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Crítica de 'La tierra de la gran promesa', de Juan Villoro: entre la vigilia y el sueño

El escritor mexicano arma con éxito un artefacto narrativo en el que se dan la mano la crónica, el ensayo y la escritura teatral

Juan Villoro

Juan Villoro / EFE/José Méndez

Ricardo Baixeras

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La escritura omnívora de Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) se disemina indistintamente por los cauces del periodismo, de la crónica cultural, del ensayo literario, del teatro, de los relatos, de la novela y de la literatura de viajes o infantil. Tras nueve años sin publicar ficción el autor de 'Los culpables' y 'El testigo' regresa con un texto que aglutina felizmente esa forma múltiple de su escritura. Villoro ha concebido un artefacto novelesco de largo aliento trufado por las crónicas narrativas, los fragmentos ensayísticos y las escenas dramatizadas de un país a la deriva. La anécdota principal se articula gracias a la película del director polaco Andrzej Wajda, 'La tierra de la gran promesa', que se estaba proyectando en la Cineteca en México, en 1982, cuando el edificio ardió. Un lugar que para el protagonista “había sido su caverna de Platón, el sitio para avistar las sombras de lo real.” 

Con mirada de entomólogo y estilo forjado en la sentencia Villoro escudriña, entre la vigilia y el sueño, cuáles son los significados ocultos de los 'culpables' que han arruinado México -¿cuándo se 'jodió' México?- y en qué sentido un 'testigo' puede dar cuenta de la verdad de los hechos “para documentar las fracturas de un país en descomposición”. Como siempre es capital en Villoro no sólo el modo en que circulan las historias, tratando de desentrañar cuáles son públicas y cuáles privadas, sino la voz que da cuenta de ello porque al “final lo importante no es lo que pasó, sino lo que se dice que pasó".

Y lo que se dice que pasó es que Diego y Mónica, documentalista y sonidista respectivamente, se trasladan a Barcelona con su hijo Lucas para huir de la violencia atávica que se vive en México en el momento exacto en que notan de cerca los poderosos tentáculos del narcotráfico que a todos alcanza porque “en cualquier cartera hay al menos un billete que pasó una noche con el crimen organizado”. Diego había conseguido una entrevista con el famoso narcotraficante Salustiano Roca, alias El Vainillo, pero cuando ya están acomodados en la Ciudad Condal Adalberto Anaya, periodista mexicano, le acusa de haber tendido una trampa a El Vainillo y, de pronto, el pasado de Diego irrumpe fatalmente en su presente al darse cuenta que “la vida se vive hacia delante pero se entiende hacia atrás.” Un accidente de tráfico en el que muere un viejo amigo vendrá a completar el mapa de sus emociones vueltas del revés.  

Es esta novela una historia sobre las muy distintas maneras en que representamos el mundo, damos cuenta de él a través de determinados heraldos y soportamos los acontecimientos inestables del pasado en el terreno movedizo de nuestras emociones presentes. Pero es también un viaje al corazón de un país atormentado por una eterna sinfonía atravesando el espejismo cómplice de unas violencias que parecen eternas. Un gran Villoro, otra vez. 

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