Libro
Crítica de 'Todas las esquizofrenias', de Esmé Weijun Wang: diagnóstico, estigma y redención
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Toda persona creativa posee cierta facultad disociativa; esto es, la capacidad de trastocar, de jugar con la memoria, la conciencia, la identidad e incluso la percepción. El artista escapa del centro trillado para desbrozar nuevos caminos, otras perspectivas. Se dice a menudo que locura y genialidad suelen caminar de la mano, como si la combinación pudiese constituir acaso una alquimia feliz. Pero atravesar a nado las páginas de 'Todas las esquizofrenias' ('The Collected Schizophrenias') permite al lector vislumbrar cuánto esfuerzo, tanto físico como mental, ha debido de invertir la autora, Esmé Weijun Wang, en su culminación, por no mencionar la generosidad y el coraje de quedarse desnuda frente al espejo. Algún famoso ha confesado en público trastornos de ansiedad o depresión, pozos de los que se regresa; de la esquizofrenia, no. El gran tabú. Padecen la enfermedad en España unas 400.000 personas (el 1% de la población).
Nacida en Michigan, de padres emigrados desde Taiwán y estudiante en la prestigiosa universidad de Yale, Esmé Weijun Wang no recibió un dictamen oficial de su trastorno esquizo-afectivo de tipo bipolar hasta ocho años después de haber sufrido las primeras alucinaciones auditivas. Aun cuando la autora subraya la naturaleza pantanosa de la psiquiatría -los diagnósticos se basan en un puñado de síntomas y no en mediciones objetivas-, la demora se explica en parte porque su especialista pretendía protegerla de la etiqueta estigmatizadora.
Convencimiento de estar muerta
Con el tiempo, los brotes psicóticos y las "distorsiones sensoriales" empeoraron: arañas que le horadaban el cerebro, familiares y compañeros convertidos en robots, cadáveres en el aparcamiento, demonios que salían disparados de todas partes, el té envenenado y el horrible convencimiento de estar muerta. Wang fue ingresada tres veces, contra su voluntad, entre 2002 y 2011. "Rara vez he vivido un desequilibrio de poder tan radical y visceral como cuando estuve internada en un psiquiátrico, entre médicos para los que solo era una enfermedad con forma humana".
Dividido en 13 capítulos o ensayos, el libro desgrana algunos episodios especialmente dolorosos, como la expulsión de Yale de la autora (las universidades "castigan las enfermedades psiquiátricas") o la renuncia a la maternidad por miedo de prolongar la cadena genética ("el amor por la escritura y el talento por las artes visuales lo he heredado de mi madre, así como los dedos largos y ahuesados; también he heredado la predisposición a la locura").
Repercusiones de la dolencia
Pero aun siendo la experiencia personal un material precioso, Wang lo transciende, lo emplea como trampolín para filosofar y ahondar en las repercusiones de la dolencia: la carga de los cuidadores, las libertades coartadas de los enfermos, la ruina económica que puede suponer en EEUU un diagnóstico de estas características o cómo, en una sociedad capitalista, la tenencia de empleo constituye el principal marcador de la 'utilidad' social.
Con repeticiones, con un desorden que llega a resultar atractivo, el ensayo está trufado de referencias culturales para explorar y, sobre todo, irradia luz: la posibilidad de llevar una vida aceptable y rabiosamente creativa. Con haloperidol, terapia y amor por la vida.
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