Crítica de 'Pequeños grandes amigos': niños en el geriátrico

Por si no fueran pocos los problemas que deben afrontar los trabajadores de un asilo de ancianos, mal pagados y con más horas continuadas de trabajo de las que pueden aguantar, los alumnos de una escuela cercana deben instalarse en la cafetería del centro todos los días para realizar sus desayunos y almuerzos, ya que la del colegio está en obras y parece que va para largo. A un conflicto se le suma otro. 

 Este es el punto de partida, de confrontación laboral y generacional, con el que se construye ‘Pequeños grandes amigos’, una comedia liviana, sin ánimo alguno de trascendencia, tendente a endulzar un poco situaciones dramáticas bastante más virulentas. El filme se nutre de las situaciones de los ancianos, algunos con enfermedades severas; de las disputas entre los trabajadores, hartos de la sobreexplotación pero incapaces de hacer un frente común, y de la supuesta mirada ajena a todo esto que procuran los niños, al principio ciertamente antipáticos y esnobs, poco a poco integrados en el pequeño universo de la vejez que conforman la cafetería y las dependencias del asilo. Dos generaciones separadas por un mundo condenadas a entenderse según las reglas de la comedia amable. 

 La presencia de un buen actor como Vincent Macaigne, habitual en las últimas películas de Olivier Assayas y Emmanuel Mouret, mejora varias escenas, aunque no redime el conjunto de su estricta cordialidad.