, para encontrarse con su mujer, la socialista Rachel van der Elst, que ayudaba a la República. "La pandilla de Franco, los sedientos de sangre, los monstruos", describía ella en una carta. 

El cuadro 'Brumas (Nieblas)', de 1944, de Karel Holemans, conservado en el Museo Reina Sofía de Madrid.

Museo Reina Sofía

Él se volcó en la pintura, participando en exposiciones y actos culturales. Sus cuadros se vendían bien en 1939 y 1940 "por su folclorismo idealizado de la vida campesina y porque era el epítome del nuevo artista flamenco y ario". Se integró en círculos masones y de la refundada orden de los templarios, cercana a "las élites -intelectuales y económicas". 

Mitin de Hitler en Berlín

Con el ascenso de Hitler, a quien reconoció ante su hijo haber visto en un mitin en Berlín (en 1937), Karel, como otro "medio millón de flamencos" y partidarios del partido de extrema derecha nacionalista VNV (Unión Nacional Flamenca), pensó que si el Reich absorbía Flandes, reconocería su singularidad nacional y le otorgaría la autodeterminación frente a Bélgica. En un peligroso equilibrio, mientras su mujer ayudaba a judíos, e izquierdistas y guardaba en casa panfletos clandestinos, él se relacionaba "con alemanes y flamencos orgullosos de la gran hermandad germanoflamenca". 

Fotografía de Karel Holemans.

Ahí siguieron las contradicciones de su vida. Era templario y del VNV, que colaboró con Hitler, quien en 1941 declararía la guerra a masones y templarios. Por ello, averiguó su hijo, empezó un doble y peligroso juego de espías: se infiltró en los servicios secretos alemanes para ser destinado a Madrid. El objetivo oculto, y logrado: poner a buen recaudo en Portugal, tras sacarlos de Bélgica, los archivos históricos de la Orden del Temple, salvando así a 238 templarios de caer en manos de la Gestapo (que sí asesinó al Gran Maestre Isaac Vandenberg).  

Sueldo de espía nazi

Karel se asentó en la vida cultural del Madrid germanófilo de posguerra, con un suculento sueldo de la inteligencia nazi, con contactos en Falange y alabado como pintor por la prensa franquista. Mientras, su destino se maquinaba en Bélgica. En 1943, su mujer, despechada, acabó inexplicablemente siendo amante de Louis Delgrange, torturador y espía nazi. Eso no evitó que los alemanes la detuvieran como miembro de la Resistencia, grupo del que Delgrange se convirtió en delator pasando información para asegurarse clemencia cuando se produjera la ya previsible derrota alemana. Ambos querían casarse, pero ella no tenía el divorcio de Karel y buscaron cómo culparle de colaboracionista y espía, con mentiras y medias verdades. Tras la guerra, el padre del publicista fue condenado ‘in absentia’ a la pena capital. Nunca pudo volver. Pero algo pasó entre Rachel y Delgrange: lejos de casarse se separaron.  

Segunda vida en Tarragona

Quemado como espía, también decayó la vida de Karel en España. Sus cuadros ya no se vendían tanto (hoy ‘Brumas’, 1944, cuelga en el Museo Reina Sofía) y se mudó a Barcelona, donde en 1951 le robaron todas las pertenencias en la Estació de França. El destino le deparaba otro giro: en un antro de las Ramblas o el Paral·lel conoció a Josep Mestres, un burgués de Sant Sadurní d’Anoia que le invitó a exponer en su vitivinícola comarca. Allí echó raíces y, en 1957, conoció a la pubilla de los Mestres, que tras tres años como enfermera en Londres volvía con un hijo bastardo de un paquistaní. Era Teresa, futura madre de Carlos Holemans. 

Pese a la diferencia de edad, a que el divorcio no era legal en la España de Franco y pese a la furibunda oposición de la que iba a ser su suegra, que lo denunciaría por bigamia, se fueron a vivir juntos a Tarragona. 

Apenas tenían ingresos, su pintura figurativa perdía enteros frente a las modas abstractas, y ella no lograba trabajo por los vetos de su madre. Sufrieron varios desahucios. Pero como da fe su hijo, salieron adelante.