Conciertos de una figura mítica

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icult BOB DYLAN

icult BOB DYLAN / EPC

Jordi Bianciotto

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Ahora que los más veteranos del rock se ocupan de lucir y sacar partido último de su legado, mientras la salud lo permita, a base de ‘greatest hits’ coreables por todos los públicos, Bob Dylan enfatiza su radicalización. Cierto, nunca ha sido la más previsible ni canónica de las leyendas, pero sus conciertos actuales sorprenden por sus hechuras liberadas del peso de la mitología y de las demandas del mercado, y por su libre albedrío: el último álbum, ‘Rough and rowdy ways’ (2020), casi entero; algunos ‘oldies’ no particularmente famosos, interpretaciones transformadas.

Dylan regresa a Barcelona para ofrecer sendos conciertos en el Liceu (viernes y sábado, festival Guitar BCN), escenario que le acogió en 2018. Recién cumplidos los 82, nos viene a decir que su modo de disfrutar de su música consiste en no divinizarla, rompiendo las jerarquías internas de su cancionero y abordándolo de modos cambiantes, con margen para la improvisación. Piezas de cabecera del calibre de ‘Like a rolling stone’, ‘Highway 61 revisited’, ‘The times they are a-changin’’, ‘Mr. Tambourine Man’, ‘Just like a woman’, ‘All along the watchtower’ o ‘Masters of war’, incluso la más universal, ‘Blowin’ in the wind’, sonaron en los conciertos realizados por Dylan en nuestro país en este siglo XXI, pero no se prevé que asomen estas noches en el Liceu. Sí habrá algunos de esos rescates (reinventados) en ese álbum de ‘remakes’ recién publicado, ‘Shadow kingdom’. El tema más popular del ‘setlist’ presumiblemente sea ‘I’ll be your baby tonight’, y en versión deconstruida: piano, giro rock’n’roll y desenlace de blues.

Códigos privados

Esto será otra cosa: un Dylan entregado a un viscoso mosaico de músicas que acaso pueden ser míticas tan solo para los más conocedores, allá donde se citan el primer rock’n’roll, la memoria del country y los patrones bluesísticos (entre otros), en diálogo activo con su quinteto de músicos. Sigue ahí el troncal Tony Garnier (bajo), así como Donnie Herron (‘steel guitar’, violín y mandolina), y entran en escena tres nuevas figuras, los guitarristas Bob Britt y Doug Lancio, y el batería Jerry Pentecost. Dylan dirige con sus códigos expresivos privados, desde su plaza a cargo del ‘baby Grand Piano’, más suntuoso que el teclado de otras giras, y que toca en ocasiones de pie. Nada de guitarra, y algún soplido de armónica, quizá.

Prima una actitud que Nacho Para, músico y periodista, experto en Dylan, relaciona con el sentido de la improvisación propio del jazz. “Hay mucho de eso: pasar de un rock’n’roll pre-‘beatle’ al blues y, de ahí, al eco de The Carter Family, en una misma canción. Y desarrollos instrumentales en los que Dylan participa activamente, bien preparados y que se alargan más o menos a partir de sus indicaciones", explica, con el recuerdo todavía vivo del recital de este miércoles en Logroño (también asistió, días atrás, al de Alicante). Una noche “pletórica”, asegura, con un Dylan relativamente comunicativo, “disfrutón”, que llegó a hacer gestos de salutación al público y que se mostró “muy bien de voz”. Y un operativo de bloqueo de móviles (así será también en el Liceu) que, en su opinión, “favorece el espectáculo, porque el público se enfoca a lo que pasa en el escenario”.

Dylan podría hacer como otros colegas de su generación y espaciar más sus giras, y confeccionar repertorios de éxitos tocados de un modo fiel a los discos originales, buscando los grandes recintos. “La sensación es que la casa se le cae encima. Esta es no solo su profesión, es su vida”, observa Nacho Para. Cual trovador, vive asociado día a día a sus canciones, que en esta gira deslizan cavilaciones sobre la muerte y la trascendencia. Y si la naturaleza de la frase, tratándose de él, no fuera rematadamente contradictoria, diríamos que Dylan se ha convertido en un símbolo de cómo envejecer muy lejos de la complacencia. 

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