Hito de la música argentina

Fito Páez, un embriagador elixir del amor, 30 años después

El músico recorrió su disco más celebrado, ‘El amor después del amor’, de 1992, con pasión y espectacularidad en una generosa sesión en el Auditori del Fòrum

DAMBin (1)

DAMBin (1) / FERRAN SENDRA

Jordi Bianciotto

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Del torbellino del desamor salió un día Fito Páez, salvado precisamente por el amor, en un álbum regenerador de almas, la suya y la del millón y pico de personas que llegarían a comprarlo. El disco, ‘El amor después del amor’, cumple 30 años, y el músico argentino le rinde homenaje en una gira, transmitiéndonos su fuerza interior en conciertos fogosos como el de este sábado en el Auditori del Fòrum.

Páez tenía 29 años cuando compuso aquellas canciones, creadas tras el fin de una relación (con Fabiana Cantilo) y ante el inicio de otra (con Cecilia Roth), y ahora, a los 59, se ve en su espejo y parece utilizarlas como carta de navegación. Revivieron con un tratamiento de lujo: banda extralarga (ocho músicos, incluidos tres metales, y la voz adjunta de Mariela ‘Emme’ Vitale, hija del músico Lito Vitale), despliegue de video y guion generoso, dos horas y cuarto de recorrido por cada una de aquellas 14 canciones (de las que 10 se publicaron en ‘single’) y ocho más de propina.  

El corazón y el alma

Vertiginoso carrusel, hay que decir, encabezado por ese tema titular cuyo estribillo repite, como una máxima enredada en la espiritualidad del góspel, que “nadie puede, y nade debe, vivir sin amor”. Dios y la imaginería cristiana flotaron en algunas canciones, envolviendo la sensualidad con un aura mística como lo haría Prince, ya fuera en la delicada arquitectura de ‘La Verónica’ o en el funk-rock de ‘Tráfico por Katmandú’.

El repertorio era de leyenda y cada número arrastraba su propia historia: ‘Pétalo de sal’, reflejo de la amistad con Luis Alberto Spinetta, el deslumbramiento producido por la musa en ‘Un vestido y un amor’, o la conexión con la tradición popular en ‘Detrás del muro de los lamentos’, pieza que grabó con la voz de Mercedes Sosa. Volcándose en cada estrofa y cada sílaba, un Fito Páez poseedor de un don para transmitir, y que como autor hereda tanto la emotividad de un Litto Nebbia como el punto de rock’n’roll de Charly García (ahí estuvo la guitarrera ‘A rodar mi vida’).

Consumado el repaso al disco, el rosarino redondeó la noche una selección en la que, además de unas cuantas partituras de cabecera (‘Al lado del camino’, ‘Yo vengo a ofrecer mi corazón’ o ‘Mariposa tecknicolor’), tuvo a bien rescatar una pieza cruenta, ‘Ciudad de pobres corazones’. Composición airada que creó en 1987 a raíz del asesinato de su abuela y su tía abuela, avanzó a largas y siniestras zancadas, reflejando la amargura que puede reposar bajo el más bello repertorio de canciones de amor.