Estreno de cine

Crítica de 'Tres mil años esperándote' de George Miller: sobre cuentos y cuentismos

La profesora Tilda Swinton y el genio de la lámpara Idris Elba hablan y hablan sin decir nada realmente sustancioso

Un fotograma de 'Tres mil años esperándote'.

Un fotograma de 'Tres mil años esperándote'. / archivo

Nando Salvà

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Es muy probable que la nueva película de George Miller no sea lo que sus fans esperaban de él. Y no solo porque la separan unos tres mil kilómetros de las que abanderan su carrera, las integrantes de la saga ‘Mad Max’; también porque, aunque esta fantasía reminiscente de ‘Las mil y una noches’ evidencia un gusto por el cuento y la fábula similar al que el maestro australiano ha mostrado en títulos como ‘Las brujas de Eastwick’ (1987) o ‘Babe, el cerdito en la ciudad’ (1998), sus aspiraciones épicas y románticas quedan aplastadas bajo el peso de sus pretensiones filosóficas, sentimentales, temáticas y conceptuales.

La película es, esencialmente, el retrato de dos personajes que durante la mayor parte del metraje permanecen en una habitación conversando. Tilda Swinton encarna a una doctora en literatura de visita en Estambul; Idris Elba, al genio de la lámpara que se le aparece de repente y que decide explicarle su larga biografía, que se prolonga a través de milenios, dinastías y continentes. Su charla, pues, se ve periódicamente interrumpida por sucesivos ‘flashbacks’ en los que se cuentan relatos de sultanes ilusos, príncipes airados y concubinas sometidas; después de cada una, Miller regresa a la suite estambulí, dotando así a la película de una estructura inequívocamente episódica y repetitiva. Entretanto, es cierto, Miller da muestras de su inagotable imaginación y su habitualmente disfrutable gusto por lo excéntrico. Sin embargo, para ello recurre a un tipo de esteticismo sobrecargado y ‘kitsch’ que evoca anuncios de perfume, videojuegos de PlayStation y películas de Tarsem Singh.

Tanto con la colección de viñetas como con lo que sucede una vez la pareja sale finalmente de la habitación, Miller trata de hablarnos del inmenso valor que poseen para el ser humano las historias que nos contamos, de lo necesarios que son nuestros deseos y de los peligros que entrañan, de cómo nuestra dependencia de la tecnología y la ciencia nos ha separado de lo que nos hace verdaderamente humanos, del incremento del odio en tiempos del Brexit y, sobre todo, del amor. Esa, decimos, es la idea. Pero la profesora y el genio hablan y hablan sin decir nada realmente sustancioso; y, mientras les da altavoz, la película se olvida de que los protagonistas de una historia de amor deben ser seres pensantes y sintientes completos y complementarios, y no meros recipientes de conceptos. La mejor manera de rendir tributo al arte de contar historias es contar una buena historia, no parloteando incesantemente sobre lo importante que es hacerlo. Es una pena que ‘Tres mil años esperándote’ no predique dando ejemplo.

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