Quemar después de leer

Scott Spencer y la eternidad de la pareja imperfecta, por Laura Fernández

La editorial Muñeca Infinita acaba de publicar por primera vez en español la perturbadoramente adictiva 'Amor sin fin', la novela de un inacabable amor adolescente que enloqueció a Lorrie Moore, y no únicamente porque empiece con una casa (la de ella) ardiendo (por culpa de él) sino porque es una lección perversa de algún tipo

Scott Spencer y Leslie Jamison, dos escritores obsesionados con la posibilidad del amor infinito.

Scott Spencer y Leslie Jamison, dos escritores obsesionados con la posibilidad del amor infinito. / Sara Martínez

Laura Fernández

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Cuando tenía 22 años, y subía y bajaba las crujientes escaleras de la pequeña casa en Iowa City, la Dey House —apenas un par de plantas de no más de 60 metros cuadrados—, que aloja el famoso Writer's Workshop, el taller de escritura al que sólo acceden aquellos que ya son grandes escritores pero aún no controlan sus, diríamos, superpoderes, Leslie Jamison quiso escribir un relato sobre una ruptura.

Leslie Jamison, futura pieza clave de la literatura norteamericana del siglo XXI, era por entonces ya alcohólica, pero aún tendrían que pasar algunos años antes de que pudiera edificar su obra maestra sobre la adicción y sus consecuencias, ese memoir que parece a la vez un clásico perturbado del 'coming of age' llamado 'La huella de los días'(Anagrama).

El caso es que Jamison quería escribir sobre lo mal que se sentía. Sí, ella misma acababa de romper. Y, como contaría más adelante, no le costaba en absoluto escribir sobre lo horrible que era no poder volver a descolgar el teléfono para llamarle. Tampoco sobre el punzante vacío que parecía estar devorándola. Y, sin embargo, parecía imposible recordar aquello que echaba de menos. Es decir, lo bueno de aquella historia de amor que había llegado a su fin. Como si, tratando de evitar un sufrimiento mayor, su cerebro hubiese descartado hasta el último buen recuerdo de lo que había vivido para obligarla a seguir adelante sin lamentar lo perdido. Le preguntó entonces a su profesor qué podía leer para recordarlo, y él le respondió que, sin duda, 'Amor sin fin', el de Scott Spencer.

Scott Spencer es un tipo curioso. También lo es 'Amor sin fin', la novela que acaba de publicar por primera vez en español la editorial de nombre imposible y fondo suculento y adictivo, Muñeca Infinita. Lorrie Moore perdió la cabeza por ella hasta el punto de leer compulsivamente, a continuación y a partir de entonces, toda la obra de Spencer. Spencer nació, por cierto, como Jamison, en Washington D. C., sólo que 38 años antes, en 1945. De hecho, ''Amor sin fin se publicó en 1979, cuatro años antes de que naciera Jamison. Fue su tercera novela. Le siguió su otro clásico, 'Waking the Dead' —también sobre una ruptura, o un amor condenado y eterno—, del que habla con Moore en una imperdible entrevista telefónica alojada en el site de Bomb Magazine.

En ella, la escritora que más ha hecho y deshecho la pareja —no se pierdan sus 'Cuentos completos'— ejerce de fan, y le pregunta desde cómo se le ocurren las ideas —casi siempre, dice Spencer, conduciendo, y sí, lleva una libreta en la guantera y la saca en los semáforos o cuando está solo en la carretera, y toma notas—, hasta cuánto hay de 'Lolita' y la fascinación por el narrador no fiable en 'Amor infinito' —mucha, Nabokov es un escritor que le encanta, y que, cree, no habla de otra cosa en Lolita que de cómo se crea una novela— y por qué sus personajes parecen siempre estar como embrujados. "En cierto sentido", le dice, "tus historias son historias de fantasmas". Y él no lo niega. Tampoco niega que cuando escribe entra en una especie de trance ni que idealiza irremediablemente al Otro.

Pero lo que ocurre en 'Amor sin fin' no tiene nada de idílico. De hecho, Jamison se sorprendió topándose en la primera página con un perturbado amante capaz de hacer arder la casa de su chica porque ella había roto con él. El chico en cuestión, David Axelrod, tiene 17 años, y la certeza de que el amor "había tomado un camino equivocado dentro de mí y me había empujado al caos". Lo único que quiere David es estar con Jade, enfermiza e inocentemente a la vez. La primera persona en la que se narra la novela es una primera persona similar a la que J. D. Salinger utiliza en 'El guardián entre el centeno', sólo que infinitamente menos pícara. David está en un mundo ocupado por una única cosa: Jade, y su familia, los rarísimos, y libérrimos Butterfield.

La idea de eternidad del amor que el profesor de Jamison pretendía que ésta extrajera de su lectura de 'Amor sin fin' tiene que ver con ese camino equivocado del que David habla. El de la obsesión, el de la necesidad de una conexión perdurable, el deseo de no dejar de pertencer. Decía Jamison en 'Make It Scream, Make It Burn', el título del volumen en el que se incluye la anecdóta con la novela de Spencer, que el Otro es a menudo opaco, un ente "misterioso, como un bosque", para aquel que lo contempla fascinado y decidido a adentrarse en él. Encontrar la forma en que se estuvo perdido ahí dentro —la forma en que para siempre continuará perdido David Axelrod— es encontrar la forma de volver a vivirlo todo desde el principio para poder contarlo.

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