Crítica de ópera

Una Coppélia robotizada

Jean-Christophe Maillot lleva al Liceu una relectura en clave ciencia ficción del clásico ballet de Saint-Léon y Delibes

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DSC3081 Edit copie / Les Ballets de Monte-Carlo

Pablo Meléndez-Haddad

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La creación de humanoides por parte de genios locos ha sido una constante en la literatura, y el monstruoso Frankenstein y la muñeca mecánica Coppélia son un buen ejemplo romántico. El salto a las otras artes no tardó en llegar. Estrenada en diciembre de 2019, esta reinvención libre del célebre ballet de Arthur Saint-Léon y Léo Delibes según Jean-Christophe Maillot para Les Ballets de Monte-Carlo, bebe en su base argumental de fuentes tan dispares como el original de 1870, pero también de iconos de la ciencia ficción como los replicantes de ‘Blade runner’ (Ridley Scott, 1982) nacidos de la imaginación de Philip K. Dick, los robots de ‘Metropolis’ (Fritz Lang, 1927) o el protagonista de ‘Her’ (Spike Jonze, 2013), que se enamora de un sistema operativo con el que se comunica a través de una seductora voz femenina.

Sí, porque en esta revolucionaria ‘Coppél-i.A.’ la muñeca se transforma en un robot que parece tener sentimientos y de la cual el campesino Frantz queda prendado llegando a cancelar su boda con Swanilda debido al hechizo de la prodigiosa creación de Coppelius. Y si en el original la muñeca resulta anecdótica, aquí deviene coprotagonista.

La coreografía de Jean-Christophe Maillot nace de una revisión de la música que Delibes escribiera para el ballet original, con melodías llenas de luz y color, repleta de danzas populares para el lucimiento de la compañía, ahora reinventada sobre una partitura –de Bertrand Maillot– generada por instrumentos virtuales que mira tanto a la música original, completamente retocada, claro, como a la inteligencia artificial, idea que revolotea por toda la propuesta.

Con ‘happy-end’ menos para creador y criatura, el coreógrafo reescribe el libreto y desviste la obra original de Saint-Léon y Delibes de su magia inocente y de cuento de hadas, aunque en sus movimientos mantiene los acentos de mímica y de carácter de la versión clásica. Energética, gimnástica, exigente con los solistas y en general menos atractiva para el cuerpo de baile, ayuda mucho al espectáculo la escenografía y el potente vestuario de Aimée Moreni, elegante y moderno, con un gran trabajo de una compañía bien preparada de 35 bailarines capitaneados por la espectacular Coppél-i.A. de Lou Beyne, técnica y dramáticamente genial; la también fantástica, expresiva y grácil, Swanilda de Anna Blackwell; el eficaz Frantz de Simone Tribuna; y el fundamental Coppélius de Matej Urban.

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