Opinión

Gonzalo Torné

Sálvame: ni culto ni popular

Un momento de 'Sálvame'.

Un momento de 'Sálvame'. / CARLOS SERRANO / MEDIASET

La noticia cultural de las últimas semanas quizás sea la sustitución de 'Sálvame' de la “parrilla televisiva” por una extensión del programa de debate matutino conducido por Ana Rosa Quintana. Este movimiento se ha interpretado en clave electoral: el relevo de un programa de izquierdas por otro más afín a la derecha. Como reacción a este diagnóstico se ha recordado que 'Sálvame' era un representante de la así llamada “telebasura” mucho antes que un programa de izquierdas. Y enseguida se ha acusado a estos críticos de despreciar el “arte popular” desde su elitismo, incapaz de reconocer nada que no sea “culto”. ¿Cómo se sale de este lío?

Es muy tentador distinguir entre “arte popular” y “arte culto” atendiendo a la clase social que lo consume. Es un criterio nítido que permite situar la televisión dentro del “arte popular” y la ópera, por decir algo, fuera. Pero la nitidez de la frontera es artificial e impone un determinismo del gusto inaceptable. No es cierto que un ejecutivo o un rentista no puedan pasarse su buena hora contemplando el despliegue televisivo de unos cotilleos ni mucho menos que un trabajador manual no pueda disfrutar de 'El barbero de Sevilla'. Esta concepción sí sería elitista pues convierte el código postal en una profecía sobre el gusto.

El equívoco se aprecia mejor si en lugar de centrarnos en el público nos fijamos en el “autor” y en el “contenido”. 'Sálvame', más allá de unas consignas políticas aisladas (todo lo valientes y beneficiosas que uno considera) no trataba de problemas sociales ni de la vida de la clase trabajadora sino más bien de los líos, problemas, enfados, divorcios, enfermedades y disgustos entre artistas y periodistas muy bien remunerados, y sus caudalosos linajes. Un entretenimiento cuidadosamente pensado y producido por una multinacional más interesada en amasar dinero que en reflejar inquietudes artísticas que broten del sentir popular.

Estas afirmaciones no convierten 'Sálvame' en telebasura, desde luego, pero sí impiden que se prejuzguen los reproches contra el programa como “elitistas”, en la medida que está producido por élites económicas, y protagonizado por ciudadanos pudientes aunque se traten temas populares (bodas y bautizos) en un tono alborotado, incluso de gallinero. El programa será mejor o peor, pero no puede acogerse a la protección de la “cultura popular”.

Creo que ganaríamos en comprensión si distinguiéramos entre “cultura popular” y “cultura de masas”. 'Sálvame' sería un buen ejemplo de lo segundo: dirigido y concebido por una empresa con ánimo de lucro, que trata de conseguir la mayor cantidad de espectadores. Y si “masas” suena peyorativo podemos emplear la palabra “entretenimiento”, que tiene un sonido más neutro, al fin y al cabo, ¿qué daño hace y a quién no le gusta entretenerse? Así podría reservarse la idea de “cultura popular” para aquellas manifestaciones más o menos espontáneas, más o menos elaboradas, que emanan del pueblo, sin la intermediación de una multinacional.

Disfrutaríamos así de un territorio con las fronteras menos cerradas, más permeables. Un genero artístico ya no se definiría a priori como “popular” o “de masas” o “culto”, dependerá de cómo se desarrolla. Así, la televisión es popular si rueda un documental sobre la manera de cantar de una región, entretenimiento cuando emite 'Tu cara me suena' y un espacio culto si entrevistan a Álvaro Pombo. Y se podrían juzgar los “contenidos” de un programa por su ejecución, siguiendo criterios artísticos, políticos o una combinación de ambos, pero sin protegerlos a priori de la crítica en base a una identificación parcial e insostenible con “lo popular”.

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