Voz mediterránea heterodoxa
Anna Ferrer canta contra el ‘estigma balear’: “¡No soy una ensaimada!”
La cantante menorquina presenta ‘Parenòstic’, un espectáculo en solitario con dirección de El Niño de Elche, en el que aborda tonadas populares y composiciones propias
La artista se acompaña del ‘guitarró’, la guitarra, el teclado y el tambor, acogida por los festivales Barnasants y Tradicionàrius
Jordi Bianciotto
Periodista
Podemos hablar de Anna Ferrer como una cantante que se alimenta del legado tradicional, pero ella prefiere explicarse de otro modo: se presenta sin rodeos como una “fetichista de lo viejo, de lo que ya ha sido utilizado”, y no solo en la música sino “en la ropa o en las recetas de cocina”. Asegura que cuando canta, por ejemplo, un bolero, presiente las “mil almas” que ese género contiene, y de esa abracadabrante manera configura sus repertorios de canciones antiguas y nuevas, en las que flota, y la abraza, una expresividad antigua y vibrante.
“Cuando canto no estoy sola”, resume esta aventurada cantante, compositora y multinstrumentista menorquina, que ha llegado hasta aquí, hasta ese ‘Parenòstic’, dirigido por el Niño de Elche (que presenta este sábado en el Auditori Barradas, de L’Hospitalet, acogido por Barnasants y Tradicionàrius), tras recorrer “un camino de hormiguita” desde que con solo tres años comenzó a adiestrarse en la música. Transitó del piano a la flauta travesera, compaginándolo con el canto coral y el baile, con naturalidad, sin parcelaciones, fijándose que “en el folclore, no es tan importante lo que se canta como el hecho de cantar y compartir”. Hablamos del imaginario menorquín de fiestas y celebraciones, en el que tanto entraban “jotas, fandangos y algún romance” como rancheras, y boleros, y zarzuelas, “y la canción marinera de Los Parranderos, o un éxito del momento como ‘No rompas mi pobre corazón’ de Coyote Dax”.
Del jazz a la electrónica
De ese trasfondo de canción popular sin prejuicios ni pretensiones, en un sentido amplio y literal, viene Anna Ferrer, que tras formar parte del reputado grupo S’Albaida se trasladó a Barcelona, con 18 años, para cursar canto jazz en el Taller de Músics. Allí aprendió otro enfoque de la expresión oral, compatible con el anterior. En su camino creativo se mueve “por extremos”: así, escarbó en la esencia menorquina en su primer disco, ‘Tel·lúria’ (2017), pero se sintió luego “agobiada con el Mediterráneo cliché” y se acercó a la electrónica en ‘Krönia’ (2019), para desviarse a continuación hacia el archivo de canciones de las comarcas de Girona plasmado en ‘Vega’ (2020, disco con Paula Grande). En paralelo, ha establecido fértiles ententes con Coetus, Clara Peya y Toti Soler.
‘Parenòstic’ es otra cosa: un solo escénico, pensado para encontrarse a sí misma, dice, sin desplazar el peso a una banda. Allí está ella con su ‘guitarró’ de cinco cuerdas (pecado mortal: confundirlo con el ukelele), y su guitarra, y su tambor, y un teclado emulador del sintetizador analógico. “Con texturas cambiantes y que me abrazan”, observa. En el atril, tonadas de campo, y de Semana Santa, y romances menorquines, y composiciones propias que ve igualmente portadoras de memoria. “Porque nacen basadas en alguna oralidad que me ha llegado, ya sea el bolero o la ranchera, que en Menorca cantamos por igual”.
El catalán y lo 'carca'
Hay una heterodoxia en Anna Ferrer que puede resultar desconcertante, en particular desde Catalunya, donde observa ella una propensión a “estigmatizar lo balear”, apunta. “¡Y yo no soy una ensaimada!”, ríe. “Mi padre las hace, pero, si un día quiere hacerla con crema de Baileys, ¿será menos ensaimada?”. Ahí están sus nuevas canciones propias, que le han salido en castellano porque se ve a sí misma, en esa lengua, “más interesante poéticamente que en catalán”, donde ve fácil acabar “sonando carca”.
La palabra ‘parenòstic’ deriva de ‘pronòstic’ y es la forma menorquina de referirse al almanaque, el calendario de payeses y marineros. Una deformación léxica accidental (o no), que le encanta y que conecta con un “misticismo popular y unas creencias, en torno a la luna, las estrellas y juntar lo de arriba con lo de abajo”. Ahí, la alianza con el Niño de Elche, director “musical y escénico” del concierto, tiene aspecto providencial. “Me ha dado libertad para salir del yo más etéreo y darle solidez”, reflexiona Anna Ferrer. “Se relaciona con la tradición sin límites, con mucha claridad, y creo que me ha quitado tonterías”.
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