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'Crítica de 'La mestra i la Bèstia', de Imma Monsó: la guerra civil y sus víctimas colaterales

La escritora leridana propone en su última novela una revisitación de la guerra civil a través de una joven maestra trasladada a un pueblo de montaña imaginario

Imma Monsó: "Los escritores catalanes de mi generación hemos tenido que hacer un sobreesfuerzo respecto a la lengua"

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BARCELONA 02/03/2023 Icult. Retratos a la novelista Imma Monsó en la editorial Anagrama. FOTO de ZOWY VOETEN

BARCELONA 02/03/2023 Icult. Retratos a la novelista Imma Monsó en la editorial Anagrama. FOTO de ZOWY VOETEN / ZOWY VOETEN

Valèria Gaillard

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Lejos de lo que el título pueda hacer pensar, 'La mestra i la Bèstia' (Anagrama), el último libro de la veterana Imma Monsó, no es ninguna historia de amor con personajes asilvestrados, o no es solo eso. La escritora leridana propone aquí una revisitación de la guerra civil a través de Severina, una joven maestra que pasa un curso en un pequeño pueblo inventado de montaña, Dusa, una experiencia que le cambiará la vida y su visión del mundo. Estamos en el año 1962 y la maestra recién licenciada y huérfana llega buscando un refugio, un sitio donde echar raíces. El descubrimiento de este universo cerrado y secreto, con sus personajes marcados por la guerra, será el entorno hostil donde intentará contagiar el entusiasmo por el conocimiento a sus alumnos. Y luego está él, Simeó, a quien llama "la Bestia", un "pedazo de hombre" que la atraerá como un imán, puesto que reconoce en él un alma en pena como la suya. 

La novela, narrada en tercera persona, alterna el relato de sus peripecias en este pueblecito —y, tal como le dice una vecina, "pueblo pequeño infierno grande"— y la historia de sus padres ya muertos, Simona y Román, cuyas acciones apenas consigue descifrar Severina de pequeña. De esta manera, Monsó retrata dos generaciones marcadas por la guerra: la de los padres, forzada a vivir en una representación constante, y la de la hija, obligada a descifrar los signos tras los cuales se esconden verdades inconfesables porqué son susceptibles de represalias. Este marco de silencio forja el carácter de Severina, discreto, solitario, arisco.

Tiene muy claro que, tal como le dice una compañera, "las maestras no hablamos de política: ¡es feo!" Resignada, pues, a enseñar libros con doctrina —ella que ha sido educada por su madre sin pisar una escuela— y a tener sobre la pizarra el crucifijo y el retrato del Generalísimo, asume su tarea ante unas criaturas también divididas según el bando al que pertenecen los padres. Severina también sortea la prohibición del catalán, pero alguien le advierte de que no se dedique a comparar en clase el dialecto ribagorzano con el estándar porque la podrían delatar

Si bien el arranque de la novela es denso, ya que parte de una reflexión situada después de los hechos narrados, el relato fluye magnético gracias a que el personaje de Severina está bien dibujado y tiene fuerza. Seguir sus peripecias en el aula o cómo va descubriendo la verdadera cara de los habitantes de su inicialmente idolatrado Dusa resulta fácil gracias al talento narrativo de Monsó, que consigue profundizar en los personajes dándoles grosor psicológico y consistencia, aunque sean secundarios. Por ejemplo, la tía Julia, feminista liberada, o López, el inmigrante que habla catalán con acento andaluz. De hecho, Monsó consigue retratar muy bien los personajes a partir de su habla, y el libro, en su afán realista, recoge el catalán jugoso de montaña de los años 60, salpicado por ingeniosas palabrotas.  

Con esta novela Monsó da un paso adelante y reflexiona sobre un tema universal —y muy actual— como es la guerra, para explorar cómo afectan los conflictos bélicos a las personas, cómo unas deciden implicarse en la Historia, mientras otras se desentienden. La autora señala con el dedo las víctimas colaterales de las luchas ideológicas y el precio que pagan las personas incapaces de cerrar los ojos ante la cruda realidad. 

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