Tras tres aplazamientos

Bon Iver, una imponente catedral del sonido en el Palau Sant Jordi

El grupo de Justin Vernon impuso su singular arquitectura musical, con microscópico detallismo y abrumadoras escaladas de tensión, en la presentación de su cuarto álbum, ‘i,i’, ante 9.000 personas en Montjuïc

Bon Iver

Bon Iver / Julio Carbó

Jordi Bianciotto

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Trasladar a un gran escenario la tensión espiritual y la microcirugía de sus discos es un desafío en el que Justin Vernon es capaz de crecerse, llevando las canciones a un estado más físico sin pervertirlas. Así fue este lunes en el Palau Sant Jordi en un concierto con visos de algo más que eso: experiencia sónica entre neones y sombras, con músicas portadoras de misterio que, a su jeroglífica manera, tocaron las fibras sensibles.

Concierto venido, en cierto modo, del pasado, puesto que tres aplazamientos pandémicos le precedieron, lo cual no fue suficiente para llenar el local (9.000 asistentes según Live Nation). Sesión sin fotógrafos de prensa por exigencia del grupo de Wisconsin, comenzó con media hora de retraso con los redobles de un tema pretérito, ‘Perth’. Mensaje trascendente, con ese estribillo que nos dice que aquel a quien amas permanecerá vivo para ti aun más allá de la muerte.

Máquinas con humanidad

Bon Iver es así de místico, y sus guiños al otro lado del espejo flotaron en temas como ‘666 cross’, haciendo siempre uso de un amplio espectro de recursos: la voz con soul de Vernon, en falsete, con filtros o fundiéndose en armonías, pilotando un artefacto que podía mutar de la expresión robótica a la fuga de jazz saxo mediante. Y que combinaba la paz microscópica con la escalada post-rock. Para ello, se valió de su plantel de colosos de guardia: el teclista-percusionista Sean Carey, punto de anclaje de un sexteto que incluyó otro ‘set’ de batería.

Imponente maquinaria que se lució en las piezas del todavía último álbum, ‘i,i’ (2019), alejándose sin remedio del indie-folk con el que Bon Iver se dio a conocer. Ahí hay que hablar de ‘iMi’, diálogo de Vernon consigo mismo que filtró vestigios de góspel, y ‘Hey, ma’, expiación con vistas a la figura materna. Luego llegaron la abrasiva ‘10’, con graves y timbres se diría que transhumanos, y un ‘715 – creeks’ con el que conmovió a través de la voz maquinal.

La edad de Jesucristo

Situado a un lado del escenario, Vernon no fue la estrella pop, sino el científico absorto en la complejidad de su invento. Volvió a ser cantautor en ‘Skinny love’ y surcó las serenas y gélidas aguas en ‘Holocene’, homenaje lírico a la era posglacial, antes de perderse entre los arpegios de piano de ’33 ‘GOD’’. Pieza existencial, un poco ‘petergabrieliana’, cuyo título alude a la edad de Jesucristo. Un punto culminante, junto con ‘Naeem’, de esta sesión aparatosa y poética, en la que Bon Iver demostró haber consolidado un vocabulario musical que sigue avanzando y que interpela al público cuando pasa del laboratorio a la sala de conciertos.

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