Crítica de libros

‘La más recóndita memoria de los hombres’, de Mohamed Mbougar Sarr: el laberinto de la literatura

El autor senegalés se inspira en Bolaño para construir una obra exuberante en torno a un misterioso escritor y su novela que funciona como un sentido canto de amor a la literatura

Sarr

Sarr / Jordi Otix

Mauricio Bernal

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Uno se acerca a las páginas de esta novela con prejuicio, lo cual, por supuesto, está mal. Prejuicio, en singular: el que brota cuando uno lee que su autor es devoto de Bolaño, que su novela es un homenaje a Bolaño y que, de hecho, tiene una estructura similar a la novela de Bolaño (privándose uno de aclarar, como no sea en un paréntesis, que el Bolaño en cuestión es Roberto, el chileno, y la novela, también en cuestión, ‘Los detectives salvajes’). Si algo enferma a la cultura actual, incluida la literatura, es la falta de originalidad, de ideas nuevas, así que, ¿por qué habría de entusiasmar la lectura de ‘Los detectives salvajes’ en versión africana? El original, siempre el original. Pero Mohamed Mbougar Sarr se dispone, en 444 páginas de poderío narrativo, a demostrar lo contrario. El autor senegalés se propone entusiasmar.

Sarr no se esconde, al contrario. ‘La más recóndita memoria de los hombres’ (Anagrama) abre con una extensa cita de ‘Los detectives salvajes’ que justifica el título de la novela. A lo que hay que sumar que, en la línea de ‘Los detectives salvajes’, la novela del autor senegalés gira en torno a la figura de un escritor misterioso, esquivo, una especie de fantasma de la literatura que escribió en su día una gran novela y luego desapareció. Aquí se llama T. C. Elimane; allá, Cesárea Tinajero. En ambos casos, es la búsqueda de ese fantasma el ánima de la novela. Pero Sarr –de nuevo– no se esconde: se esconde tan poco que cuando saca a la luz los detalles de ‘El laberinto de lo inhumano’, la novela misteriosa del misterioso Elimane, resulta que –¡ajá! –, se trata de una novela-plagio, es más: de una novela-deliberadamente-plagio. Un producto nuevo hecho con trozos de productos antiguos. Y un producto, además, brillante. Mmm…

Después lee uno que el personaje de Elimane está basado en el caso real del escritor maliense Yambo Ouologuem, pero uno decide pensar que eso es secundario: que Elimane haya tenido un trasunto en la vida real no puede distraer de la inteligencia de la coartada, y de la descarada y hermosa declaración de Sarr: la literatura se hace con literatura, escribimos gracias a que otros lo hicieron antes que nosotros. Bien, pero, ¿y la imaginación?, diría alguien. ¿Esa materia prima, esa fundamental sustancia? ¿A qué lugar queda relegada? A ninguno. En el mundo de Sarr es desbordante. Es a base de imaginación, sobre todo, pero también de arrojo, de firmeza, de conocimiento del lugar al que debe dirigirse la buena literatura, que el escritor senegalés construye y articula ese torrente de historias que al final es ‘La más recóndita memoria de los hombres’. Todo gira en torno a Elimane y su laberinto, y de una búsqueda que se torna obsesiva, pero abarcan tanto ambas cosas que el lector cambia de geografías y de tiempo y de personajes constantemente. Torbellino, torbellino podría ser la palabra. A veces, sí, su robusta prosa cae en el sentimentalismo, pero no se lo vamos a echar en cara: el edificio se sostiene. Hay novelas que se escriben sufriendo y hay novelas que se escriben gozando: esta, para solaz del lector, pertenece al segundo grupo. En fin, he aquí un emocionado canto de amor a la literatura. Quizá por eso le dieron el Goncourt.

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