EL LIBRO DE LA SEMANA

Crítica de 'Ni siquiera los muertos': extrañeza dantesca

Juan Gómez Bárcena construye un titánico universo en el México posterior a la conquista

El escritor santanderino Juan Gómez Barcena.

El escritor santanderino Juan Gómez Barcena. / periodico

Ricardo Baixeras

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En 'Ni siquiera los muertos', título que procede de la Tesis VI de 'Sobre el concepto de historia' de Walter Benjamin, Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984) ha querido contar el larguísimo periplo de Juan de Toñanes -“antiguo soldado de su Majestad el Rey, antiguo buscador de oro, antiguo casi todo”-, en busca de otro Juan, apodado a lo largo y ancho de esta novela como el Padre, el Patrón, el Compadre o el Padrote, culpable ante aquella Majestad y ante Dios de haber pergeñado “…la traducción de la Biblia latina al español: ese monstruoso proyecto que emprendió en secreto y sin la autorización ni la guía de nadie”. 'Traduttore, traditore'. Juan es culpable de manipular la lengua afilada del imperio, de altísima traición bíblica y, por tanto, de herejía.

Gómez Bárcena emprende la conquista de un territorio geográfico, histórico y lingüístico colosal y lo hace como una persecución narrativa que atravesará lenguas, tierras, culturas y épocas siempre “hacia el norte” y cuyo arco temporal va desde el siglo XVI hasta la América de Trump, presente en la cita inicial que abre la novela. Y lo ha sabido hacer con la pulsión de un personaje en busca de su casi alter ego, Juan en busca de Juan, “… un viajero que arrastra consigo el peso del sol y el peso de la sed y el peso de la memoria”.

La victoria narrativa de Gómez Bárcena es querer narrar un mundo en lucha constante, narrar como si, narrar hacia un futuro y desde el futuro. Y eso es algo notable por extraño. Una extrañeza que viene motivada por el trabajo durísimo y concienzudo que ha llevado a cabo con el lenguaje, una de las piedras angulares de este texto y que en determinados momentos recuerda la sosegada violencia lingüística de Cormac McCarthy en 'Meridiano de sangre', de quien toma acertadamente la forma de los epígrafes temáticos para cada capítulo. Lo que se pretende encontrar no es solo a Juan, sino también un lenguaje capaz de narrar un mundo atravesado por una violencia atávica y eterna. Los episodios en los que Gómez Bárcena se recrea en esa violencia infernal, que son la gran mayoría, son estupendos y conforman una suerte de friso dantesco, cuya gravedad no es retórica. El lector casi es capaz de tocar con la yema de los dedos el centro del dolor. Cuando la novela se sostiene en esa lucha titánica de un personaje a la caza de otro dibujando el mapa grotesco del miedo, cuando el texto serpentea el río crepuscular de un lenguaje que se rompe 'Ni siquiera los muertos' alza el vuelo. La derrota textual aparece hacia el final del libro, cuando el narrador olvida el territorio a conquistar (Juan y sus pecados de dimensiones bíblicas), cuando olvida que ha dedicado un esfuerzo hercúleo a perseguir a un traductor convertido en profeta allá por donde pasa. Un narrador olvidadizo de lo que él mismo se había autoimpuesto. Aquel Juan que necesitaba “…detener a ese hombre condenado a ser indio entre los españoles y español entre los indios”, aquel Juan que debía “apresarlo a cualquier precio,” que debía “matarlo si es preciso, aunque no sepa por qué” ha quedado en el olvido para que haga aparición el muro de Trump.