La caja de resonancia

Cuando íbamos a ver a Bowie a Francia en autocar

Viajar para asistir a un concierto se ha convertido en un acto normalizado, aunque conseguir entradas represente un pulso estresante con el ordenador, en contraste con la épica del carretera y manta de otros tiempos, como la expedición que hace 40 años montó la sala Sidecar para ir a ver al autor de ‘Heroes’ en Fréjus 

Bowie en su gira 'The Serious Moonlight Tour' de 1983

Bowie en su gira 'The Serious Moonlight Tour' de 1983 / Doc 'DAVID BOWIE: SERIOUS MOONLIGHT'

Jordi Bianciotto

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Leyendo ‘Este no es el libro del Sidecar’, el vibrante relato que conmemora los 40 años de la sala de la plaza Reial, doy con un episodio semi-olvidado: el viaje que el club organizó para asistir a un concierto de David Bowie en Fréjus, Costa Azul. Era la gira ‘Serious moonlight’, donde paseaba el álbum ‘Let’s dance’: el clímax del Bowie clásico, sucumbiendo al comercio, pero disfrutando de su papel de ‘star’ bronceada y manejando un catálogo de aquí te espero.

Se acaban de cumplir 40 años de la expedición, que fue posible porque en Sidecar, con Roberto Tierz al frente (autor del libro), estaban empeñados en ver a Bowie, que todavía no había pisado España, y se liaron la manta. Adquirir entradas para un concierto en el extranjero era entonces un ejercicio tortuoso, pero se las apañaron para contactar con el promotor, comprarle 150 localidades (que abonaron desplazándose hasta Francia y escondiendo los billetes en el coche al cruzar la frontera) y fletar no uno, sino tres autocares.

Pagar por comerte ocho o diez horas de carretera, asistir a un concierto de rock y volver una vez terminado para llegar a casa y desplomarte sobre la cama podía parecer entonces una acción propia de chiflados. Pero hoy vemos que viajar para ver a un artista se ha convertido en un acto normalizado, como sabemos en Barcelona, ciudad cuyas calles son tomadas por todo cuanto guiri cada vez que nos visita una estrella pop. Ahora, con un móvil turístico más acomodado, por obra y gracia de los vuelos de bajo coste.

Las rutas para cazar artistas que no venían a España tuvieron su tiempo en los años 70 y 80. La revista ‘Popular 1’ llevó a sus lectores a ver a Dylan a Francia, y a Yes y a Bad Company en Londres (estos, en avión), y la caravana más aparatosa fue la que condujo hasta Bruce Springsteen en Montpellier (1985), organizada por Jordi Tardà y Catalunya Ràdio, y que llenó 30 autocares. El mismo Sidecar montó dos vehículos para ir a ver a Nina Hagen a Toulouse, y lo intentó con U2 (antes de ‘The Joshua tree’), pero, para sorpresa actual, no levantó mucho interés y el viaje no prosperó. Y el pub Wawanco organizó excursiones para cazar a bandas de rock duro como Deep Purple y ZZ Top.

Rock’n’roll en régimen de carretera y manta, frente al guion actual de registro en la web, mail de confirmación, código, lista de espera, sorteo, oferta de ‘packs’ confusa y estresante, número de tarjeta bancaria y rezar para que el precio no se multiplique por cinco en el último segundo. A veces no estoy seguro de que hayamos salido ganando.

Suscríbete para seguir leyendo