Novedad editorial

Ibon Martín: "La realidad va a retirar a los autores de ‘thriller"

Ibon Martín (Donosti, 1976) es un hombre familiar con cara de buena persona, pero también es un hacedor de novelas con asesinatos horribles. En la última, ‘El ladrón de rostros’ (Plaza & Janés), la primera muerte llega en una cueva en las montañas de Oñati.

Hasta allí llegará esa inspectora, Ane Cestero, que tantas alegrías le está dando a este autor que comenzó editando sus guías de viaje por el País Vasco.

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El escritor Ibon Martin, en la cueva de Sandaili, con una argizaiola

El escritor Ibon Martin, en la cueva de Sandaili, con una argizaiola / Gorka Nalda

Luis Miguel Marco

Luis Miguel Marco

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¿Es el paisaje el que le dicta la historia o es la trama la que manda?

En este caso, como en todas las anteriores, el paisaje lo decide todo. Elegí Oñati y el santuario de Arantzazu como el escenario de estos crímenes y de la investigación que se pone en marcha. Y es Oteiza el que me hizo el regalo de destripar a 14 apóstoles en la fachada del templo. Es cuando llego allí cuando decido el argumento, quién y por qué mata y también cuál es su 'modus operandi'.

La novela discurre además en unos días muy concretos, aquellos en los que no podíamos salir de la ciudad o del pueblo por el covid. ¿Otro regalo que le brindó la realidad?

La pandemia fue una etapa muy fea, pero me pareció sugerente, no el encierro en sí, sino ese año después con los confinamientos perimetrales. Los personajes llevan una carga de agobio y encima no pueden salir del pueblo por los controles. Están todos alterados y esa claustrofobia se acentúa con un asesino suelto.

¿Cómo se han tomado los paisanos de Oñati esta historia?

Yo iba con recelo porque de la anterior novela, 'La hora de las gaviotas', salí trasquilado de Ondarribia y no sabía qué pasaría con esta. Pero la acogida ha sido brutal. Es una novela amable con Oñati pero nunca sabes. El cura me contó que está todo el pueblo encantado de que se hable de ellos por esta novela.

El arranque es terrorífico, sin embargo parte de una realidad. ¿Le preocupa que todo sea creíble?

A mí me gusta arrancar fuerte. Esto lo observo en los lectores. Mi hija, que tiene ocho años, cuando coge un libro si no conecta en las diez primeras páginas me dice: 'aita, este libro es un rollo'. Ahora que los escritores competimos con las series de televisión es importante enganchar al lector desde la primera página.

Este año el festival BCNegra ha elegido como lema la doble vida. Esos lobos con piel de cordero. 

Sí. Y me viene al pelo. A mí me encanta que el asesino pueda estar escondido a ojos del lector, que esté conviviendo con él desde las primera páginas pero que lo vea como un personaje más. Y que hacia el final descubramos que el cordero es un lobo y que tiene unos motivos que le han llevado a comportarse así. Y que todo encaje y quede cerrado.

La pandemia como algo desquiciante, ¿ha generado una nueva patología?

En este caso es la gota que colma el vaso. Que lleva a una persona a cometer las mayores atrocidades. Yo creo que a raíz de lo que hemos vivido la gente tiene necesidad de abrazar creencias, de recuperar supersticiones, y hay quien se aprovecha de todo eso. El covid generó un miedo y ese miedo perdura en mucha gente. 

En sus novelas se da un contraste muy bestia. Por un lado la ertzaina y sus métodos de investigación científicos y por otro lado las creencias y las supersticiones arraigadas sobre todo en el medio rural. 

Es que el País Vasco está a la cabeza en cuanto a avances económicos y sociales y a la par está a la cabeza del Estado en el mantenimiento de las tradiciones, tradiciones en positivo y en negativo. Y en Oñati precisamente conviven estas dos Euskadis. Está en pleno corazón del cooperativismo vasco, tierra de empresas boyantes, y tenemos también el mundo del pastoreo. En la cueva de Sandaili, como cuento en la novela, siguen practicándose ritos de fertilidad de origen celta. Todavía hoy te acercas a la cueva y te encuentras ropita de niño de las mujeres que no pueden quedarse embarazadas.

La inspectora Ane Cestero se hace más grande en cada novela suya. ¿No quiere soltarse de ella?

Para mí es capital. Empezó dando sus primeros pasos con 22 años. Hoy tiene alrededor de 30, aquí la vemos volcada en detener los crímenes y en dar con el responsable. Pero seguirá en otros casos.

Empezó haciendo guías de viaje. ¿Se documenta mucho?

Yo en lo que soy experto es en conocimiento del medio, por eso me tengo que frenar cuando empiezo a describir los lugares en mis novelas. Conozco al dedillo los rincones y sé por dónde quiero mover a mis personajes. Pero para buscar el mayor realismo posible, aunque sea una ficción, me preparo a fondo y, en este caso, ha aprendido algo de boxeo, de apicultura, de esquilar ovejas, de los dulces que elaboran las monjas y hasta de técnicas forenses. Por suerte tengo amigos que me asesoran y me ayudan a documentarse, también dentro en la policía vasca. 

Luego ves las noticias y resulta que son más bestias: un hombre mata con un machetazo a un sacristán, un cuerpo decapitado aparece en la orilla…

Muchas veces me preguntan cómo se me ocurren cosas tan truculentas, crímenes tan retorcidos, y yo creo que la realidad va a retirar a los autores de ‘thriller’. Los escritores de novela negra nos vamos a quedar sin trabajo porque no hay más que abrir el periódico para sumergirte en una realidad mucho más dolorosa y más dura de lo que podamos idear nosotros. Tendremos que escribir novela romántica. 

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