Crítica de libros
'Pombero', de Marina Closs: trastornos míticos
La autora argentina ha escrito unos cuentos asombrosos que se despliegan en una incomprensibilidad que sugiere mucho más que dice
Ricardo Baixeras
Crítico literario
Doctor en Humanidades (Teoría de la Literatura y Literatura Comparada). Autor de 'Tres tristes tigres y la poética de Guillermo Cabrera Infante' (Universidad de Valladolid)
El sustrato que sostiene este libro de cuentos de Marina Closs (Posadas, Argentina, 1990) pertenece a lo que queda tras el paso fugaz de un lenguaje que arrasa con los sentidos evidentes de un mundo del que han desertado los dioses. Las identidades solitarias que están en juego aquí evocan insistentemente la lírica antigua (y muy moderna) que Nietzsche reclamaba en ‘El nacimiento de la tragedia’ con la imagen imperecedera de un dios decapitado, aquella inolvidable “estatua sin cabeza de un dios” cuyo desmembramiento evoca un mundo devastado pero que sigue en pie. De manera tal que estos cuentos, ciertamente asombrosos, despliegan una escritura poderosísima que se afana por conocer lo inaccesible, el daño irreparable y lo que no debería tener nombre, cartografiando un poder crítico en torno a unas figuras, la mayor de las veces femeninas, hechas pedazos por el peso de un mundo que no comprenden. Es así en 'Si yo fuera alguien (Pombero)' en el que se afirma: “Soy un despacio entre muchos rápidos. Mi caminata es, por la selva, un aire lento. Llevo en mí las hojas que se han desprendido de sus tallos.” O en 'No sería (Dunka)' en el que una niña, que es obligada a casarse, aparece descrita “como un cántaro roto.” O en 'Casi nadie (La bella Marioka)' que sostiene a la sempiterna figura de una abuela a cuya nieta las ruedas de un molino “le importaban más que el resto inexpresivo de las cosas.”
En ninguno de los cuentos se promete la felicidad aurática e ilusoria de lo que está en el presente. Y es así porque muy pronto se percata el lector de que la fuerza visible e innegociable del libro está en otro lugar: en un un hueco, en una pérdida, en una ausencia y en unas heridas de las que “ya no brota sangre.” Son rizomáticos porque narran y vuelven a narrar una constelación laberíntica de territorios protegidos por unas sexualidades que no son sino el espacio de la mayor de las soledades, lugar en el que no cabe comunicación alguna con el otro masculino.
El mayor acierto de este libro es el de una incomprensibilidad que se despliega en todas sus formas y sentidos, llámense cáncer, resurrección o maternidad con ecos beckettianos más que evidentes al querer sugerir más que decir. Closs ha sabido delimitar unos espacios y unos personajes fragmentados que provocan efectos inquietantes. Personajes aislados y revestidos de su propia soledad tratando de descifrar el sentido de unas vidas a la deriva auspiciadas por el ritmo de una voz que narra un mundo que les es hostil.
Es altamente probable que Closs no sea del todo consciente del libro que ha escrito. Algo se le escapa, afortunadamente. Se trata de un exceso lúcido que ahonda en las condiciones de posibilidad de lo imaginario en un libro trastornado por el poder de lo mítico y trufado de un lenguaje en lucha consigo mismo. Al final surgen inevitables las preguntas: ¿cuál es el centro de esta voz hundida que se sabe mentirosa? Y todavía: ¿quién habla en este libro de Marina Closs?
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