Una voz a seguir

Toñanes, un pueblo donde todos los tiempos se perciben a la vez

Juan Gómez Bárcena publica 'Lo demás es aire', un original ejercicio narrativo sobre una aldea cántabra

Bárcena

Bárcena / Ivan Giménez-Seix Barral

Elena Hevia

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Toñanes, una pequeñísima aldea de Cantabria, es apenas un lugar entrevisto para quien recorra la carretera entre Santillana del Mar y Comillas. Se tarda poco más de un minuto en atravesarla en coche. También es el objeto de 'Lo demás es aire' (Seix Barral), la última novela de Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984), una de las voces de la joven narrativa española por las que merece la pena apostar. Estas tierras, es sabido, nos han hablado del pasado como más fuerza que en ninguna otra parte. A diez minutos de aquí, desde Altamira, nos llegó la imagen de los primeros bisontes que habitaron la península.

A Gómez Barcena siempre le ha obsesionado el pasado, ese lugar donde se acumulan los muertos. De ahí que su novela se construya a base de capas temporales sobre un mismo espacio físico. ¿Y eso cómo se concreta? Todo sucede en Toñanes desde su fundación y aún más atrás, desde el principio de los tiempos. Las pequeñas historias de los habitantes, incluida la del propio escritor, se sedimentan como capas de un pastel y habilidosamente se perciben como si todo sucediera al mismo tiempo.

Como Chistopher Nolan

En los márgenes del libro, fuera del texto, las fechas desde 90 millones de años atrás hasta un 2020 con mascarillas, se van ordenando las referencias a los diferentes tiempos. En ocasiones, un mismo párrafo puede llevar al lector hasta 50 indicaciones temporales distintas sin que este se pierda. La tradición la aporta el pueblo y la escritura realista. La modernidad viene de la mano de esa mezcla de líneas temporales que hubiera hecho las delicias del Cristopher Nolan de 'Dunkerque'. “He querido que el libro abarque los nueve meses del embarazo de mi madre; pero al mismo tiempo en otra línea temporal, el resultado de toda mi vida y en una última capa, el resultado de toda la vida del pueblo”, explica el escritor mientras pasea por el pueblo mostrando todo lo reseñable: la ausencia de bares, su propia casa, el molino viejo, los saltos de agua y los espectaculares acantilados de Bolao, donde cuando era niño buscaba huellas de dinosaurio.

El autor no nació en Toñanes, el pueblo de su padre, pero ha pasado aquí todos los veranos de su vida. También aquí vivió el confinamiento, lo que le ayudó a dar la forma final al libro. Toñanes también fue testigo de la gestación de Gómez Bárcena, que sus padres decidieron llevar adelante pese a que la toxoplasmosis desarrollada por la madre no auguraba un final feliz para aquel nacimiento. “Me contaron esa historia cuando yo tenía 12 años, cómo según los médicos no tenía que haber nacido y fue la primera vez que sentí la fragilidad de la vida”.

Juan Gómez Bárcena, en Toñanes.

Juan Gómez Bárcena, en Toñanes. / Ivan Giménez -Seix Barral

Como un libro parroquial

No le interesan al escritor los grandes hechos históricos. Buena parte de la documentación se basa en los libros parroquiales donde los nacimientos y las muertes se reseñaban también en sus márgenes. “De ahí sale el carácter enciclopédico, casi enumerativo del libro [el “murió, fue enterrado” oficial funciona como una letanía en sus páginas] y me ha hecho encontrar perlas como la de un sacerdote que en el siglo XVII escribe: ‘Atanasia de la Portilla, mi madre. Murió, fue enterrada”. De vez en cuando y de repente, emerge una microhistoria así me ha permitido imaginar cómo temblaba su pluma a la hora de escribir”.

Este miércoles, los pocos vecinos que aún quedan en un pueblo que se llena sobre todo en verano, contemplan con curiosidad la visita del que fue aquel niño interesado por la paleontología –luego su interés pasó del jurásico a las personas-. “Dinosaurios en mi pueblo no había, pero sí historias humanas”. Lola Valdés, por ejemplo, a sus 92 años, no se podía creer que ella saliera en la primera página de una novela diciendo: “Aquí qué van a hacer los jóvenes. ¿Quién te va a criar un niño”. El resultado le gustó: “Así es cómo hablo”, le confirmó al escritor, complacida.

La mayoría de los vecinos a quienes grabó tardaron mucho en entender lo que quería. Al principio le contaban episodios de la historia oficial: los monjes asesinados en la guerra civil o la avioneta de un as de la aviación que se estrelló en el pueblo en los años 50 o el accidente de Gento en aquella curva peligrosa. Más tarde llegaron las historias mas íntimas. “Ay, hijo, qué te voy a contar si mi vida no tiene importancia”, decían. “He imitado –dice Gómez Bárcena- el procedimiento de Svetlana Aleksiévich de recoger testimonios y ordenarlos en forma de mónologos, respetando qué y cómo se dicen”.

Amor de madre y lo demás es aire. El refrán está documentado ya en el siglo XVII y sirve de metáfora a la novela: “He contado la historia de este pueblo, con ese aspecto tan agrario y ganadero, he captado su parte más sólida”. Eso es lo que cuenta. El resto es aire.  

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