Crítica de música
The Magnetic Fields e Hidrogenesse, nobles canciones viperinas en Paral·lel 62
La tropa de Stephin Merritt y el tándem barcelonés brindaron un provechoso doble cartel de arte pop con doble fondo en el marco de Primavera a la Ciutat
Jordi Bianciotto
Periodista
Canciones con miga y un poco de mala uva, tierno espejo de la vida moderna, con puntos en común pese a presentarse en formas distintas: electrónicas, las de Hidrogenesse, y sostenidas por una suave ecuación de guitarras, percusiones y cello, las de The Magnetic Fields. Repertorios con alcurnia que este lunes abarrotaron la sala Paral·lel 62 (hasta ahora conocida como Barts) en esta estela urbana del Primavera Sound conocida como Primavera a la Ciutat.
El ‘ticket’ arrastraba vínculos que venían de lejos: ambos artefactos habían coincidido una década atrás en Apolo, como recordó Genís Segarra (que, a su vez, en tiempos de Astrud, compartió tablas con Stephen Merritt en L’Aliança de Poble Nou, 2004, y en La Bàscula, 1998). Qué mayor se ha hecho el ‘indie’, y qué despierto sigue mostrándose Hidrogenesse, el tándem de Segarra y Carlos Ballesteros, evocando con simpatía a Kraftwerk (‘El hombre de barro’), rindiendo homenaje a Alan Turing, pionero de las computadoras y creador de Enigma, aquel programa que burló a los nazis (‘El beso’) y recalando en sus sagaces ‘Joterías bobas’ (2019), estiradas ahora en el álbum ‘Jo jo bo bo’. Tocaron la fibra en ‘No hay nada más triste que lo tuyo’ y culminaron con el himno ‘Disfraz de tigre’, invitación a cuestionar las mutaciones que sufrimos en nombre de la modernidad: “máquina, piedra, planta, animalito”.
Hitos de mesa camilla
Si Hidrogenesse se sintió a sus anchas con su vestuario y ‘atrezzo’ de fantasía, The Magnetic Fields representó la escenificación espartana, el clan de amigos (cinco) que se sienta para compartir unas canciones. Las últimas, las de ‘Quickies’, tiraron una vez más del sarcasmo (‘The day the politicians died’ y el juego de palabras (‘The biggest tits in history’), ilustrando la inagotable inventiva del señor Merritt, que cruzó su voz grave, sólida pero vulnerable, con el dulce canto de Shirley Simms, operaria de guitarras y ukeleles.
Mundo de grandes canciones discretas, el suyo, que fluyó evitando las estridencias (para no excitar la hiperacusia que Merritt sufre en el oído izquierdo) y que se hizo fuerte en los números de su edad de oro: de la noventera ‘Born on a train’ (viajes y medios de transporte, ese clásico de su mundo lírico) a ‘I wish I had pictures’, a través del baúl del tesoro ’69 Love songs’ (1999). De ahí cayeron muestras como ‘I don’t believe in the sun’, ‘Grand Canyon’ y la carta de despedida, ‘Chicken with its head cut off’, desvalida y tragicómica, tratando de curar el corazón herido con sano sentido del humor.
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