Audiard deslumbra con su radiografía del desencanto milenial

A Jacques Audiard se lo conoce sobre todo como el director de películas casi siempre magníficas -títulos como ‘De latir, mi corazón se ha parado’ (2005), ‘Un profeta’ (2009) y ‘Los hermanos Sister’ (2018) que exploran los mecanismos de la masculinidad, y que no tratan de retratar el mundo real sino una versión mitificada del mismo a través de las convenciones del cine de género. Y por eso ‘París, distrito 13’, representa un inconfundible cambio de registro para él. “Tengo la sensación de que cada nueva película que hago funciona como un cuestionamiento de la que hice justo antes”, explica el francés acerca de su noveno largometraje, que acaba de inaugurar la 18ª edición del Festival de Sevilla. “Rodar me proporciona la satisfacción de ciertos deseos pero también me genera frustraciones, a las que solo puedo enfrentarme volviendo a rodar”.

Novela gráfica de Tomine

Película femenina en su mayoría y feminista en su totalidad, ‘París, distrito 13’ acompaña a tres personajes ubicados en el barrio más multicultural de París para contemplar a los mileniales a través de sus incertidumbres profesionales, su convivencia con las redes sociales, sus problermas afectivos con sus mayores y su permanente desencanto. “Cuando yo tenía 30 años, mi vida era más sencilla que la de los treintañeros actuales”, recuerda Audiard. “No sufríamos desempleo ni incertidumbre, ni teníamos que convivir con varios compañeros de piso para poder llegar a fin de mes. Ser joven actualmente es un gran problema”. Mientras contempla a sus protagonistas, en todo caso, la película -basada en un trío de novelas gráficas del autor estadounidense Adrian Tomine- se mantiene jovial y desenfadada, y derrocha un cariño, una calidez y una sensualidad que resultan excepcionales en la obra del director. “Me interesaba especialmente retratar cómo viven los jóvenes de hoy el deseo y el sexo, y cómo ha cambiado el paradigma en ese sentido. En el pasado dos personas hablaban y se conocían, y cierto tiempo después se acostaban; hoy, en cambio, lo primero que hacen es acostarse y luego, a veces, hablan. No quiero sonar antiguo, pero no estoy seguro de que haya espacio para el romanticismo”.

Mientras captura con desarmante naturalidad -y en sugerente blanco y negro- los modos de una generación que no es la suya, asimismo, Audiard logra tomarle el pulso a una ciudad que el cine a menudo convierte en mero cliché. “París resulta muy difícil de filmar, en parte porque prácticamente es un enorme museo”, lamenta. “Yo he querido mantener la película alejada de sus lugares más fotogénicos. Por culpa de las películas, quienes no han vivido en la ciudad tienen una visión francamente distorsionada de ella”.