Crítica de jazz

Dianne Reeves, el sonido de la felicidad

A su vuelta al Palau de la Música, la cantante, grande entre las grandes voces del jazz norteamericano, recibió el premio del Festival de Jazz de Barcelona

Reeves

Reeves / Ferran Sendra

Roger Roca

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Casi nadie quiere acordarse ya de la pandemia. Y menos cuando va a un concierto. Pero Dianne Reeves, grande entre las grandes voces del jazz norteamericano, la tiene muy presente. Esos meses le cambiaron la vida. Se dio cuenta de que su vida iba demasiado rápido, de que no tenía nunca un respiro. De que andaba de ciudad en ciudad sin apenas disfrutar sus calles. Ahora, dice, se toma la vida de otra manera y disfruta de los conciertos como nunca. Lo contó el miércoles en el Palau de la Música, y parecía que lo decía de corazón. En su vuelta a Barcelona, la noche en que recibió la medalla de oro del Voll-Damm Festival de Jazz de Barcelona, Dianne Reeves ofició una catarsis en forma de concierto.

Sonrisa enorme, voz inmensa y expresión de serena felicidad, Reeves fue de punta a punta de un repertorio que comienza en los estándares que la hicieron famosa hace años y cubre un territorio cada vez más vasto. De vuelta de todo, como quien ya demostró lo que tenía que demostrar hace muchos años, Reeves hoy canta lo que le apetece. En el Palau empezó con un éxito sobre un desamor a punto de consumarse, 'Dreams' de Fleetwood Mac, paró en Brasil, en los ritmos afrocubanos, y en una oscura canción pop que nadie más que ella ha versionado jamás, 'I remember'”, de la que sacó oro. Y se sirvió de una melodía de Pat Metheny para desplegar sus dotes para la improvisación. Incluso cuando no hay una letra que cantar, Reeves brilla como el mejor de los solistas.

La canción es lo de menos

A ratos incluso daba igual la canción. Encima de cualquier estructura, Dianne Reeves puede improvisar una historia sobre cómo conoció a su guitarrista, el versátil Romero Lubambo, que la acompaña desde hace décadas. O explicar cantando por qué le chifla ponerse cerca de su contrabajista y sentir cómo los graves del altavoz hacen vibrar su cuerpo. Con Dianne Reeves la canción es lo de menos, sí, pero escuchar y ver cómo ataca un clásico del jazz es un privilegio. Su versión de 'Skylark', apoyada en el buen oficio del pianista venezolano Edward Simon, fue una lección magistral sobre el arte de cantar un estándar. Relajada y cercana, dueña total de los tiempos y la escena, habló de cómo se siente, del poder curativo de la música y de lo que cree que le falta al mundo, además de paz y amor. “Las cosas cambiarán cuando vuelva a haber equilibrio. ¿Y quién traerá ese equilibrio? Las mujeres”. A la memoria de la brasileña Gal Costa, fallecida solo unas horas antes, brindó una versión de 'Corcovado' a dúo con Lubambo. Y para despedirse, una balada del pianista McCoy Tyner, 'You taught my heart how to sing', una declaración hiperbólica declaración de amor que la cantante dedicó al público porque, dice, así es como la hace sentir. Y viéndola cantar, costaba imaginar a alguien más feliz que Reeves sobre un escenario.